El Trumpazo

Por: Juan Carlos Linares Balmaseda

La excepcional diferencia entre buenos y malos gobernantes debe medirse entre los que respetan y protegen las libertades y los derechos humanos, y los que no lo hacen.  Y aunque opinar es un derecho, y siempre hay cierto juicio en cada crítica objetiva,  pese a cómo lo juzgan sus admiradores y detractores extremos, Donald Trump no será un gobernante angelical pero tampoco es satánico.  

El Trumpazo

Sus detractores lo ven como al que el dinero le facilitó conseguir cuanto quiso en esta vida. Eso conduce a la presunción de un supuesto comportamiento de sinvergüenza. Y si a ello se le añade el rango que le otorga convertirse en el presidente del país más poderoso del planeta, se multiplica a otros presuntos defectos de su personalidad, como prepotencia, arrogancia y narcisismo imperial. Incluso hasta locura.

Por otro lado, sus seguidores interpretan el modo de decir y actuar de Trump, como el de aquel que a pesar de su edad aún conserva un carácter juvenil, impetuoso ante metas personales, comprometido con el electorado nacional y los admiradores de su pueblo, haciendo uso de una franqueza abrumadora, sin temor a las consecuencias.

Lo que sí es indudable para todos es que Trump  es sorprendente. Pese a que venía batiendo a casi una veintena de candidatos desde las primarias, sorprendió a los agoreros que daban por hecho su incapacidad para vencer en la contienda presidencialista. Consiguió superar la “demoledora pegada” de la “peso completo” Hilary Clinton, la que contaba con el colosal respaldo de la gran prensa tradicional norteamericana  augurando segura la silla de Comandante en Jefe a la primera mujer en la historia de Estados Unidos de América… y que lo que realmente ocurrió aún les parece imperdonable.

Este es un detalle que acentúa la polémica en torno a Trump: haber escalado la cumbre hacia la presidencia no siguiendo el típico trillo de los que contraen compromisos partidistas con la maquinaria política del establishment. Por ello un sector ligado a esta estructura lo considera un “antisistema”.  

Al anteponer los intereses de la nación, los que se comprometió en proteger, Trump se vio forzado a reajustar su vieja mentalidad de magnate, rompiendo con  el aparato de poder más poderoso del mundo, uno del que incluso Trump fuera puntal activo, con intereses en aumentar su fortuna personal negociando con cualquier tipo de país y gobernante, tanto de tendencia democrática o no. Ahora es un presidente que no claudica con esas rancias fuerzas en USA, de las cuales dejó de conformar cuando asumió el cargo.

Un gobierno “fuerte” no necesariamente significa un pueblo próspero. Sin embargo, en el caso de Trump, da pasos que aumentan la prosperidad del país sin fortalecer el modelo de “Estado Benefactor” tradicional. En política exterior sentó un precedente al enfrentar con agresividad a violadores de los derechos humanos, terroristas y sus patrocinadores mostrándose constantemente batallador y agresivo contra todo lo anti-occidental, y todo ello sin iniciar guerra alguna.

Enumerando estás acciones positivas, ¿por qué pervive tanto rencor en su contra? Sin ir lejos atrás, el anterior mandatario, Barack Obama, durante casi dos años y en secreto negoció conflictos y soluciones directamente con los Castro, dictadores de un régimen señalado como  agresivo elemento del imperialismo totalitario internacional. En secreto, Obama ordenó cazar y ajusticiar al súper terrorista Bin Laden, violando la soberanía de un  Estado aliado como Pakistán. Y no dejó de ser un hombre decente ni la gran prensa ni político alguno intentaron promover un impeachment en su  contra. Muy al contrario,  lo aplaudieron.

“Caer en gracia vale más que ser gracioso”, es la frase que le pega a Obama. Y a Trump: “Cría fama y acuéstate a dormir”. Y tampoco es una frase vacía “Cuba no está sola”. Todos los tiranos son y tienen compinches, tiren a la izquierda o a la derecha. 

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