GEOGRAFÍA - PAÍSES: Rusia - 5ª parte
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Geografía

PAÍSES

Rusia - 5ª parte


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Historia: hasta siglo XVIII

a región euroasiática donde se crearía el Imperio ruso fue habitada desde el Paleolítico; enclavada entre las estepas asiáticas y la llanura centro-europea, sufrió toda clase de invasiones (escitas, sármatas, eslavos, godos, hunos, ávaros, magiares, etc.). Este ir y venir de pueblos configuró un mosaico étnico imposible de unificar. No obstante predominaban, por su número, los eslavos que, superado el estadio nómada, ensayaban una ordenación protourbana, con intercambios comerciales que alcanzaban hasta Bizancio. Sobre estas villas se infiltraron en el siglo IX vikingos llegados de Suecia, los varegos. No encontraron un estado organizado ni iglesias que saquear, por lo que se dedicaron al comercio de pieles y esclavos navegando los grandes ríos. Se impusieron como mercenarios en las principales ciudades (Kiev, Novgorod). De esta manera, constituyeron una dinastía de príncipes y un estado ruso unificado capaz de detener, momentáneamente, a los nómadas asiáticos. Este «Principado de Kiev» fue una especie de dominio familiar, ensangrentado por disputas fratricidas y amenazado de saqueo por sus vecinos. Vladimir I el Santo introdujo, con su matrimonio con Ana de Bizancio (988), el cristianismo en el país, factor de cohesión y vínculo con Europa.

Las épocas de Vladimir I y de su sucesor Yaroslav fueron de expansión comercial y de esplendor cultural y artístico. Pero el principado tenía una debilidad intrínseca: el sistema sucesorio establecía un turno rotatorio entre todos los hijos herederos del príncipe, produciéndose constantes disputas y guerras civiles. Los síntomas de desfallecimiento fueron aprovechados por los pueblos esteparios, quienes recrudecieron sus ataques hasta que los tártaros dominaron todo el principado (1240) excepto Novgorod, que se mantuvo relativamente independiente gracias a la acción del príncipe Alexander Nevski. Paralelamente al avance tártaro, detuvo una ofensiva de la cristiandad latina, la cruzada teutónica, motivada por el deterioro de relaciones con la cristiandad de rito oriental a partir del Cisma de Occidente (1054).

La gran victoria en la batalla de los Hielos (1241), configuró a la religión ortodoxa como símbolo nacional ruso y permitió la reconstrucción de un estado independiente. El centro político se trasladó al Alto Volga, situando la capital en la pujante Moscú. Desde allí, se recuperaron progresivamente los principados ocupados por los tártaros, hasta que en 1480 Iván III estuvo en condiciones de proclamarse «Príncipe de toda Rusia». Desde finales del s. XIV el país conoció una renovación demográfica y económica marcada por migraciones campesinas y roturaciones, con multiplicación de villas e intensificación del comercio. En el sistema económico ruso, el «Gran Príncipe» poseía la propiedad eminente de toda la tierra, aunque cedía una parte a los príncipes subordinados, que a su vez compensaban con parcelas a sus oficiales militares, los boyardos; de esta manera, éstos se convertían en una casta de propietarios rentistas que vivían del trabajo de unos campesinos que se deslizaban hacia la servidumbre a causa de sus deudas. En tiempos de campesinado, se agrupaban en comunidades aldeanas con una ordenación jurídica especial.

En el s. XVI, bajo el poder de Iván IV el Terrible (el primero en adoptar el título de zar), tuvieron lugar cambios decisivos. La expansión rusa hacia el E topó con los khanatos de Kazán y Astracán, herederos de la Horda de Oro de Tamerlán. Iván el Terrible lanzó a sus boyardos a la conquista, eliminando el obstáculo a una expansión rápida, que en un siglo llevaría a cosacos y mercaderes hasta el Pacífico. Las regiones del Volga y el Ural fueron colonizadas por campesinos del estado y siervos huidos. Tras la conquista, el zar reorganizó la administración: ejercía el poder con ayuda del Consejo de los Boyardos (Duma), a la vez que atacaba esta jerarquía tradicional quedándose las tierras más fértiles y dejando para la Duma las periféricas; distribuyó una parte entre la jerarquía aristocrática, fiel a su persona, mientras los boyardos lo eran a la institución del zarismo; y rediseñó la burocracia en departamentos especializados o prikazy. Sólo la frontera con tártaros y polaco-lituanos permaneció autónoma bajo la ambigua fidelidad de los vagabundos y fugitivos, organizados militarmente como cosacos. 

A Iván el Terrible le sucedió, tras el breve intermedio de su hijo deficiente Fedor, Boris Godunov, elegido en 1598 por el Zemski Sobor (asamblea de boyardos, clérigos, mercaderes, cosacos). Los años que siguieron fueron llamados «época de las calamidades» debido a las intrigas, disputas dinásticas, revueltas campesinas e intervención militar de los polacos. Iván el Terrible había convertido a los boyardos y nobles en funcionarios, y a cambio les permitió incrementar la presión sobre los campesinos: un código hizo la servidumbre hereditaria, ató a los siervos a la tierra y dio derecho ilimitado a los señores de captura de los fugitivos. En 1613 fue elegido zar Mijail III Fedorovich, hijo del patriarca de Moscú, Filareto, primero de la dinastía Romanov.

Los primeros zares Romanov intensificaron la centralización y el poder del monarca, reforzaron el ejército y fijaron las fronteras con China y Polonia. Mediado el s. XVII se produjo el Cisma de los Viejos Creyentes (Raskol), contestación política y religiosa al papel de la Iglesia ortodoxa. Al igual que la segunda sublevación campesina, dirigida por el cosaco Stepan Razin (1667-1671), fue aplastada sangrientamente. Los s. XVII y XVIII fueron de expansión territorial; las guerras con Suecia, Polonia y Turquía llevaron las fronteras occidentales de Rusia hasta el Báltico, el mar Negro y a la vecindad directa con Austria y Prusia. Rusia se convertía en potencia europea y, por primera vez, marítima (si forzaba el paso por el Bósforo y el Dardanelos).

El zar Pedro el Grande (1698-1725), que había viajado por la Europa de la Ilustración, decidió explotar estas posibilidades y emprendió la «primera modernización de Rusia», concebida en términos de engrandecimiento del estado y del ejército. Se crearon industrias siderúrgicas y textiles para abastecer las necesidades bélicas, apareciendo los primeros rudimentos de un sector capitalista; no obstante, todo el edificio zarista siguió descansando en la explotación de los siervos.

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