INVENTOS E INVENTORES: Historia de los inventos: La asombrosa historia del genio humano - 11ª parte

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Inventos e inventores

HISTORIA DE LOS INVENTOS

Fuente: Revista "Sucesos"

La asombrosa historia del genio humano - 11ª parte


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La medición del tiempo (continuación)

letra capitular El sencillo principio descrito en la página anterior sirvió de base a aparatos más complejos y lujosos, como el reloj de agua del célebre Ctesibio de Alejandría (s. III a.C.), provisto de un sistema de ruedas dentadas, o la lujosa clepsidra de cobre y oro enviada por el califa Harun-al-Raschid al Emperador Carlomagno, que al dar cada hora dejaba caer el número correspondiente de bolitas metálicas sobre un platillo, dando así los golpes debidos. También el reloj de arena data de la Antigüedad, y siguió usándose hasta el siglo XVIII.

RELOJ DE PESAS. Representó una forma primitiva del reloj mecánico
RELOJ DE PESAS. Representó una forma primitiva del reloj mecánico

Muy pronto, el ingenio humano comprendió que era posible dividir el fluir del tiempo en segmentos iguales, así como era posible dividir el espacio, gracias a un ritmo fijo, producido por un "organismo regulador": el péndulo o balancín. Pero el roce del aire va frenando el movimiento pendular, y es necesario proporcionarle una nueva fuente de fuerza: un peso o un resorte. Y finalmente se requiere un indicador o aguja que traduzca en movimiento espacial las mediciones temporales, recorriendo un círculo subdividido en horas y minutos; o, mejor todavía, dos agujas que se muevan simultáneamente, con diferente velocidad.

El descubrimiento de todos estos principios del reloj moderno se extendió a lo largo de varios siglos. La forma más primitiva, el reloj de pesas, primó a lo largo de la Edad Media: se le menciona por primera vez en el "Libro del Saber de Astronomía" escrito en la corte de Alfonso el Sabio, en el siglo XIII. De los primeros años del siglo siguiente datan varias referencias a relojes provistos de sistemas de ruedas dentadas, existentes en Italia y en Alemania, y ya a mediados del siglo XV aparecen los primeros relojes de resorte. El más antiguo que se conserva perteneció a Felipe III, el Bondadoso, de Borgoña, y fue construido entre los años 1429-1435, por el relojero Pierre Lombart y el orfebre Jehan Pentin; su mecanismo constituye una etapa previa para la invención de máquinas, cada vez más pequeñas, que menos de un siglo más tarde permitieron la fabricación de los primeros relojes portátiles o de bolsillo.

Alrededor de 1510, el orfebre alemán Peter Henlein creó los "huevitos" de Nuremberg, verdaderas maravillas de orfebrería: pequeños relojes, que los gentileshombres comenzaron a llevar consigo, ya que el resorte volvía obsoletas las voluminosas pesas que antes hacían funcionar los relojes de pie o sobremesa.

En cuanto a los relojes de uso público, se remontan al siglo XIV. Ya en 1324, Richard Wallingford, abate de Saint Albans en Hertford, Inglaterra, hizo construir un gran reloj astronómico con planetario, que fue llamado "Albiod". Del año 1328 data el gran reloj de pesas colocado en la torre de la iglesia de San Gottardo de Milán, por Guglielmo Zelandino, y en 1344, la ciudad de Padua hizo instalar uno semejante. La maravilla mecánica más elaborada de la época fue un reloj con carillón de campanas y figuras alegóricas, instalado en la catedral de Estrasburgo por un maestro cuyo nombre no se conserva, en el año l352.

Galileo diseñará en el ocaso de su vida, el primer reloj de péndulo, perfeccionado por e1 físico holandés Huygens, en 1558. Algunos años más tarde, el mismo inventor ideará el resorte regulador de espiral, el que sustituiría al péndulo en los relojes de bolsillo y abriría el camino a nuevos perfeccionamientos hasta que, a comienzos del siglo XIX, el relojero suizo Berthoud, inventará el cronómetro.

En la actualidad, los adelantos de la electrónica permiten fabricar instrumentos de inimaginable precisión capaces de medir el tiempo por la milésima parte de una millonésima de segundo. También se usan, en los laboratorios nucleares, relojes atómicos, que se basan en las oscilaciones periódicas que experimentan los átomos componentes de ciertas moléculas estables, como el amoníaco o el cesio. Una vez, más, la periodicidad de ciertos acontecimientos naturales, en vez de una oscilación artificialmente inducida, sirve al hombre para medir el tiempo, como antaño lo hicieran los movimientos del sol o los latidos de su propio corazón.

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