Como ya se sabe, la Guerra Civil española ha sido revisada, documentada e incluso novelada en innumerables ocasiones —se cuentan los títulos por millares—, ya no sólo por parte de literatos españoles, sino también de variados hispanistas de renombre. Qué decir por ejemplo de José María Gironella con su famosa trilogía —en realidad una cuatrilogía si incluimos «Los hombres lloran solos»—; del historiador Ricardo de la Cierva con su variada literatura sobre el tema, no obstante muy cuestionado por su declarada ideología pro «…General Franco, y su régimen y principios del 18 de Julio»; o Sir Raymond Carr, un gran amigo de España que ha dado a conocer al mundo nuestra historia, y justamente reconocido y galardonado en nuestro país por su gran labor de hispanista, entre muchos otros de igual o mayor altura, pero que no tendrían cabida en un texto que sólo pretende una referencia más o menos amplia al personaje que he traído a colación.
Pero, la historia también está construida a base de pequeños sucesos, a veces imperceptibles o no destacados pero trascendentales, que pudieron dar giros significativos a muchos acontecimientos. El hecho que quiero relatar aquí es precisamente el de una persona que tal vez pudo influir decisivamente en lo acaecido a lo largo del 18 de Julio de 1936, fecha trágica en que, seguro, todos los españoles de cualquier condición e ideología, perdieron, porque fue el comienzo de una gran tragedia.
Es necesario profundizar un poco en los antecedentes previos a la fecha fatídica del 18 de julio, para entender el contexto en que se desarrollaron los hechos de esa madrugada, y los que vendrían después.
Sabemos, que los días 17 a 20 inclusive de Julio de 1936, constituyeron el plazo que el general Mola había configurado en sus planes secretos para llevar a cabo el Golpe de Estado. En principio eran sólo eso, planes, y tal vez pudieron quedarse en tales —nunca lo sabremos— si no fuera que entre el día 12 y la madrugada del 13 de julio se llevarían a cabo dos asesinatos que pudieron acelerar, si cabe, aún más los acontecimientos.
El teniente de la Guardia de Asalto don José del Castillo —reconocido izquierdista instructor de las milicias del Frente Popular, que había reprimido duramente manifestaciones derechistas— fue asesinado en una calle del centro de Madrid a manos de un grupo de extrema derecha, en presencia de su esposa con la que se acababa de casar. Las reacciones no se hicieron esperar, la noticia corrió como la pólvora y la exaltación de muchos compañeros hizo que algunos elementos policiales y de la Guardia Civil, desmandados y sin obedecer autoridad alguna, organizaran una expedición de represalia.
Hay que decir, que el ambiente político ya llevaba mucho tiempo caldeado, e incluso en plenas Cortes se había intercambiado alguna velada amenaza de muerte entre banquillos, una de ellas fue expresamente dirigida a uno de los jefes de la derecha en la oposición, José Calvo Sotelo, y que éste rechazó públicamente.
Uniformados, esa medianoche del 12 al 13, fueron en busca de José María Gil Robles y José Calvo Sotelo, pero no hallaron al primero. Sin embargo, localizaron a Calvo Sotelo en su domicilio, y a la fuerza ante la resistencia de su familia le introdujeron en una camioneta, asesinándolo en un cruce pocas calles más allá. Eran las tres de la madrugada. Este asesinato fue decisivo, la señal para la Guerra Civil estaba dada, pronto comenzaría el arreglo de cuentas entre españoles.
El viernes 17 de julio se materializaba el golpe en Melilla, siendo informado el general Franco en Canarias y el teniente coronel Yagüe en Ceuta. Los rebeldes de África actuaron sin vacilación, apartando o eliminando a los mandos que permanecieron fieles al Gobierno. A las 8 de la mañana las plazas africanas estaban en sus manos, variados mandos habían sido juzgados sumariamente y fusilados. Ya no se trataba de un simple pronunciamiento, si no de una lucha a muerte, que se llevaría a cabo en cada nuevo encuentro que se diese en lo sucesivo.
Casares, jefe del Gobierno, al conocer los hechos de África decide bloquear el estrecho con la escuadra para prevenir los ataques de la otra orilla. Varios navíos zarpan de Cartagena antes de concluir el día 17. Esa misma noche, la primera batalla de la Guerra Civil tendría lugar en las ondas.
En la estación radiotelegráfica de la Marina, que en aquellos tiempos estaba situada en una zona del pinar de Chamartín, en Madrid, hoy llamada Ciudad Lineal y totalmente edificada, un auxiliar radiotelegrafista de la Armada llamado Benjamín Balboa estaba ese día a cargo de las comunicaciones. A primeras horas de la mañana del día 18 Balboa recibe una señal de la estación radio de Cartagena, con un mensaje desde Canarias del General Franco en el cual se pedía a las fuerzas armadas que se sublevasen en todo el territorio nacional, y ordenando que fuese retransmitido a todos los buques de la Flota, islas, colonias y guarniciones sin excepción.
El mensaje decía así:
«Gloria al heroico Ejército de África. España sobre todo. Recibid el saludo entusiasta de estas guarniciones que se unen a vosotros y demás compañeros Península en estos momentos históricos. Fe ciega en el triunfo. Viva España con honor. General Franco.»
El jefe de Estado Mayor de la Flota ordenaba la retransmisión del mensaje de Franco. Balboa, asombrado ante lo que estaba leyendo, interrogó vivamente a su interlocutor pidiéndole explicaciones. La respuesta del otro lado fue que recibían órdenes superiores y que el texto debía ser retransmitido inmediatamente. Balboa quería saber si en la base naval de Cartagena había surgido un motín, pero sólo recibió el silencio por respuesta.
Muy alterado y sin perder un minuto, consciente de lo que estaba sucediendo, antes de enviar el comunicado al Estado Mayor levantó el teléfono y habló directamente con el teniente de navío Prado Mendizábal, poniéndole al corriente del mensaje que había recibido firmado por el General Franco. Prado le emplazó a que enviara el mensaje urgentemente a Casares Quiroga. Desde este momento, Balboa se convertiría en la voz y oídos del Gobierno de la República.
Por la trascendencia que la estación radio principal tenía para el Gobierno, Balboa recibió instrucciones directas de cómo actuar en todo momento con respecto a las comunicaciones que pudiera recibir de los sublevados, y de que transmitiera siempre las instrucciones contrarias a las recibidas. Era consciente que su capacidad de control del centro podía ser limitado, al fin y al cabo sólo era un simple oficial de tercera clase del cuerpo auxiliar de radiotelegrafistas de la Armada.
Llamó entonces a un ordenanza para que le enviara un coche, pero al poco tiempo apareció éste acompañado del jefe del servicio, el capitán de corbeta Castor Ibáñez Aldecoa, para interesarse de porqué Balboa estaba dando órdenes sin su conocimiento, e inquiriéndole a gritos que le entregara el mensaje que acababa de recibirse.
Castor se dirigió a un teléfono mensaje en mano para hablar personalmente con el jefe de Estado Mayor, al tiempo que Balboa acudía rápidamente a la centralita para escuchar la conversación. En ella, el almirante ordenaba sin vacilación a Castor que difundiese el mensaje tal como se había ordenado desde Cartagena. Balboa supo entonces que su jefe directo secundaba el Alzamiento.
Sin dudarlo, Balboa tomó una pistola luger 22 y salió al encuentro de Castor, encarándose con él en un pasillo y pidiéndole que no cumpliera la orden del Almirante. Castor, entre asombro e incertidumbre por la actitud de su subordinado, le amenazó y acusó gravemente de incumplir las órdenes recibidas. Entonces, Balboa encañonó a su Jefe:
— ¡Señor, en nombre del Gobierno queda usted arrestado!
A partir de aquí, tras encerrar al capitán de corbeta en una habitación, Balboa tomó las riendas de todas las comunicaciones, llevando la iniciativa. Sabía que podía comunicarse directamente con sus propios compañeros radiotelegrafistas sin que los mandos de los buques sospecharan nada, y así preparó encendidos mensajes para toda la flota —compuesta por unas 80 unidades entre submarinos y buques de superficie, además de las numerosas instalaciones de tierra situadas en los tres litorales: El Ferrol, Cádiz y Cartagena— comenzando a radiar sin pausa ni descanso, en frenética actividad, durante todo ese día 18 y el siguiente. Las órdenes eran apoderarse del mando y navegar hacia el estrecho para bloquear allí a los sublevados de África, que ya habían conseguido requisar algunos buques mercantes y alistar un contingente de varios miles de hombres:
Balboa radiaba:
«…Cartagena, El Ferrol… todos los buques deben dirigirse urgentemente hacia aguas del Estrecho y hundir cualquier embarcación con tropas que navegue rumbo a la península».
Igualmente, Balboa ponía a sus compañeros al corriente de que el jefe de Comunicaciones detenido tenía en su poder claves que también poseían los comandantes de los buques. Por ello, para que no se vieran sorprendidos, encarecía: «…no aceptéis ningún telegrama en clave. Todos los que partan de esta Nación serán transmitidos en lenguaje corriente. Considerad facciosos los que así no vayan».
De esta manera, Balboa se aseguraba que ningún mensaje cifrado saldría de ningún buque con destino a los jefes sublevados, haciendo así un bloqueo de las comunicaciones hacia el exterior, salvo para los fieles a la República.
Hay que señalar, que el ministro de Marina Giral ya había sospechado el día 16 de julio la existencia de la conspiración, y por eso comenzó a desplazar algunas unidades navales como medida de precaución, ordenando al cañonero Dato y dos guardacostas que patrullaran a lo largo de Ceuta, Alhucemas y Río Martín. Asimismo, situó los destructores Churruca y Lepanto frente a Ceuta y Melilla.
Balboa sabía que la marinería y oficiales subalternos eran fieles a la República. Y aquí tengo que hacer un alto, para indicar que en los meses anteriores al golpe de estado, el Frente Popular (coalición política de izquierdas que ganó las elecciones de 16 de febrero de 1936 con Azaña a la cabeza) se había encargado de organizar comités en todos los barcos, por eso Balboa tenía grandes posibilidades de que sus llamadas y proclamas en favor de la República tuvieran éxito.
Y así fue. Siguiendo las instrucciones de Balboa, la marinería tenía que vigilar los movimientos de los mandos para determinar si estaban con los sublevados. En su caso, debían eliminar a aquellos que se resistieran. Los comités compuestos por cabos, marineros y auxiliares comenzaron a reducir a los jefes y oficiales en variados buques, encerrándolos en los pañoles y apoderándose del mando; y también en la más importante de las bases navales, la de Cartagena, y sus destacamentos dependientes, como la de Mahón, en Baleares.
Las iniciales U.M.R.A aparecían en muchos de los mensajes que Balboa intercambiaba con sus compañeros radiotelegrafistas a bordo de los buques; significaba: Unión Militar Republicana Antifascista. Era la señal de que a bordo los marineros permanecían vigilantes.
En algunos buques se produjeron dobles rebeliones, como la que sucedió en el acorazado Jaime I cuando doblaba el cabo de San Vicente, al conocer la marinería que sus mandos estaban con los conjurados. El resultado fue trágico, con victoria de los auxiliares al frente de la marinería. Balboa dio entonces instrucciones de que los muertos fueran arrojados al mar de acuerdo con el ritual de la Armada.
En otros buques siguieron similares acontecimientos:
A bordo de los destructores Almirante Valdés y Sánchez Barcáiztegui, nada más conocer los marineros que sus comandantes habían puesto las unidades a disposición del Movimiento, arrestaron a los oficiales, tomaron el mando y pusieron rumbo a la península, transmitiendo a Balboa sendos mensajes de adhesión a la República. A ellos se uniría más tarde el destructor Lepanto, con su comandante, el capitán de fragata Fuentes, leal al Gobierno.
Uno de los destructores, el Churruca, escoltó desde África hasta Cádiz a un mercante requisado con unos 500 hombres del bando sublevado, pero la marinería no había sospechado nada durante la travesía. Sin embargo, de regreso a África, ya conocedores de lo sucedido, un puñado de marineros se hicieron audazmente con el destructor, reincorporándolo a la causa republicana.
En los planes iniciales del General Mola se estimaban tres días para consumar el golpe de Estado, pero al cuarto, el día 20 de julio, quedó patente su fracaso; la Guerra sería larga. A día 19 de julio la Escuadra que podía navegar se encontraba casi en su totalidad bajo mando republicano, y sólo el cañonero Dato había conseguido sumarse a la rebelión. Era en El Ferrol, bajo control de los sublevados, donde se ubicaban algunas unidades pesadas importantes —acorazado España, cruceros Almirante Cervera, Canarias y Baleares, y destructor Velasco—, los cuales más tarde, con ayuda internacional de Alemania e Italia —también con medios aéreos—, darían algunos reveses en el mar a la República.
Puede afirmarse que la supremacía republicana en el mar, al menos durante un tiempo, tuvo mucho que ver con la intervención de Benjamín Balboa, que consiguió conservar para la República la mayoría de las unidades navales y sus instalaciones de tierra.
Benjamín Balboa López nació en 1901. Llegó a ser durante la Guerra subsecretario de Marina y Aire, con Indalecio Prieto como Ministro de Marina, tras convertirse en hombre de confianza de la Marina republicana y ser ascendido a oficial primero. Impresiona la importancia del cargo asignado, teniendo en cuenta que Balboa pertenecía a las clases auxiliares de la Armada.
Finalizada la Guerra, Balboa tuvo que exiliarse a México, donde permaneció hasta su muerte en 1976.
Abel Domínguez
Me encantó el relato sobre esta página de la historia… Celebro que estemos reuperando material que permaneció oculto tanto tiempo. Jose.
Que pena que la gente de este País siga sen saber nada de este señor. Hay que explicar todo, tal como fue.
CG Gracias por acercarte.
Este individuo es el responsable del asesinato de cientos de oficiales a bordo wn la mar y en tierra.
Un mal nacido