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España - 13ª parte
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unque desde el punto de vista antropológico no puede decirse que exista una raza española, sí es posible afirmar que la situación geográfica de la península Ibérica determinó el nacimiento de una población mestiza, fruto de la confluencia de diversas corrientes humanas que llegaron a estas tierras. Los primeros antecesores del hombre español que se instalaron en el actual territorio peninsular se cree que fueron los pithecantropus (Paleolítico inferior).
Las culturas más importantes del Neolítico español se cree que fueron la de El Algar (Almería), caracterizada por poblados fortificados, y la talayótica (islas Baleares), que es identificada por los talayots (megalitos semejantes a una torre de poca altura), las navetas (construcciones funerarias) y las taulas. Durante la transición a la época histórica apareció en el actual territorio español un pueblo africano de tipo bereber, que habría llegado a través de los Pirineos y del Levante español, los íberos. Este pueblo desarrolló una importante cultura en toda la costa mediterránea y así lo demuestran los restos encontrados (necrópolis, santuarios, poblados y esculturas). Su economía estaba basada en los cultivos mediterráneos, en la ganadería lanar, en la salazón de pescado y en la explotación minera (plata y cobre). Los poblados íberos estaban repartidos entre diversos subgrupos étnicos; los más importantes de ellos eran los turdetanos, oretanos y bastetanos, asentados en el S, y los edetanos, ilergetes, contestanos, sossetanos, layetanos y lacetanos, en el E. Entre Huelva y Cartagena se habían establecido los tartesios, un pueblo que alcanzó una avanzada cultura hacia el año 500 a C pero que fue dominado posteriormente por los fenicios y los cartagineses.
Durante el I milenio a C penetraron en la Península, procedentes de Europa, los celtas. Este pueblo, superior a los íberos en materia militar, introdujo el hierro y se extendió por la Meseta, Galicia, Asturias, Extremadura, así como parte de Aragón y Andalucía. En realidad, la invasión celta se produjo en dos oleadas distantes en el tiempo. La primera, ocurrida hacia el s. IX a C y de escaso peso, tuvo como puerta de entrada el litoral mediterráneo (actual territorio catalán). La segunda, denominada la gran invasión celta, ocurrió hacia el s. VI a C, se caracterizó por ser más numerosa y se extendió sobre el centro de la Península. Los celtas, nómadas en un principio y sedentarios después, se asentaron en núcleos fortificados y vivían del cultivo de cereales y el pastoreo. Finalmente, en el N del territorio se encontraban los pueblos más atrasados: galaicos, astures, cántabros y vascones. Una incógnita aún sin resolver es el origen del pueblo vasco; algunos investigadores afirman que la lengua vasca, denominada actualmente euskera, estaría emparentada con el íbero; otros, en cambio, sostienen que tendría algunos aspectos en común con las lenguas caucásicas.Poco a poco, íberos y celtas comenzaron a mezclarse y dieron paso al grupo celtibérico, sustrato étnico de la actual población española. En la segunda mitad del I milenio a C la zona del Levante comenzó a ser visitada por pueblos navegantes, provenientes del Mediterráneo oriental, que llegaban en busca del mercado de metales liderado por los tartesios. A cambio trajeron nuevos cultivos (el olivo), nuevas técnicas (acuñación de moneda y mejoras en la extracción de metales) y sistemas de escritura. El primer grupo de navegantes que pisó suelo español fue el de los fenicios. Éstos, tras fundar varias factorías en la costa andaluza, entre las que destacó la de Gadir (Cádiz), monopolizaron el comercio del metal y dieron auge a la industria de salazón de pescado. Los griegos también desembarcaron en tierras españolas con la finalidad de obtener metales. Responsables de la fundación de poblados como Rosas, Ampurias, Denia y Sagunto, los helenos introdujeron el alfabeto y dejaron en los pueblos íberos la impronta de su cultura.
En el s. VII a C los cartagineses se habían apoderado de la isla de Ibiza, que se transformó en un importante núcleo urbano. Cuatrocientos años más tarde los hombres de Cartago se enfrentaron a los romanos, con los que se disputaban el dominio del Mediterráneo occidental. Se inició entonces la Primera Guerra Púnica (264-241 a C), en la que los cartagineses perdieron Sicilia y Cerdeña y durante la cual la Península hispánica se convirtió por primera vez en escenario de importancia universal. Posteriormente, y como consecuencia de esas pérdidas, este pueblo invadió el territorio de la Península (237 a C) y firmó con los romanos el tratado del Ebro, por el que las regiones que estaban situadas al S de este río quedaban bajo el poder de Cartago. Pero el hecho que determinó la conquista romana sobre el actual territorio español lo constituyó la participación de Roma en la defensa de Sagunto, ciudad sitiada por los cartagineses (218 a C). Con la llegada a España de Publio Cornelio Escipión, el Africano, finalizó el dominio de Cartago sobre la Península y se inició la conquista romana, que duraría seis siglos. A pesar de la fortaleza militar de los invasores, algunos pueblos íberos se resistieron a la ocupación del Imperio hasta que en el 133 a C se produjo el sitio y la destrucción de Numancia (cerca de Soria), tras lo cual los romanos se apoderaron de todo el territorio, al que denominaron Hispania. La Península quedó dividida entonces en dos partes, la España Citerior (al este) y la España Ulterior (al sur). Más tarde estas regiones tomaron la forma de tres provincias: la Tarraconense, la Bética y la Lusitania. Pero la ocupación romana no se limitó al ejercicio de la supremacía militar, ni al uso de los recursos más apreciados del suelo español.Los romanos introdujeron en la antigua Hispania técnicas innovadoras de cultivo (el arado, la pala), construyeron numerosos puentes y vías de comunicación, proporcionaron a los pobladores de las tierras conquistadas conocimientos fundamentales de economía y derecho, e instauraron de forma definitiva un sistema de vida urbana. Además, España heredó de Roma dos rasgos esenciales de su cultura: la lengua latina y la religión cristiana. Como contrapartida, Hispania proporcionó al imperio personalidades de la talla del filósofo Séneca, los poetas Lucano y Marcial, así como los emperadores Adriano, Trajano y Teodosio. Entre los ss. V y VI, España fue objeto de sucesivas invasiones germánicas que desestructuraron la unificación previamente establecida por los romanos. Los suevos, los vándalos y los alanos, pueblos de origen oriental y procedentes del Cáucaso, se repartieron las provincias creadas durante el Imperio; la Tarraconense fue la única que conservó su independencia.
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