JARDINERÍA PRÁCTICA: CULTIVO Y MANTENIMIENTO DEL CÉSPED

INTRODUCCIÓN


Cuando hablamos de «césped» no podemos obviar el amplio mundo que lo rodea. La aparente fragilidad de esta pequeña gramínea, también conocida como hierba, pasto o grama, esconde el potencial de una planta capaz de mostrar una impresionante exuberancia cuando crece en densas cubiertas verdes, formando una especie de prados, sea con fines ornamentales, deportivos o recreativos. Tampoco podemos olvidar, que la familia de las poáceas o gramíneas a la que pertenece esta herbácea constituye un grupo de más de 12.000 especies descritas, con origen en el Cretácico, actualmente distribuidas por casi todos los ecosistemas del globo y, aunque ocupe un cuarto lugar entre las familias más numerosas en especies (después de las orquídeas, leguminosas y compuestas), es sin embargo la primera en el mundo por su interés económico, debido al consumo en forma de cereal y otros subproductos.

Aún siendo el grupo de las cespitosas unas gramíneas modestas con respecto a las demás especies de interés para la alimentación humana y como forraje, nos sorprenderán sus propiedades al profundizar en su estudio, así como la adaptación y capacidad de resiliencia en muchas de ellas. Además, alrededor del césped también se halla una importante industria y variadas actividades profesionales. Por supuesto, las herramientas y maquinaria de jardín se integran en esa actividad, algunas son incluso exclusivas para trabajar y mantener el césped; hablamos por ejemplo de los cortacéspedes, cuyo amplio abanico de tipos, características y funcionalidades existentes en el mercado, permite acceder a una gama de máquinas para cada necesidad concreta.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS


El hombre de las cavernas tenía suficiente con sobrevivir, cazando y recolectando los frutos silvestres que podía hallar en su entorno. Su vida se desarrollaba en una continua incertidumbre acerca de qué le depararía el día siguiente, en consecuencia cualquier espacio para el recreo, el ocio o el ejercicio de una actividad artística, eran improbables. La agricultura vendría mucho después, y aun así, los conceptos de «césped» o «jardín ornamental», tardarían aun más en aparecer. Ni siquiera culturas con prestigio como la antigua Grecia, pasando por Jerusalén, Roma y culminando en la siempre admirable Asia, iniciaron el gusto por el césped. Fue en los castillos de la Alta Edad Media, con la aristocracia inglesa y francesa, donde comenzaron a manifestarse lo que para muchos campesinos de la época podía considerarse una extravagancia, pues la nobleza y los señores feudales gustaban de exhibir esos grandes espacios verdes a la entrada de sus residencias, cuyo cuidado requería igualmente grandes esfuerzos humanos, sin otra función que servir como símbolo de sus estatus, pues el césped no les ofrecía ningún beneficio económico, si acaso el del estado de ánimo ante su contemplación, pero sobre todo la manifestación de la propia posición de poder y grandeza.

Con la progresiva pérdida de poder de la nobleza en La Edad Moderna, ese símbolo de grandeza siguió, de alguna manera, manifestándose a través de las instituciones de Gobierno. Los espacios representativos de los poderes políticos, los parlamentos, residencias oficiales y en general los edificios públicos, fueron conservando en su entorno aquel emblema en su tiempo reservado a los nobles. El césped se convirtió así en el siglo XIX, impulsado también por la burguesía reinante y la gente acomodada, en símbolo de elegancia, distinción y buen gusto, además de investir de respeto a las instituciones y sus altos representantes.

Césped del jardín del Trinity College (Cambridge) – Imagen Wikimedia Commons

Con la Revolución Industrial, la tecnología llegó a los hogares y permitió que se popularizara el acceso a máquinas y herramientas para el cuidado de los céspedes y jardines en general. El césped, pasó de ser un lujo reservado a la alta sociedad, para convertirse en un recurso habitual en las familias de la clase media. Cuando algunos deportes de masas, como el fútbol, conquistó a la gente y terminó siendo objeto de aprecio por los medios de comunicación, especialmente la televisión, la presencia y calidad de los campos de juego tomaron peso, generalizándose los céspedes deportivos que ya se habían comenzado a utilizar en círculos de la alta sociedad muchos años atrás.

QUÉ ES UN CÉSPED


¿Quién no ha visto alguna vez un césped? Es seguro que lo reconocerás a primera vista. Uno de los más representativos es esa inmensa campiña donde se juega a golpear una bolita y hacerla volar o rodar hasta introducirla en un hoyo. Un campo de golf puede resultar un impresionante espectáculo visual; esas superficies y montículos tapizados de un verde de ensueño, con algún que otro solitario arbolito, a veces salpicadas de pequeños estanques o balsas bordeadas de albero, son como lienzos donde los humanos pueden escenificar sus capacidades artísticas y deportivas.

Césped de un campo de golf – Imagen Wikimedia Commons

Esa alfombra que tapiza los terrenos deportivos, los entornos de las universidades, parques públicos, edificios e instituciones de todo tipo, gubernamentales o privados…, no es más que un ejército de millones de diminutas briznas convenientemente acondicionadas por la mano humana, formando un espacio donde jugar, descansar, pasear o imbuirse emocionalmente de su contemplación. Es, en definitiva, un lugar donde expresar la vida.

No debemos confundir un césped con una pradera. La pradera es un conjunto de prados, normalmente llanos y abiertos, con diferentes nombres y características según su ubicación geográfica (pampa en Suramérica, sabana en África, estepa en el área central de Eurasia…). Muchas de esas extensiones son explotadas por su interés económico, para forraje o la siembra de diferentes cultivos, especialmente cereales.

Pradera de la llanura pampeana – Imagen Wikimedia Commons

Por su parte, un césped ornamental es una creación, según su complejidad y armonía incluso una obra de arte, fruto del ingenio humano en el control y ordenamiento de los procesos biológicos de la Naturaleza, que aporta otra dimensión a sus actividades, sean de ocio y esparcimiento, deportivas o simplemente contemplativas.

En definitiva, un césped es un tapiz herboso, convenientemente recortado y mantenido para que conserve siempre su máximo esplendor, color y fisiología, independientemente de las condiciones climáticas. Y, en el caso de aquellos céspedes dedicados a un esfuerzo suplementario, donde se manifiesta una agresividad hacia sus condiciones de crecimiento y conservación, como es el caso de los terrenos deportivos, se exige además unas características especiales de rusticidad y capacidad de recuperación ante el «maltrato» al que suelen ser sometidos. Así, no es deseable en un césped que presente superficies irregulares o desiguales, zonas desnudas o calvas, hierba extremadamente alta o áreas donde se manifiesten diferencias notables en el color, debido habitualmente a la falta de riego u otras deficiencias que afectan a la salud de las plantas.

El césped deportivo requiere unas características de rusticidad y capacidad de recuperación, debido a las actividades agresivas al que suele estar sometido – Imagen Pixabay

PREPARACIÓN DEL TERRENO


Elegir la ubicación

Cualquier sitio no es una opción para el emplazamiento de un césped. Por ejemplo, elegir un lugar árido y solitario sería un error, porque habría que crear un clima específico para ese bioma, donde no hay sombras ni fauna microbiana suficiente para conseguir las condiciones necesarias para el desarrollo de las plantas. Todo ello podría lograrse, pero a base de aportar al suelo un enorme cantidad de materia orgánica, agua y fertilizantes, entre otras materias de acondicionamiento del suelo, como materiales de drenaje o capaces de conservar una humedad adecuada. Ambientalmente, esta labor es del todo inapropiada.

Debemos reservar al césped un lugar no muy grande, que se halle cerca de alguna vegetación, arbustos, macizos, incluso sorteado por árboles que aportarán una sombra alta y alterna gracias al movimiento del sol, que evitará esas zonas desecadas o calvas producidas por una radiación solar intensa y permanente sobre la superficie. Las edificaciones cercanas también permiten una protección contra los agentes atmosféricos. Si hablamos del entorno del hogar, los lugares adecuados serían los aledaños de la vivienda, los anexos de la entrada principal, las zonas próximas a un estanque, el perímetro de una piscina, etc.

Es importante elegir una ubicación que disponga de árboles, vegetación o edificaciones, para que el césped se halle protegido de los agentes atmosféricos – Imagen Pixabay

Limpiar y drenar el terreno

El área donde hayamos decidido establecer el césped debe estar limpia y desalojada de cualquier materia no compatible con nuestro proyecto. Hay que arrancar hierbas, hojas, brotes, raíces…, así como piedras y otros materiales que puedan entorpecer el trabajo de preparación del terreno. Si la vegetación es muy abundante y no puede ser eliminada mecánicamente mediante desbrozadoras u otras herramientas para esa función, podríamos utilizar con precaución un herbicida de contacto, al menos un mes antes de comenzar los trabajos; una medida habitual en la preparación de un terreno virgen es regar y esperar a que nazca la maleza, seguidamente aplicar el herbicida.

El terreno elegido debe drenar adecuadamente el agua absorbida, asegurándonos que un riego excesivo o las lluvias torrenciales que pudieran surgir puntualmente puedan ser descargadas de forma fluida, sin encharcar el terreno. Si después de regar se forma un charco durante más de 15 minutos, es indicio de que el suelo no filtra correctamente. Los problemas de drenaje podemos corregirlos creando desniveles en el terreno que permitan acoger las aguas más altas y canalizarlas hacia algún colector. Debemos evitar que la superficie presente zonas cóncavas, nivelando el suelo para prevenir la acumulación de agua. Si por la naturaleza del suelo se requiriera un sistema de drenaje sostenido, podemos excavar una red de canales subterráneos, con un colector principal situado o bien en un lateral de la finca, o bien en el centro (como la forma que presenta la espina de un pescado), y en el cual descargarán las canalizaciones secundarias. Esos canales deben ser protegidos con grava o tejas, para que la tierra y los lodos no terminen taponándolos.

El terreno debe poder drenar adecuadamente el agua, sea por lluvias torrenciales o un riego excesivo – Imagen Pixabay

Analizar el suelo

Cuando ya tengamos el suelo acondicionado, es el momento de realizar un análisis de sus características físicas y químicas, observando su pH y granulometría. Físicamente, el suelo puede ser arenoso o arcilloso; si es arenoso lo sabremos al intentar humedecerlo y moldearlo con la mano, ya que nos resultará complicado conseguir que conserve la forma. En este caso, debemos añadir tierra vegetal en una proporción suficiente hasta que esa forma se mantenga, esto favorecerá la retención de la humedad. Si por el contrario el suelo es arcilloso, veremos que al moldearlo con la mano se queda consistente y se endurece al secar. En este caso hay que incorporar arena de río en una proporción suficiente hasta que sea capaz de filtrar y drenar el agua.

Por otro lado, químicamente el suelo puede ser ácido o alcalino; su medida se realiza mediante una escala de pH que va desde el 0 al 14 (0 es el valor más ácido y 14 el más alcalino), el valor 7 se considera un valor neutro, es decir ni ácido ni alcalino. Aunque hay plantas que prefieren suelos más o menos ácidos, lo común es que prefieran suelos neutros. Mediante un kit de análisis de suelos podemos conocer el pH de nuestro terreno, también existen papeles de tornasol reactivos, que nos darán el pH según el color que presente una tira de papel.

Una vez que sabemos el pH de nuestro suelo, podríamos necesitar corregirlo para hacerlo más ácido o más alcalino. Añadiendo cal, en polvo o granulado, reduciremos la acidez (se hará más alcalino). Por su parte, para acidificar un suelo que es muy alcalino, podemos añadir diferentes sustancias o materias: sulfato amónico, turbas o fertilizantes nitrogenados, entre otros.

Roturar y rastrillar

Aunque ya tengamos nuestro suelo acondicionado, nos queda una labor muy necesaria para que las plantas puedan enraizar, capturar los nutrientes del sustrato y oxigenarse correctamente. Para ello es preceptivo «romper» ese suelo que quizá lleve mucho tiempo compactado, es lo que se conoce como roturar, es decir, arar el suelo por primera vez para convertirlo en un terreno manejable y cultivable de ahí en adelante. El roturado se puede realizar mecánicamente, mediante un motocultor, o con una simple azada mediante una labor manual.

LOS TIPOS DE CÉSPED


Un césped es un conjunto de hierbas, pero ¿qué variedad de hierba? No debemos elegir la primera semilla que veamos o nos ofrezcan, porque hay un buen número de variedades con características diferentes, que pueden resultar más o menos adecuadas para nuestras necesidades.

Para uso deportivos se utilizan aquellas mezclas de especies y variedades con mayor resistencia al pisoteo. Para uso ornamental, se formulan variedades donde priman la finura y el color, y donde el pisoteo es mínimo o nulo. Para uso universal, se utilizan mezclas de variedades más rústicas, que se adaptan bien a diferentes condiciones de suelo y clima; su aplicación es variada: parques, áreas recreativas, medianas de las vías públicas, etc.

En los céspedes deportivos se utilizan mezclas de variedades resistentes al pisoteo. Imagen Pixabay

Existen semillas de césped y de grama, y aunque ambas son cespitosas, presentan notables diferencias que conviene conocer antes de embarcarnos en la tarea de la siembra. A continuación se describen algunas con sus características, tanto de tallo fino como grueso y mediano, así podemos evaluar con mayor juicio qué conviene a nuestro espacio:

Agrostis capillaris – Imagen Wikimedia commons

Agrostis

Se trata de un género de plantas con más de 100 especies de hierbas, perennes en su mayoría. Esta gramínea presenta hojas muy finas, con rizomas bien desarrollados y tallos rastreros. La mayoría son anuales, de hojas planas y de poca talla, siendo muy popular para los campos de golf. Se adapta bien a variados tipos de suelo y no es exigente en cuanto a las necesidades de nutrientes, aceptando incluso suelos ácidos. Sus semillas son muy pequeñas, en un gramo caben alrededor de 15.000. Una de sus mayores ventajas es que soporta las siegas frecuentes y muy cortas, permitiendo disponer de un césped muy denso.

Las especies de este género útiles para nuestros objetivos, como la Agrostis capillaris o la Agrostis stolonífera, se multiplican por estolones y rizomas, por lo que resulta muy útil en aquellas mezclas dedicadas a recuperar zonas poco densas o calvas en céspedes ya establecidos. No obstante, esas dos especies tienen sus propias características distintas entre sí, por ejemplo la primera prefiere climas húmedos y temperaturas suaves, mientras que la segunda se adapta sin problemas a diferentes condiciones climáticas, además de ser una de las más finas.

Agrostis stolonifera – Imagen Wikimedia Commons

Festuca rubra

También conocida como festuca roja o cañuela común, esta gramínea presenta un césped fino y muy estético, no obstante le afecta el excesivo pisoteo. Es resistente al frío y se desarrolla bien en climas secos templados, pero las sequías las resiste moderadamente. Su crecimiento es lento y no tolera bien los cortes bajos. No es muy exigente en cuanto a fertilización, adaptándose bien a suelos pobres y salinos.

Este género tiene algunas variedades muy distintas entre sí, cabe destacar las siguientes:

  • Festuca rubra rubra
    Muy estética. Tolera bien el estrés, la sombra y tanto las condiciones de invierno como estivales. Es resistente a diversas enfermedades. Se adapta a todo tipo de mezclas con otras especies cespitosas.
Festuca rubra, var. conmutata – Imagen Wikimedia Commons
  • Festuca rubra trichophylla
    Esta variedad de festuca roja es la mejor para climas áridos. Se halla muy bien adaptada a los litorales al presentar una tolerancia natural a la sal. No es exigente en cuanto a fertilización y riego, aunque se debilita a temperaturas altas, pudiendo ser necesario riegos extraordinarios si se presentan más de siete días de calor intenso.
  • Festuca rubra commutata
    Es una festuca de hoja bastante fina y encespante, gracias a que emite tallos más pequeños a partir del tallo principal, creando un tipo de cobertura de mayor superficie. Es la de mejor adaptación a climas húmedos y fríos, tolera bien la sequía y lugares sombríos. Resiste muy bien los cortes más bajos. Se adapta bien a todo tipo de suelos por lo que no es tan exigente con los fertilizantes.

Cynodon dactylon

Cynodon dactylon – Imagen Wikimedia Commons

Esta es la popular grama, extremadamente resistente al pisoteo, al calor, sequía y salinidad, por ello es muy utilizada en céspedes de todos los litorales pues soporta incluso la sal en el agua de riego. Es en las zonas de interior donde esta planta se convierte en una mala hierba, llegando a colonizar toda la superficie donde se asiente; su erradicación es casi imposible.

Lolium perenne

Esta gramínea es la popular Ray Grass Inglés, muy utilizada en la mayoría de las mezclas de césped, debido a su rápida implantación (germina en pocos días) y perfecta base de apoyo, altura y resistencia para las demás especies. Aunque tiene una resistencia moderada al pisoteo y la sequía, soporta muy bien el frío.

Poa pratensis – Imagen Wikimedia Commons

Poa pratensis

Conocida como la poa de sol (la poa de sombra es la nemoralis). Se trata de una gramínea muy resistente al pisoteo y las temperaturas extremas (frío, calor y sequía). Es lenta en su implantación, por lo que necesita mezclarse con otras especies más rápidas (como el ya citado Ray Grass Inglés).

Dichondra micrantha o Dichondra repens

Es una especie no gramínea, cuyas hojas diminutas pueden cubrir fácilmente una superficie con un aspecto de gran belleza, especialmente aquellas zonas húmedas y sombrías. Es más adecuada para climas cálidos, ya que no soporta bien el frío intenso. Tolera bien la salinidad, por lo que se adapta bien a zonas de litoral, y no es necesario mezclarlas con otras especies para obtener una bonita cobertura.

Trifolium repens

Es otra especie no gramínea, el trébol blanco enano. Al tratarse de una leguminosa, no necesita abonado nitrogenado, ya que lo fija a través de las bacterias de sus raíces. Es una planta invasora, por lo que debe mezclarse en poca proporción con otras semillas.

Festuca arundinacea – Imagen Wikimedia Commons

Festuca arundinacea

Es una gramínea con un futuro seguramente prometedor. Su notable resistencia a las enfermedades, la sequía e incluso la salinidad, junto con su gran capacidad de adaptación a suelos pobres y muy pocos problemas de mantenimiento, la hacen una gran candidata a ser elegida por aquellos que no quieren complicarse demasiado. Sus puntos negativos, son, quizá, la asperosidad y dureza de las hojas, que son más acusadas que en otras especies.

Paspalum notatum

Es otra especie rizomatosa. Gracias a ese sistema radicular puede vegetar en condiciones de aridez, en suelos variados y poco fértiles, preferiblemente arenosos. Se adapta perfectamente a climas húmedos y cálidos, aunque el rigor invernal en zonas de interior no le es propicio. Las hojas presentan una textura vasta, muy robusta y resistente al pisoteo, parecido al de la grama.

Pennisetum clandestinum – Imagen Wikimedia Commons

Pennisetum clandestinum

Conocida vulgarmente como Kikuyo, es una gramínea que se multiplica por rizomas y estolones, de hoja ancha y vasta, con bordes vellosos. Es una planta incluso más agresiva que la grama en su implantación y agresividad. No resiste los climas continentales, siendo más indicada para el litoral mediterráneo para su uso en céspedes de escaso mantenimiento.

LA SIEMBRA


Sembrar semillas en una jardinera o una maceta, es algo para lo que nadie suele necesitar un manual. Pero, la siembra de semillas cespitosas en un área determinada debería realizarse siguiendo un esquema de marcado, ya que cuando hay que esparcir cientos de miles de semillas, es muy fácil perder la proporción y el tamaño de la superficie que estamos repoblando.

Primero debemos compartimentar el terreno en calles, por ejemplo dibujando con yeso o mantillo unas líneas de separación de un metro de anchura entre ellas. Seguidamente ya podemos ir sembrando las semillas en esos pasillos a voleo, según la dosis que recomiende el fabricante, normalmente se indica una cantidad por cada 100 m2. Después ya podemos ir cubriendo con una ligera capa de mantillo o, si se prefiere, usando un rastrillo. La última labor es pasar un rulo apisonador y regar con una lluvia fina. Este riego hay que mantenerlo en lo sucesivo hasta que se produzca la germinación de las semillas, y de forma suave pero frecuente (hasta tres veces al día), evitando encharcar el terreno o que el agua corra sobre él formando surcos. A partir de este momento no hay que pisar nunca lo sembrado, ni durante la germinación, hasta que llegue el momento de la primera siega.

Dependiendo de la meteorología, la temperatura, la luz…, en unos días veremos como van emergiendo esas agujas verdes, al principio solitarias pero que poco a poco se van multiplicando hasta formar nuestra soñada alfombra. Aquellas especies estolonizantes serán vitales para cubrir los huecos vacíos, al emitir unos zarcillos que al contacto con la tierra producirán hojas y raíces. Esa proliferación de vegetación ayudará además a evitar la propagación de las malas hierbas. Cuando ya el césped esté consolidado, iremos espaciando los riegos pero aumentando la dosis aplicada. Debemos regar por la noche o al amanecer.

Resiembra

Podemos resembrar a finales del verano o primavera, preferentemente, para lo cual previamente debemos suspender la fertilización y el riego durante unos días. Justo antes de la resiembra debemos segar con un corte bajo y escarificar a continuación para eliminar el máximo de posibles restos vegetales. Tras diseminar las semillas, haremos un ligero recebado con arena y pasaremos el rulo finalmente.

EL ABONADO


Necesidades de un césped

Un césped conforma una agrupación de miles de pequeñas plantitas que, según la especie, serán más o menos voluminosas; por ejemplo las cespitosas más grandes como Festuca y Ray Grass Inglés, conviven unas 15.000 plantas en un solo metro cuadrado; pero hay algunas especies diminutas, como la Agrostis stolonifera, donde esa cifra alcanza las 100.000 plantas. Todas ellas, por una parte, se ayudan y cooperan en la propia supervivencia, conservando la humedad del suelo y proyectando sombra entre sí para aguantar los rigores de la radiación solar, al tiempo que unidas soportan mejor el maltrato que supone su pisoteo u otras formas de agresión. Por otra parte, un césped también hay que analizarlo desde su posición individual dentro del grupo, pues cada planta compite también con su vecina por el espacio y los recursos de agua y nutrientes. Semejante cantidad de seres vivientes requiere, en consecuencia, una notable inyección de alimento e hidratación.

Abonando por primera vez

Nuestro proveedor nos recomendará el mejor fertilizante para nuestra variedad de césped, pues no todos tienen los mismos requerimientos de abonado. Debemos mezclar bien usando el azadón o el motocultor, pero teniendo mucho cuidado de no voltear la tierra porque podemos dañar la microfauna, que es muy beneficiosa para nuestros cultivos. Es preferible laborear el suelo varias veces para deshacer bien los terrones y mezclar bien la materia orgánica, antes que trabajar el suelo en profundidad.

Fertilizantes químicos para suelos de pasto – Imagen Wikimedia Commons

Después de abonar hay que rastrillar convenientemente todo el terreno y dejarlo bien nivelado, sin zanjas ni promontorios, pues si las semillas cayesen en una hondonada se verían forzadas en la germinación, y si lo hacen podrían terminar anegadas por los charcos que se producirían al llover o regar. Un desnivel en el terreno, además de crear una falla estética, dificultaría más tarde las tareas de mantenimiento, especialmente la del segado.

Fertilización

Las necesidades de fertilización del césped varían según parámetros como la composición del terreno o su textura. Uno de los elementos principales es el nitrógeno, que debe ser aportado mediante liberación lenta durante todo el periodo de crecimiento activo del césped, realizando varias aplicaciones. El fertilizante se puede añadir al agua de riego, pero si se opta por fertilizar la superficie de forma sólida hay que regar inmediatamente después.

EL SISTEMA DE RIEGO


Un césped lustroso, además de un abonado conveniente, requiere de un riego frecuente pero muy bien distribuido. No existe ningún inconveniente en regar manualmente, pero la realidad es que resulta complicado ser uniforme en esa labor, corriendo el riesgo de que en nuestro prado vayan apareciendo rodales, mostrando manchas marrones o amarillentas debido a las plantas que se van marchitando. En pleno verano, un metro cuadrado de césped necesita unos 7 u 8 litros de agua todos los días; hacerlo manualmente tiene pues sus dificultades, por ello se recomienda dotar a nuestro césped de un riego automático, que no sólo nos ahorrará agua al dosificarla por zonas, sino que también evitaremos que queden áreas sin cubrir o excesivamente regadas.

Boca de riego de un sistema automatizado – Imagen Wikimedia Commons

El riego automático ideal para un jardín consta de una red de tuberías enterradas, con unas bocas de riego convenientemente distribuidas por el terreno, que permitan cubrir toda la zona sembrada. El sistema de dispersión del agua dependerá del modelo de surtidor. Si además dotamos al sistema de un programador, podemos establecer el horario de riego, por ejemplo al anochecer o al amanecer, para evitar las horas demasiado calurosas.

EL SEGADO


La primera siega

Cuando la altura del césped alcanza entre 5 y 7 cm, es el momento de proceder a la primera siega. A partir de aquí, esa hierba que crecía sin uniformidad debido a las diferentes profundidades de las semillas, comienza a igualarse y apretarse. No debemos comenzar a pisar, y aun así muy suavemente, hasta que realicemos la tercera siega; para jugar o hacer deporte sobre él habrá que esperar un tiempo a que el enraizamiento se consolide.

Frecuencia y altura de corte

La altura de corte puede ser diferente según la composición de semillas que hayamos utilizado al sembrar, pero si hay estrés debemos elevar la altura. En cualquier caso, no debemos cortar más de un tercio de la altura de la planta en cada siega. Con una mayor frecuencia de siega se conseguirá una mayor densidad de la cubierta vegetal. El segado hay que hacerlo siempre con la hierba seca, recogiendo los restos siempre que sea posible.

No dejar que florezca

El objetivo de toda planta de césped es crecer, florecer y perpetuarse a través de sus semillas, pero nosotros no podemos permitir que eso suceda porque estropearía todo el trabajo que llevamos hecho. Así que cada semana, o como mucho cada 15 días (depende de la estación), debemos pasar la segadora para abortar cualquier intento de las plantas de cumplir su ciclo vital. Básicamente, el mantenimiento del césped consiste en eso, en no permitir jamás que las especies que lo componen lleguen a florecer y fructificar. Podemos decir entonces que nuestro césped siempre estará en estado inmaduro y en un constante crecimiento vegetativo. A falta de floración y producción de semillas, la única forma en que se podrían reproducir, y de hecho lo hacen, es mediante métodos asexuales, como la citada estolonización, que permite al césped cubrir los espacios vacíos con nuevas plantitas, no obstante esta facultad de las gramíneas estolonizantes puede ser insuficiente para que nuestro prado esté siempre cubierto, por eso en muchas ocasiones será necesario resembrar como ya hemos comentado anteriormente.

OTROS TRABAJOS DE ACONDICIONAMIENTO


Escarificado

Al menos dos veces al año (en otoño y primavera) con el césped en crecimiento activo, hay que realizar un escarificado, es decir, un rastrillado superficial del terreno (hasta 2 o 3 cm), con objeto de que el césped conserve una buena salud. Si el césped es muy denso se puede duplicar ese régimen hasta dos veces en otoño y otras dos en primavera, siempre que hayan transcurrido dos años desde la nascencia.

Pinchado y recebado

Son trabajos que se realizan con el objetivo de descompactar, airear y nivelar el terreno. El pinchado consiste en practicar una serie de agujeros de hasta 2 cm de diámetro y profundidades no superiores a 15 cm, para que el oxígeno y el agua puedan penetrar en el sustrato.

Por su parte, el recebado es una aportación superficial de arena que se realiza habitualmente después del pinchado. Al regar, la arena se irá distribuyendo sobre la zona pinchada y será arrastrada hacia el interior de los huecos, mejorando así la permeabilidad y el drenaje.

LOS ENEMIGOS DEL CÉSPED


Las gramíneas de los céspedes son especies vivaces, eso significa que los sistemas radiculares se conservan incluso aunque dejemos de regarlos; siempre están dispuestos a absorber el agua en cualquier momento y reactivar la emisión de nuevas hojas verdes. Pero, salvo esta característica, se enumeran variados peligros tanto químicos como biológicos, que es necesario abordar y conocer si deseamos disponer de un césped sano y vistoso. Así, una falta o desequilibro en los nutrientes, a pesar de que estemos abonando correctamente y con normalidad, suelen generar problemas que en principio no sospecharíamos, y ello sucede habitualmente debido a un fenómeno conocido como lixiviación. Se trata del «lavado» mediante el riego copioso o la lluvia intensa de los fertilizantes que hemos incorporado al suelo; esos nutrientes son arrastrados por el agua y llevados fuera del prado, dejándolo sin alimento. En estos casos, además de tener mucha precaución con la intensidad del riego, podemos prevenirlo incorporando al sustrato materias hidroabsorbentes capaces de retener la humedad y los nutrientes que contiene; existen preparados comerciales específicos para esta función.

Enfermedades más importantes

Mancha del dólar

Está causada por cuatro especies de hongos del género Clarireedia (familia Rutstroemiaceae). Este patógeno no afecta a las raíces ni las coronas de las plantas, pero destruyen los tejidos de las hojas secándolas totalmente. Es una enfermedad muy habitual en los campos de golf. Los síntomas son unas pequeñas manchas marrones que van apareciendo sobre la cubierta vegetal, y que aumentan en número si no se controla. Su caldo de cultivo es la humedad alta acompañada de temperaturas suaves o cálidas (de 15º a 30ºC); se manifiesta desde principios de primavera hasta finales de otoño. El uso de maquinaria puede propagar el micelio que produce el hongo de una área a otra; cuando hay rocío se puede observar el polvo blanquecino sobre el césped. Existen materias activas comerciales para su control.

Hilo rojo

Esta provocado por el hongo Corticium fusiforme, que produce un debilitamiento principalmente de aquellas plantas con carencias de nitrógeno y en presencia de humedad atmosférica; el rocío de la mañana favorece su implantación, junto con el estrés producido por el calor y la sequía; se desarrolla cómodamente con temperaturas entre 15 y 20ºC en verano y otoño. Se muestra mediante manchas circulares o irregulares, entrelazadas, de entre 5 y 20 cm de diámetro, y una de sus características es el color rojo o rosado del micelio sobre las briznas del césped. Se controla aplicando fertilizantes y productos comerciales específicos.

Royas

Son una especie de hongos pertenecientes a los géneros Puccinia y Uromyces, Su manifestación patológica es muy visible, mediante el ataque a las partes emergidas de la planta, invadiendo las esporas los tallos y hojas, mostrando manchas amarillas o anaranjadas e incluso con la formación de pústulas. Las infecciones severas pueden llegar destruir las plantas. Su control se realiza con determinadas formulaciones comerciales.

Pythium

Es un género de organismos parásitos de poca movilidad pero que pueden provocar daños en diferentes partes de la planta, desde la raíz, el cuello hasta las hojas. Si se presenta durante la nascencia puede provocar la muerte de las plantas. Cuando es atacado el cuello y la raíz se produce en la planta un debilitamiento y decaimiento general. En las hojas se muestra en forma de manchas circulares, con consistencia oleosa, especialmente en periodos húmedos y calurosos. Se controla con productos comerciales.

Helminthosporium

Este género de hongos ataca a la corona de la planta e incluso puede afectar a la raíz. En las plantas individuales se manifiesta con manchas ovaladas sobre las hojas, similares a las de una quemadura, que terminan marchitándolas. En el césped se muestra en forma de manchas de color blanco o amarillento en su centro, y de un marrón oscuro en los bordes, que van extendiéndose conforme avanza la enfermedad. Se controla con determinados productos comerciales.

Fusariosis o moho blanco

Es un género de hongos descomponedores muy comunes en las plantas. Se desarrolla de variadas formas según el tipo de planta y las condiciones meteorológicas, pero no suele aparecer con tiempo seco. En los céspedes es la enfermedad fúngica más frecuente, especialmente en los climas húmedos. Los daños de este género alcanzan las hojas, raíces y corona de las plantas. Al principio se muestran pequeñas zonas de hierba amarillenta que pueden llegar a 30 cm de diámetro, para más tarde ir fusionándose y formando amplias áreas de color parduzco, culminando con la muerte del césped. Un moho blanquecino o rosáceo algodonoso, suele mostrarse en los bordes de las zonas atacadas cuando se presenta el tiempo húmedo. Para su control se utilizan formulaciones comerciales.

Rhizoctonia

Rhizoctonia solani – Imagen Wikimedia Commons

Es un género de hongos patógenos de las plantas con una amplia variedad de huéspedes, el más común de este género es Rhizoctonia solani. Se transmite por el suelo y produce un micelio endurecido (esclerocio) que le permite sobrevivir durante años en la tierra y en los tejidos infectados. Por lo general provoca la pudrición rápida de los tallos, al principio mostrando unas lesiones marrones que van aumentando hasta rodearlos, causando la prematura defoliación. En el césped este hongo forma rodales o anillos de hierba marchita parda o rojiza, con tonos grisáceos o púrpura en los bordes cuando aumenta la temperatura. Un nitrogenado excesivo favorece esta enfermedad. Se trata con productos comerciales.

Plagas

Típula

Típula oleracea – Imagen Wikimedia Commons

Es un género de insectos muy extenso. La Típula oleracea es un mosquito de zonas de litoral, cuyas hembras depositan los huevos en la cubierta vegetal (de ahí el nombre específico de oleracea). Las larvas de esos huevos se alimentan durante el día de las raíces y cuellos de las plantas, mientras que por la noche asoman a la superficie y devoran las hojas y tallos. Cuando hay un ataque importante las plantas pierden sus sistema radicular y mueren. Para su control se utilizan insecticidas específicos.

Gusanos de suelo

El suelo puede albergar una variedad de gusanos, generalmente larvas y orugas de diferentes escarabajos que se alimentan de la materia orgánica y las raíces de las plantas. Cuando habita un número pequeño de ellos no suelen ocasionar daños, pero si esa cantidad aumenta de manera importante pueden causar que las plantas se marchiten, mostrando áreas del césped seco con un tono amarronado. Para su control se utilizan diferentes productos antiparasitarios.

Topos

Los roedores que viven bajo tierra excavan galerías y se alimentan principalmente de las raíces de los vegetales. Un minado constante y extenso levanta montones de tierra y rompe los enlaces radiculares. Antes de resembrar las zonas afectadas hay que ahuyentar o capturar los roedores; existen cebos que se colocan en las entradas de las galerías.

Lombrices

Es sabido que las lombrices de tierra son generalmente muy beneficiosas para el suelo, ya que sus pequeñas galerías permiten la oxigenación y mejor absorción de los nutrientes. Una pequeña cantidad en nuestro césped no debe constituir ningún problema, pero cuando el pH sube suelen multiplicarse en un alto porcentaje, apareciendo en la superficie las deyecciones en forma de montículos y un excesivo número de agujeros en el suelo, que puede desprender las plantas de sus sistema radicular; en un terreno deportivo sería un problema porque las plantas podrían ser arrancadas fácilmente. El método más fácil de reducir el número de lombrices es bajando el pH del suelo, pero también existen productos comerciales insecticidas, o con poder de repulsión.

MALAS HIERBAS

El término «malas hierbas» puede generar debate. Hay quien defiende que no existen las malas hierbas, sino las hierbas no deseadas en un lugar determinado, habitualmente el de cultivo. En nuestro caso, es evidente que cultivamos hierba o variedades de hierba, pero no cualquier hierba sino aquella que cumple con nuestros objetivos de crear una cobertura vegetal siempre verde. Pero hay muchas otras hierbas o malezas cuyas semillas se hallan latentes en el suelo, que llegan portadas por el viento o a través del riego, y que pueden crecer y desarrollarse entre el césped en el momento propicio, complicando su mantenimiento, pues compiten con nuestras plantas y pueden llegar a predominar sobre ellas. En consecuencia es necesario controlar o frenar estas hierbas «no deseadas».

El control de las malas hierbas debe comenzar en el mismo momento en que planeamos nuestro césped, durante la preparación del terreno y mucho antes de sembrar. Regando y haciendo aflorar las malas hierbas para seguidamente eliminarlas con un herbicida. Sólo así podemos comenzar a sembrar y asegurar que serán nuestras semillas de césped las que comenzarán a dominar el terreno. Cuando ya nuestro césped lleve dos siegas, se podrá comenzar a utilizar un herbicida selectivo si observamos la proliferación de hierbas indeseadas.


Fuentes:

-El cuidado más sencillo del césped – Sthil
-Guía de mantenimiento de jardines y paisajismo – Horizon
-Manual de buenas prácticas en jarninería – Elkarkide
-Manejo de céspedes – Junta de Andalucía
-Jardinería – Mº de Educación del Gobierno de España

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