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Historia y Arte
EL SIGLO XX
Arquitectura y urbanismo - 13ª parte
El diseño
uy en relación con el mundo de la arquitectura ha estado el mundo del diseño. La idea de que era posible dotar de belleza, o al menos de armonía, a los objetos producidos industrialmente tuvo su origen en el movimiento modernista o Art Nouveau, que se desarrolló entre 1890 y 1910. Ya tres décadas antes William Morris había reaccionado contra la fealdad de los productos industriales propugnando una vuelta al artesonado.
Morris, que también fue arquitecto, creó varias empresas para dar a los más variados objetos de la vida cotidiana una dignidad formal y un nivel de calidad que los diferenciara de los producidos por las deshumanizadas máquinas. Pero lo importante de la producción semi-artesana de Morris no fue su carácter artesanal, sino su interés por diseñar unas formas que sin renegar del lado práctico ofrecieran cierta belleza.
Así se consolidó el concepto de "artes aplicadas" como claro precedente de la actual idea de diseño. El ejemplo de las empresas de Morris fue seguido por algunos artistas y artesanos ingleses, que en 1888 se constituyeron en sociedad, creando la empresa Arts and Crafts (Artes y Oficios) cuyos diseños y objetos causaron sensación en la Europa del cambio de siglo.
Con estos antecedentes, el Art Nouveau dio un impulso decisivo al concepto moderno del diseño, al aceptar, en contra de las teorías de Morris, la producción industrial de objetos de cuyas formas se había ocupado previamente un artista, un diseñador. Al tiempo, la nueva concepción que del diseño tenían los modernistas suponía la creación de un estilo que era aplicado a todos los elementos y objetos que pueden componer y contener una vivienda. Hay, pues, en ellos cierta idea de valor decorativo global que hizo que muebles, lámparas, vajillas, tapicerías, objetos decorativos e incluso ropas fueran diseñados con los mismos criterios estilísticos para crear un ambiente homogéneo y armónico, en el que nada desentonara. El hecho de que esta homogeneidad incluyera los elementos constructivos (fachadas, escaleras, puertas, ventanas, etcétera) es lo que hizo que los propios arquitectos fueran, con frecuencia, diseñadores de la estética modernista.
A medida que transcurría el siglo, el diseño fue sufriendo la influencia de muchas corrientes estéticas como el cubismo o el neoplasticismo holandés de De Stijl (El Estilo). En ambos casos se trató de una influencia de carácter geometrizante y racionalista que dejaba de lado toda ornamentación artificioso y representativa y que en cierto modo continuaba la tendencia lineal del Modern Style del escocés Mackintosh y de la Secession austriaca. Todo ello preparó el camino a la importante tarea que en el campo del diseño realizó la Bauhaus de 1919 a 1930 y cuyo rasgo más característico fue el racionalismo funcionalista.
Paralelamente a la Bauhaus se desarrolló el denominado Art Decó, que recoge un amplio abanico de influencias que va desde el modernismo lineal escocés y vienés, el cubismo y el futurismo, hasta el arte oriental japonés, pasando por el arte egipcio o las culturas africanas. Fue un movimiento refinado y exquisito que, lejos del racionalismo funcional, no buscó adaptar sus diseños a las necesidades, sino crear un estilo decorativo e incluso una moda y un modo de vida. Quizá por ello resulte justo calificar a este movimiento como la moda impuesta por la burguesía de 1925.
La idea de modernidad que conlleva el Art Decó no excluye, sin embargo, los dos aspectos más atractivos de este movimiento, esto es, su gran capacidad de aglutinador de las múltiples tendencias de su época y la indudable belleza de algunos de sus diseños y sus logros estéticos. A pesar de ello, el Art Decó fue efímero y la línea de diseño que fue capaz de traspasar la barrera del tiempo no fue la de su ornamentalismo esteticista, sino la del funcionalismo racionalista que tan rigurosamente impuso la Bauhaus y que se vería prolongada por figuras de la talla de Le Corbusier.
De ese modo el concepto de diseño adquirió su sentido más actual, consistente no ya en producir objetos bellos en contra de la fealdad industrial, ni de aplicar al posible objeto industrial una estética procedente de cualquier vanguardia plástica, sino en armonizar los conceptos de necesidad, utilidad y belleza, buscando esta última en la pureza y sencillez de formas.