Natureduca - Portal educativo de ciencia y cultura |
Geografía
PAÍSES
Francia - 6ª parte
Historia hasta s. IX (continuación) s. X al XVII
Historia hasta siglo IX (continuación)
os reyes merovingios emprendieron una activa política cristianizadora apoyándose en la monarquía, que tuvo como resultado una uniformización de la cultura, las creencias y la mentalidad de sus súbditos. Bien es cierto que los progresos del cristianismo fueron lentos y se apoyaron en formas de devoción tan antiguas como el culto a las reliquias. No obstante, las invasiones habían acelerado la regresión iniciada durante el Bajo Imperio; una serie de epidemias acentuaron durante los ss. VI y VII el retroceso demográfico, así como la desorganización económica y social que lo acompañó. Desaparecieron los artesanos y obreros especializados, y las técnicas, salvo en la metalurgia (los germanos eran maestros en hacer armas y joyas), se hicieron más groseras. Las rutas terrestres quedaron prácticamente abandonadas, al igual que las ciudades, y la vida se concentró en aldeas dispersas. Los pequeños campesinos se pusieron bajo la protección de los poderosos, a menudo monasterios e iglesias, enajenándoles la propiedad de sus tierras e incluso de sus personas a cambio de protección.
En la sociedad germánica, la jerarquía se determinaba por la guerra: el rex era aquel que mejor conocía el oficio de obtener botines mediante el saqueo y sabía distribuirlos con generosidad y justicia; por ello el rey podía ser depuesto en el campo de batalla. Los últimos monarcas de la dinastía merovingia, por debilidad o acuciados por problemas de diversa índole (sobre todo las intrigas en su entorno), cedieron el ejercicio del gobierno a sus mayordomos de palacio, que pertenecían a la familia de los Arnulfos Pipínidas. En el 751 Pipino el Breve puso fin a su situación, haciéndose proclamar rey ante el final de la dinastía merovingia; el cambio supuso una auténtica revolución para el reino de los francos. El final del s. VII había significado el asentamiento definitivo de los bárbaros en Europa; este asentamiento fijó unas fronteras, que en realidad consistían en espacios vacíos y salvajes entre los islotes de población, que separaban a las distintas etnias. Con el advenimiento de los Pipínidas se planteó la posibilidad de organizar el territorio, a la manera más natural en aquella época: creando un imperio. Probablemente, el motor de esa necesidad de definir qué territorios y qué grupos humanos se encuadraban en el regnum francorum y cuáles no, era un cierto resentimiento de indefensión de una población de baja densidad, inmersa en una naturaleza hostil y empobrecida, y que tenía conciencia de estar rodeada por gentes distintas a ellos (pocos años antes, en el 732, Carlos Martell había tenido una escaramuza en Poitiers con sarracenos llegados desde el S). Pero, sobre todo, el s. VIII supuso el fin de la crisis, en medio de la cual se derrumbó el Imperio romano de Occidente.
La revolución de los Pipínidas o carolingios consistió en traspasar el poder de los caudillos guerreros a los dueños de la tierra, en una sociedad que se destribalizaba y que dejaba de ser depredadora para pasar a ser agricultora. Pipino el Breve proporcionó a su Imperio el marco político, en el que la autoridad emanaba del centro (en Aquisgrán) hacia la periferia, por medio de los capitulares y de los funcionarios del emperador, los missi dominici (marqueses, condes, duques). Supo además legitimarse con el apoyo de la Iglesia, que no podía ver con malos ojos esta reedición del Imperio romano. Carlomagno, hijo sucesor de Pipino, extendió el dominio territorial del Imperio carolingio hasta más allá de lo que había sido la Galia romana. En el año 848, siguiendo la tradición franca, su sucesor Luis el Piadoso dividió el Imperio entre sus tres hijos por el Tratado de Verdún. Carlos el Calvo obtuvo la parte occidental, la Francia occidentatus, que sería el núcleo de la Francia moderna. A partir de esta segmentación, fueron aumentando las diferencias lingüísticas, culturales, etc., entre las dos orillas del Rin.El pequeño reino de la Francia occidental, que ya puede llamarse simplemente Francia, quedó prácticamente reducido a la antigua Neustria, núcleo originario del Imperio carolingio, cuando diversos territorios que los carolingios habían concedido como feudos o beneficios se convirtieron en principados hereditarios e independientes durante el s. X (Flandes, Bretaña, Aquitania, Borgoña, Provenza, Normandía). Esta disgregación de la Europa cristiana en pequeños principados territoriales es lo que se conoce como Revolución feudal; se trató de la adaptación de las estructuras sociopolíticas a las necesidades de defensa cuando, durante el s. X, se produjo la última oleada de invasiones y agresiones contra el occidente europeo (sarracenos, húngaros, normandos). La defensa se confió a los especialistas de la guerra, entrenados para ella desde su nacimiento: los bellatores o militia.En una Europa tan poco poblada y sólo en el umbral de la riqueza como la del s. X la única alternativa posible a esas bandas de guerreros hubiese sido armar a todos los campesinos, abandonando la producción, lo cual era del todo inviable. Naturalmente, los defensores, los milites, reclamaron su puesto entre los que dirigían, y se beneficiaban, de la sociedad asentada sobre el régimen señorial. Se alcanzó una especie de pacto entre los dueños de la tierra y sus defensores, que básicamente consistía en un sistema de vínculos matrimoniales acompañados de concesiones de feudos y sancionado mediante el ritual del vasallaje. Este sistema de parentesco fue el motor de la expansión económica de los ss. XI y XII: para tener un séquito de fieles vasallos, había que tener grandes disponibilidades de tierra susceptibles de ser enfeudadas. En estos años se roturaron y poblaron ingentes cantidades de tierras, y al aumentarse la eficiencia de las explotaciones se pudo alimentar a mucha más gente, produciéndose una explosión demográfica.