GEOGRAFÍA - PAÍSES: Francia - 10ª parte

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Francia - 10ª parte


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Literatura

unque hay testimonios anteriores de la lengua francesa, los primeros textos propiamente literarios corresponden al s. X: son hagiografías y textos de carácter religioso. En el s. XI se compusieron los más antiguos Cantares de Gesta, poemas épicos destinados a ser cantados, los cuales evolucionaron hacia la literatura caballeresca (poesía de los trovadores o novelas cortesanas y de caballerías). Los Cantares de Gesta, de los que la Chanson de Roland es considerado el iniciador, se nutrían de tres fuentes de inspiración distintas: Carlomagno, los héroes de la Antigüedad (Eneas, Alejandro Magno), y Bretaña (el rey Arturo y la Tabla Redonda). Figura central del género fue Chrétien de Troyes, autor de cinco novelas (entre ellas, Lancelot y Perceval).

La refinada corte feudal de Provenza deslizó esta literatura hacia una intención política: elevar la dignidad de los linajes principescos, construyendo genealogías imaginarias que entroncan a los señores feudales con los héroes míticos. El leitmotiv de la cultura caballeresca fue el amor, constituido en simbolismo místico: había que estar enamorado, porque eso era superar el estado común. En el s. XIII aparecieron los primeros cronistas, Villehardovin y Joinville, ligados al resurgir del ideal monárquico, y también la primera novela en prosa, Lancelot du Lac. Paralelamente se gestó una serie de obras burlescas, ridicularizadoras del ideal caballeresco a través de fábulas moralizantes (Roman de Renart); en esta línea estuvieron los fabliaux, recopilaciones de narraciones anónimas sumamente cínicas.

La Guerra de los Cien Años destruyó el sueño de la caballería, y con él el Roman Courtois. Guillaume de Lorris y Jean de Meung con su Roman de la Rose cerraron la Edad Media francesa. En esta obra se hace un análisis psicológico del amor bajo una forma alegórica. En el s. XIV apenas destacaron el cronista Froissart, el filósofo Commynes y el poeta Villon. Junto a los misterios y autos se desarrolló el teatro profano, gralte. cómico y moralizante. Agotado el idealismo medieval, el Renacimiento fue una época realista, donde predominó la búsqueda del conocimiento. El humanismo se manifestó plenamente en Gargantúa y Pantagruel (François Rabelais). Epígono del estoicismo y epicureísmo redivivos fue Michel de Montaigne, cuyos Essais sentaron la base del pensamiento moderno. Del estudio de los poetas de la Antigüedad se extrajo un gran impulso creativo en el arte de rimar; entre los poetas de La Pléiade fue figura señera Pierre de Ronsard.

Con el s. XVII irrumpió en Francia el clasicismo; François de Malherbe puso orden léxico y métrico en la poesía, mientras que René Descartes imponía el dominio de la razón sobre las pasiones (Discurso del método), polemizando con el empírico Blaise Pascal (Pensées). Entre 1636 y 1762 aprox., se extendió el Siglo de Oro francés, muy vinculado al español, caracterizado por un ideal clásico. Figuras capitales en este período fueron La Rochefoucald (Maximes), Madame de La Fayette, introductora de la novela psicológica con La princesse de Clèves, los dramaturgos Jean Racine y Molière (Tartuffe), el historiador católico Jean Baptiste Bossuet, el pedagogo Fénélon (Télémaque) y, por último, el moralista La Bruyère (Caractères). El clasicismo se basaba en la armonía autor-público, en el deseo de que el lector-espectador comprendiera claramente el mensaje. Esta tendencia a la perfecta comunicación se llevó al extremo en el XVIII: fue el siglo de la correspondencia, vínculo íntimo entre escritor y lector. Se despreció la forma, insistiendo en las ideas, en el progreso.

Entre los racionalistas que ejercieron su magisterio en las ciencias y la filosofía, estuvieron Montesquieu, precursor de la sociología (L'esprit des lois), Voltaire (Candide), y los enciclopedistas Dénis Diderot, D'Alembert y Louis Buffon. Contra el espíritu positivista reaccionario Jean-Jacques Rousseau (Le contrat social), considerado precursor del romanticismo. Esta nueva corriente tomó consistencia a principios del s. XIX con Madame de Staël y con Chateaubriand (Le génie du Christianisme). Les siguió el poeta lírico Lamartine, pero fue en la prosa y en el teatro donde el romanticismo mostró todo su vigor: Victor Hugo (Les misérables), Stendhal (Le rouge et le noir), Merimée (Chronique du régne de Charles IX), Balzac, creador de la comedia de costumbres (Le comédie humaine), Alexandre Dumas padre, George Sand y Benjamin Constant. La exaltación nacional que suponía el romanticismo propició una generación de grandes historiadores: Guizot, Tocqueville y Michélet.

En la segunda mitad del s. XIX Teóphile Gautier preparó la ruptura con el romanticismo; en poesía, los parnasianos cultivaron la perfección formal (Le conte de Lisle) e influyeron en los simbolistas: Verlaine, Rimbaud, Mallarmé (Les fenêtres); con ellos convivió el inclasificable Charles Baudelaire. El progreso científico nutrió al naturalismo, iniciado por Saint-Beuve, que evolucionó hacia el materialismo positivista de Auguste Comte y de Taine, su gran teórico. En el naturalismo se inscribieron Flaubert (Madame Bovary), Alphonse Daudet (Tartarin de Tarascon), Émile Zola (Germinal) y Maupassant (Bel Ami). También en la historiografía dominó la preocupación científica con Fustel de Coulanges. El s. XX nació bajo la influencia del amoralismo de André Gide (Les faux monmayeurs) y la filosofía de Henry Bergson.

La novela se orientó hacia la tradición psicológica de Anatole France. Especial importancia tuvo la investigación de la técnica narrativa de Marcel Proust con su A la recherche du temps perdu; entre sus seguidores destacó André Maurois. En poesía dominó la figura de Paul Valéry, flanqueado por Apollinaire y Jean Cocteau. En la novela moderna cabe mencionar a André Malraux (L'espoir) y Camus (L'étranger) y a Henry de Montherlant, así como al filósofo existencialista Jean Paul Sartre (La nausée) y su colaboradora Simone de Beavoir, y más recientemente a Alain Robe-Grillet (Dans le labyrinthe); en poesía, destacar tres nombres: André Bréton, Louis Aragon y Paul Eluard.

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