GEOGRAFÍA - PAÍSES: España - 14ª parte
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Geografía

PAÍSES

España - 14ª parte


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Historia (continuación)

Edad Media

os visigodos llegaron a España a comienzos del s. V y sometieron a los pueblos invasores; pero los suevos, que se habían instalado en Galicia y que tenían una tensa relación con las poblaciones autóctonas, lograron que Roma actuara como mediadora y que se les permitiera permanecer en ese territorio. Las regiones ocupadas por los visigodos comenzaron a ser cada vez más hasta que Eurico invadió la Tarraconense, última provincia fiel a Roma. La fusión de los visigodos, o godos, con los hispanorromanos fue muy difícil debido a que tenían leyes, religión y costumbres muy distintas. El arrianismo, religión goda, no permitía los matrimonios mixtos entre cristianos y visigodos y la resistencia a él fue una de las causas principales de enfrentamientos con la población nativa. Leovigildo, el monarca más importante del reino visigodo, instaló su corte en Toledo, desde donde logró someter a los suevos, expulsar a los bizantinos y luchar contra los vascos, a los que, sin embargo, no pudo dominar. Pero la unificación entre godos e hispanorromanos, aunque no muy sólida, se consiguió con la conversión de los visigodos al cristianismo (III Concilio de Toledo, año 589), de la que fue responsable Recaredo I, hijo de Leovigildo. A partir de entonces se estableció el Fuero Juzgo, consistente en un derecho territorial único para ambos pueblos. Pero la fragilidad de esa unidad quedó en evidencia cuando en el año 711 los árabes, que se habían establecido en la antigua Mauritania (Marruecos), cruzaron el Mediterráneo y desembarcaron con cierta facilidad en las costas españolas. Tarik, el jefe de las tropas musulmanas, derrotó a don Rodrigo, último rey visigodo, en la batalla de Guadalete (o batalla del lago de la Janda).

La conquista árabe, que duraría cerca de ocho siglos, fue muy rápida y se efectuó sobre todo a través de capitulaciones y pactos. En ella se registran cuatro períodos bien definidos: el emirato dependiente de Damasco (711-756); el emirato independiente (756-929); el califato de Córdoba (929-1031); los reinos de taifas (1031-1492). Los musulmanes dieron a España el nombre de al-Ándalus, que se constituyó a partir de la invasión en una provincia gobernada por emires que dependían de Damasco. Durante esta primera etapa de ocupación los distintos grupos invasores se disputaron entre ellos el poder y los bereberes, al considerarse marginados en el reparto de bienes, protagonizaron una insurrección de la que salieron derrotados. De forma esporádica, las poblaciones cristianas ofrecieron cierta resistencia a los invasores, si bien, en general, asumieron la nueva situación y las nuevas fronteras, produciéndose largos períodos de convivencia pacífica con los musulmanes. Sin embargo, la existencia de núcleos sin dominar en el norte y la paulatina recuperación de los reinos cristianos que, en su expansión, ejercían una constante presión sobre las fronteras, darían lugar a la noción de Reconquista, alimentada, por otro lado, por los enfrentamientos entre ambas comunidades a causa de la radicalización de las posturas.

El proceso de Reconquista, según la historiografía tradicional, habría comenzado poco después de la propia invasión árabe, con la victoria cristiana en la batalla de Covadonga (722), en la que don Pelayo, noble de la guardia personal de don Rodrigo, venció a los ejércitos árabes. Sin embargo, la lucha contra los musulmanes tuvo un carácter esporádico, al menos hasta el s. IX. En realidad, la organización de la España árabe solamente pudo llevarse a cabo cuando 'Abd al-Rahman I (756-788) creó un emirato políticamente independiente, que constituyó la segunda etapa de la conquista. El período se caracterizó por el intento de unificar el territorio musulmán, lo que conllevó la supresión de las libertades de los mozárabes (hispanos que no habían querido abjurar de la fe cristiana). También aquellos que se convirtieron del cristianismo al islamismo (muladíes) eran conscientes del trato discriminatorio que recibían por parte de otros sectores. En el año 929 'Abd al-Rahman III se autoproclamó califa y la ciudad de Córdoba se convirtió entonces en la capital de Occidente. Durante el califato de Córdoba se introdujeron en España nuevas técnicas agrícolas y se mejoró el sistema de regadío que habían construido los romanos. La ciudad de Almería se convirtió en uno de los puertos más ricos de Occidente y al-Ándalus fue, sin duda, el Estado más poderoso de Europa. Tras la muerte de Almanzor (1002), primer ministro de Al-Hakam II, el califato quedó desintegrado y el territorio musulmán se dividió en 27 reinos, gobernados por árabes, eslavos y bereberes. Quedaron establecidos de este modo los reinos de taifas. Pero, a pesar de las ayudas brindadas por las invasiones almohade, almorávide y benimerín, el poder musulmán fue debilitándose poco a poco hasta quedar reducido, tras la derrota de la batalla de las Navas de Tolosa (1212), al pequeño reino de Granada. Casi tres siglos más permanecieron los nazaríes (última dinastía árabe establecida en España) en la ciudad andaluza hasta que, en 1492, el ejército castellano les hizo sucumbir.

Durante los ochocientos años de conquista los musulmanes impregnaron de su cultura todas las regiones en las que ejercieron su poder. Pero Andalucía fue, sin duda, el área de España que más recibió su influencia. Con la llegada de los árabes todo fue transformado: la agricultura de regadío se volvió muy especializada y a ella se incorporaron nuevos cultivos como el arroz, los cítricos, el algodón y la caña de azúcar; el comercio cobró auge a partir de la instauración de modernas técnicas mercantiles, como las letras de cambio, y se mejoraron las vías de comunicación; la artesanía se extendió al cuero, los metales, la cerámica, los muebles y los tejidos de seda; se construyeron escuelas y bibliotecas y fueron construidos edificios como la Alhambra de Granada, la Giralda de Sevilla y la mezquita de Córdoba. Sin embargo todos estos adelantos introducidos por los árabes no fueron suficientes para poner freno al avance de la Reconquista que, desde la cordillera Cantábrica y los Pirineos (únicas regiones que escaparon a la ocupación), iniciaron los cristianos a través de los diferentes reinos que crearon. La formación de estos núcleos independientes sentó, en cierta medida, las bases de la España moderna. Tras la batalla de Covadonga se constituyó un sólido Estado cristiano que comprendía las regiones de Asturias, Cantabria y Galicia. En la segunda mitad del s. IX este reino había llegado al Duero y fijó su capital en León. En el s. X, en torno a la ciudad de Burgos, Fernán González, un conde disidente de León, creó el primer condado independiente, el de Castilla. Tras las ofensivas de los francos (785-811) se había fundado en el E del territorio español, sobre los Pirineos, una zona defensiva del reino franco denominada Marca Hispánica, que comprendía los condados pirenaicos de Urgel, Pallars, Ampurias, Girona y Barcelona, entre otros. El reino de Navarra alcanzó un gran poder con Sancho III el Mayor (1004-1035), quien extendió sus territorios hasta Tudela, en el Ebro superior, y aumentó su influencia en los condados catalanes. Pero sus progresos y los de otros jerarcas cristianos fueron contenidos hacia el año 1000 por las tropas de Almanzor, quien ya había conquistado Zamora (981), saqueado Barcelona (985) y Santiago de Compostela (997).

Tras la muerte de Sancho III de Navarra, el condado de Aragón, establecido entre la Marca Hispánica y el reino de Navarra, se transformó en reino independiente bajo el poder de Alfonso el Batallador. El s. XII constituye la centuria clave para las conquistas de este reino. Después de instalarse en Zaragoza en el 1118, Alfonso se apoderó de Calatayud y Daroca y se unió por matrimonio con el condado de Barcelona. En 1170 los aragoneses fundaron Teruel y, tras la unión catalano-aragonesa, Ramón Berenguer IV ocupó Tortosa y Lleida. El paulatino avance de la Reconquista hizo que en la batalla de Navas de Tolosa todos los reinos cristianos se unieran por primera vez para combatir a los musulmanes. A partir de ese triunfo la Reconquista se volvió desaforada. Jaime I el Conquistador, responsable de la expansión catalano-aragonesa, se apoderó de las islas Baleares (1229-1235), de Valencia (1238), y de Játiva, Alcira y Murcia. Al frente de la ofensiva castellano-leonesa estuvo primero Alfonso IX y después Fernando III el Santo, quien incorporó a su reino las ciudades de Córdoba (1236), Jaén y Sevilla. Su sucesor, Alfonso X el Sabio, se apoderó finalmente de Cádiz. A partir del año 1270 la Reconquista se paralizó y se inició un proceso de reparto de tierras entre la nobleza, las órdenes y el clero. Los reinos cristianos mantuvieron la estructura de tipo feudal y la nobleza se apoderó del poder económico, mientras los campesinos debían entregar al estamento noble parte de su producción agrícola. Hacia el s. XI se produjo el nacimiento de una nueva clase social, la burguesía, liderada por comerciantes y artesanos.

En el s. XIV, Europa comenzó a ser azotada por una fuerte crisis mercantil y por la Peste Negra (1348), que no la abandonó hasta el s. XVII. La miseria y el hambre se expandieron sobre el territorio europeo, y España, en consecuencia, padeció también sus efectos. La región catalana, que fue la más afectada por la Peste Negra, debió soportar, además, el acoso de temblores de tierra, por lo que perdió gran parte de su población. El protagonismo de la Iglesia durante la Edad Media española fue extraordinario. Esta institución colaboró reforzando el espíritu de cruzada contra la ocupación musulmana, pese a que los monasterios eran los únicos centros con vida intelectual en los que se traducían libros árabes. Con el crecimiento de las ciudades y el avance de la burguesía, la Iglesia debió buscar formas que se adaptaran a los nuevos cánones sociales; comenzaron a fundarse las órdenes religiosas (dominicos, franciscanos).

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