GEOGRAFÍA - PAÍSES: Francia - 3ª parte
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Geografía

PAÍSES

Francia - 3ª parte


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Geografía humana

a situación estratégica del territorio francés, en el extremo occidental de Europa, ha propiciado el tránsito de los sucesivos pueblos y de los movimientos migratorios que han recorrido el continente a lo largo de la historia. Por ello, la población actual es el resultado de una profunda mezcla étnica, con unos inicios que se remontan a las migraciones célticas. A pesar de que se considera tradicionalmente un país latino, en el que se ha desarrollado un fuerte sentimiento de pertenencia a una etnia y a una nación, el francés constituye uno de los pueblos europeos con una mayor diversidad racial, que, con frecuencia, ha constituido una fuente de conflictos sociales y de tensiones políticas.

El 91 % de la población es de origen francés; el 1,5 % procede de Argelia; el 1,4 % de Portugal; el 0,8 % de Marruecos; el 0,6 % de España; el 0,6 % de Italia, y el 4,5 % de otros lugares. Así pues, han tenido gran importancia los movimientos de población, sobre todo la llegada de grandes contingentes de inmigrantes. A partir del s. XIX, Francia empezó a consolidar esta imagen de país de inmigración debido a la necesidad de mano de obra, lo que provocó la llegada de colectivos procedentes del resto de Europa (italianos, belgas, polacos, españoles y portugueses). Esta primera inmigración se mantuvo a lo largo del s. XX, aumentando considerablemente durante la década de 1960. A partir de mediados de siglo, a la inmigración de tipo económico se le sumó otra de carácter político, debido al liberalismo del Estado que admitía un importante número de refugiados: entre la Primera Guerra Mundial y el final de la Segunda llegaban tres millones de inmigrantes, en su mayoría judíos.

A fines del s. XX las tendencias inmigratorias cambiaron radicalmente. A partir de este momento, la mayoría de la población que llegaba a Francia procedía de países de origen árabe. A principios de la década de 1990 vivían en el país más de 1,6 millones de personas procedentes del Magreb (Marruecos, Argelia y Túnez), y un importante contingente de población negra de origen africano, procedentes de las antiguas colonias francesas. Sin embargo, las características socioculturales y religiosas de la nueva población, sobre todo la de origen árabe, plantearon graves problemas de integración y convivencia: la sociedad francesa acepta con dificultad la realidad de que la lengua árabe sea la segunda del país, y el islam la segunda religión. En este sentido, se asiste al reavivamiento de posiciones racistas, con la aparición de movimientos neofascistas que pretenden sustituir a los árabes por emigrantes del Este blancos, cristianos y europeos. La previsible avalancha de nuevos inmigrantes árabes, como consecuencia de la agitación política y económica de un Magreb de demografía explosiva, hace temer que en un futuro se asista a una exarberación de las tensiones y a una mayor radicalización de las posiciones racistas. Por otro lado, por lo que respecta a la emigración, nunca ha sido muy significativa.

A partir del s. XIX, los emigrantes se dirigían principalmente a Canadá, con parte de su población de ascendencia francesa, y a Luisiana, en E.U.A.; otros focos de atracción fueron América del Sur y las colonias francesas africanas y asiáticas, de donde muchos volvieron tras la descolonización. La tendencia de la población francesa a una baja natalidad, ya desde mediados del s. XIX, confiere un interés especial a la evolución demográfica del país. A principios del s. XIX Francia era el país más poblado de Europa, con más de 33 millones de habitantes. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo se inició un grave proceso de recesión demográfica, debido principalmente a los siguientes factores: en primer lugar, Francia fue el primer país europeo donde tuvo lugar la caída de los nacimientos y la reducción del número de hijos. Esta situación estuvo ligada sobre todo al inicio del control de la natalidad, que en Francia comenzó a fines del s. XVIII, mucho antes que en las demás naciones. Estuvo ligada también a la influencia de las nuevas ideas difundidas por la Revolución (divorcio, individualismo, disminución del sentimiento religioso, etc.).

Por otro lado, la recesión demográfica se vio favorecida por las múltiples guerras que asolaron al país durante esta época (napoleónicas, revolucionarias, franco-alemanas, etc.), que causaron grandes pérdidas de vidas humanas y la consiguiente reducción de la natalidad. En segundo lugar, las dos grandes crisis demográficas del s. XX provocadas por la Primera y la Segunda Guerra Mundial: durante el primer conflicto (1914-18), Francia perdió más de un millón y medio de personas; la Segunda Guerra Mundial (1939-45), provocó también la pérdida de más de un millón de vidas humanas. Esta situación llevó al Estado, en 1938, a emprender una serie de programas de ayuda destinados a incrementar la natalidad y a aumentar el nivel de vida; se pusieron en práctica medidas como la ayuda económica a las familias que tuvieran hijos, mejores cuidados sanitarios, etc. Este programa dio los primeros resultados en las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial, en las que se produjo un importante aumento de la población, debido, fundamentalmente, a tres factores: la llegada de numerosos inmigrantes, el regreso de un millón de franceses tras la descolonización de Marruecos, Túnez, Argelia e Indochina, y el aumento del número de nacimientos, fenómeno conocido como baby boom o explosión de la natalidad, que tuvo lugar en la mayoría de los países europeos durante la década de 1950. El índice de nacimientos se mantuvo alto en Francia hasta la década de 1960, cuando se produjo un importante descenso debido sobre todo a la difusión de los métodos anticonceptivos por vía oral.

Por otro lado, la tasa de mortalidad también descendió con la mejora de las condiciones sanitarias. Por todo ello, el país experimentó un cambio de tendencia y un crecimiento importante, llegando a situarse, a principios de la década de 1990, entre los países europeos con una tasa de natalidad más elevada. Sin embargo, la evolución demográfica de Francia durante el último siglo ha dejado sus huellas en la composición de la población actual: en primer lugar, el número de mujeres es muy superior al de hombres, a causa, sobre todo, de las bajas masculinas provocadas por las dos guerras mundiales. En segundo lugar, el envejecimiento de la población comporta una dependencia cada vez mayor de los ancianos respecto a la población activa; por otra parte, existe también una disminución creciente de la tasa de sustitución (cada vez hay menos mujeres en edad fértil).

Por lo que se refiere a la distribución, el movimiento demográfico interno, el éxodo rural, ha motivado la despoblación progresiva de algunas regiones y un aumento destacado de la población urbana. A principios de la década de 1990 las ciudades acogían un 75 % de la población total del país. El 25 % restante vivía en áreas rurales, aunque cabe mencionar que solamente una minoría (6,7 %) se dedicaba a las actividades agrarias, debido a que un gran número de habitantes de las áreas rurales se desplaza diariamente a las grandes ciudades para trabajar. Esta población es conocida popularmente en Francia como rurbaine («rurbana»), concepto compuesto por la unión de los adjetivos rural y urbain. La distribución poblacional es muy irregular, según las diferentes zonas del país. A pesar de que la densidad media se aproxima a los 103 h/km2, algunos departamentos sobrepasan los 500 h/km2. Es el caso de la región de París, los departamentos de Lille y Calais al N, el de Lyon y, en la costa mediterránea, los de Marsella y Niza. Por el contrario, otros territorios no superan los 100 h/km2ones, Francia cuenta con una notable red de ciudades medianas, con algunos núcleos aislados de importancia, entre las que cabe destacar Burdeos, Toulouse, Estrasburgo, Nantes, y otras como Ruán, Grenoble, Montpellier, Valenciennes y Saint-Etiènne.

Por lo que respecta a las pequeñas ciudades, a fines de la década de 1980 acogían a más del 10 % del total de la población. La existencia de estas ciudades es importante porque favorece la cobertura espacial de los núcleos habitados y el desarrollo de la red de comunicaciones internas. La antigua tradición industrial de los grandes núcleos (Lille, Lyon, París), y la tradición comercial y portuaria (Marsella), han propiciado el desarrollo demográfico y económico de estas zonas del N y del E del país. A ello cabe añadir la riqueza minera de las zonas fronterizas con Bélgica y Alemania y, sobre todo, la existencia de una importante red de comunicaciones fluviales que ha permitido el contacto entre el Mediterráneo y las regiones industriales del N de Europa, a través del Ródano, el Rin, el Mosa y el Sena.

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