OEA: solución para Venezuela y los conflictos en América

Por: Juan Carlos Linares Balmaseda.

Sea inconsciente o deliberadamente, las interpretaciones de política y de politiquería se llegan a confundir. De acuerdo al diccionario, politiquear significa intervenir o brujulear en política, tratando con superficialidad, ligereza y hasta mediante intrigas y bajezas, urdir políticas que anidan mucho más de conspiraciones. Y la política como Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados, es una actividad de quienes rigen o aspiran a ejercer en los asuntos públicos. Es la equitativa actividad ciudadana para intervenir en las cuestiones públicas con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo pacífico.

OEA: solución para Venezuela y los conflictos en América

Lo más racional, lógico y justo es que se llame a la policía, a los bomberos o a emergencia médica cuando existe una urgencia relacionada con un hecho, o una circunstancia extrema que ponga en peligro a la ciudadanía o a alguien en particular. De igual modo, en un mundo cada vez más global, resulta natural que se instituyan organizaciones que velen por los órdenes regionales. Si en Europa existe una OTAN (Organización del Atlántico Norte), y con todas las prerrogativas con que cuenta para mantener la estabilidad, no solo regional sino también mundial, entonces por qué la OEA (Organización de Estados Americanos), al igual que organizaciones regionales de  otros continentes, como por ejemplo la Unión Africana, etc. no cumplen un activo rol cívico y militar parecido.

Esta falta de acción concreta ante la desestabilización democrática o la abierta tiranía en diversas regiones en buena medida provocó que Estados Unidos, el más poderoso integrante de la OEA, durante años haya actuado feliz o desacertadamente fuera de nuestro continente como gendarme mundial de manera concreta, con el peso de su poderío militar. Sin embargo, la susceptibilidad ante el intervencionismo del más poderoso que estas acciones dejó en América Latina en etapas anteriores a la Guerra Fría y durante la misma, no importan las intenciones de restauración democrática que se pretendieran desde Washington, establecieron un contemporáneo umbral inamovible para acciones semejantes en el continente. Esto fue aprovechado ampliamente por la acción de zapa contra la democracia de las fuerzas subversivas de la izquierda carnívora del área, controladas desde La Habana, cuyo resultado más desastroso es la presente Venezuela.

Cada vez con mayor urgencia la OEA está siendo convocada a desempeñar un rol más protagónico en nuestro continente en la defensa de jure y de facto de los intereses ciudadanos, las libertades y los derechos humanos, mediante  acciones basadas en la justicia de los Estados para con sus ciudadanos.  Como ningún otro instrumento panamericano, esta organización regional está llamada a convertirse en una fuerza que incentive y proteja la auténtica integración del continente. Y la manera más contundente de lograrlo sería mediante la presencia permanente de un ejército conformado por soldados de todos los países del área.

  Con este centinela democrático, el gobernante de un país integrante tendría que respetar las normas republicanas que permitieron su elección, sin poder violentar por la fuerza esos términos. La premisa fundamental es que ningún gobernante, grupo o partido político elegido invoque su propia autoridad para salirse  del marco democrático porque les parezca lo adecuado para sus propósitos. 

La presente peligrosa situación en Venezuela, donde dos opciones nacionales se enfrentan, es un ejemplo del caos que provoca el  intento de mantener un régimen voluntarioso. Es un problema social, política y económicamente tóxico y en plena expansión fuera de sus fronteras que pide a gritos una solución perdurable.

En una vertiente, el pueblo se enrumbaría en un proceso democrático estable, mediante una vía electoral universalmente transparente y verificable por todas las partes para elegir libremente a sus líderes, trayendo paz y prosperidad al país. En la otra, el actual régimen de cosas se consolidaría en un poder irrevocable y base de operaciones nacional, continental y mundial en conexión con intereses de fuerzas claramente antidemocráticas y anti occidentales, como el neo zarismo ruso,  el velado comunismo maoísta chino, o la interconexión de grupos guerrilleros latinoamericanos aliados con intolerantes regímenes o grupos islámicos. Y todo ello con la asesoría y el apoyo directo y/o solapado del imperialismo castrista.

El caso de Venezuela es el de una crisis que por mucho que se dilate, probablemente su solución más drástica estará en la intervención de una fuerza superior que neutralice la posibilidad de conflicto armado entre los bandos en pugna, con suficiente poder y legitimidad continental en consenso como para restablecer el orden constitucional. 

En dependencia de cómo se resuelva el conflicto venezolano, mediante una política responsable o con politiquería (la que a cada poco asoma su faz), marcará el futuro no solo de este pueblo, sino de todo el continente.

Las consecuencias de la opción de intervención humanitaria inquieta a los demócratas norteamericanos y a los “progresistas” del resto del mundo. Conllevaría a un resurgimiento de “novedosas” convicciones y combinaciones de los denominados “intelectuales de izquierda”, que sin escrúpulos tejerían artimañas politiqueras para en principio intentar incendiar con propaganda antidemocrática la opinión popular en países limítrofes con Venezuela. Volverían a la escena los grupos de nuevo tipo como: Tupac Amaru, Sendero Luminoso, Ejércitos de Liberaciones Nacionales,…y a revivir los recuerdos de Bahía de Cochinos en Cuba, la creación de uno, dos, tres, cien Vietnam….

Asimismo, parafraseando a José Martí “caería sobre nuestras tierras de América, el gigante de siete leguas”, que no sería otro que las disimiles variantes que componen y promueven el terror, sea de origen individual, colectivo o de Estado, favorecidos con doctrinas religiosas, ideológicas o étnicas. Para evitarlo, la OEA tiene que hacer uso de una efectiva política proactiva e inclusiva, sin prejuicios hacia la soberanía ciudadana que en conjunto forman la de los pueblos, no la de los autoritarios y soberbios gobernantes.      

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