GEOGRAFÍA - PAÍSES: Rusia - 4ª parte
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Geografía

PAÍSES

Rusia - 4ª parte


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Geografía económica

a situación actual de la economía en Rusia no puede explicarse ni comprenderse sin conocer la herencia de su reciente pasado en el marco de la Unión Soviética. Los últimos años de existencia del estado soviético y su posterior desintegración son, de hecho, una evolución política derivada, en gran medida, de la desastrosa situación económica en que se encontraba el país. Esta situación se convirtió, pues, en el punto de partida de la economía del renacido estado ruso.

Las últimas décadas bajo un sistema de relaciones sociales socialistas habían abocado al país a un total estancamiento económico. La incapacidad de superar la crisis económica mundial de los años 70 dejó a la economía soviética en una situación de total retraso estructural: la imposibilidad de seguir el ritmo de desarrollo tecnológico en las estructuras productivas que había sacado de la crisis a la mayoría de países desarrollados, dejó a la industria soviética en una cada vez mayor situación de obsolescencia, siendo incapaz de competir en los mercados internacionales. Ello deterioraba el equilibrio comercial de un país cada vez menos competente para exportar sus productos, y a la vez más necesitado de tecnología exterior para modernizarse. Los únicos sectores tecnológicamente de vanguardia eran la industria armamentística y aeroespacial. 

La lucha contra el déficit comercial pasó, inevitablemente, por el aumento de la exportación de productos primarios (especialmente petróleo y gas natural) y, sobre todo, por una reorientación productiva consistente en un aumento de la cantidad de productos para la exportación, que comportó una disminución de la fabricación de bienes de consumo para el mercado interior. En consecuencia, los supermercados y tiendas del país se encontraban cada vez más desabastecidos; las colas y el racionamiento eran muy frecuentes, y el mercado negro más activo, situación que se veía agravada por un sistema de gestión económica centralizada que se reveló como muy poco eficaz en la organización de la producción y los mecanismos de distribución.

La subida a la cúpula del poder soviético de Mijail Gorbachov y la puesta en marcha de la llamada Perestroika (o reforma económica) responden inicialmente a la perentoria necesidad de abordar un cambio en el funcionamiento económico del país, encaminado a la adopción de mecanismos que se suceden durante la etapa gorvachoviana, más o menos radicales en sus propuestas de transformación y su periodización de objetivos, pero que, condicionados por la explosiva situación política, llevaron todos ellos a un progresivo empeoramiento de la economía. La culminación del caos económico se dio en 1990 con un crecimiento negativo de -4 %, una enorme inflacción, y el reconocimiento de la existencia de un gran contingente de parados, todo ello poco antes de la definitiva desintegración del estado soviético. De esta manera, la Federación Rusa nace como nuevo estado independiente con un oscuro panorama a sus espaldas.

Los acontecimientos políticos en los últimos días de existencia de la U.R.S.S., especialmente el fracasado intento de golpe de estado de agosto del 91, así como el creciente poder de decisión en materia económica para Boris Yeltsin (presidente de la entonces República Soviética), habían acelerado la transición hacia una economía de mercado. Ya como presidente del estado ruso, Yeltsin ha mantenido, sin un consenso, sus tesis neoliberales de rápida y radical transición al capitalismo. Para reflotar las deficitarias arcas estatales se ha acelerado el proceso de privatización de empresas (y el establecimiento de la propiedad privada); se han liberalizado los precios, se han llevado a cabo drásticos recortes en los programas sociales y se han solicitado importantes ayudas financieras a un mundo occidental que, en general, ha apoyado tales medidas económicas, aunque no ha acudido, con la agilidad que se requería, en su ayuda.

Las recetas económicas liberales impuestas por Yeltsin se han revelado definitivamente a principios de 1993 como un fracaso, y la continuidad o el fin de su aplicación como uno de los principales factores de la falta de estabilidad política existente en el país. El rapidísimo y descontrolado paso a la economía de mercado ha dado lugar a lo que ha sido definido como un «capitalismo salvaje», en el que la lucha de intereses por hacerse con el nuevo poder económico, la influencia de las mafias locales, los grupos de presión que surgen del viejo «aparato» político, etc., han conllevado una cruenta competencia por hacerse con todas las partes posibles de la riqueza del estado.

Se ha formado una situación de lucha por el poder y por las propiedades estatales que ha llevado, incluso, a la posibilidad de una desintegración del país similar a la que anteriormente había acontecido en la U.R.S.S.: cada región aspira a gestionar sus riquezas, y los respectivos centros de poder político, de nueva formación o controlados aún por antiguos cuadros dirigentes, han adelantado el resurgimiento de nacionalismos y movimientos populares que les otorgaban fuerza ante Moscú; la aparición de un más que sospechoso nacionalismo siberiano es el mejor ejemplo de ello. Algunos de estos territorios autónomos han realizado incluso gestiones directas con empresas transnacionales japonesas y americanas para la explotación de sus recursos naturales. Pero la política económica llevada a cabo en Rusia ha significado también la aparición de otras muchas imperfecciones en el funcionamiento del sistema capitalista. El resultado es, en líneas generales, una creciente estratificación y polarización de la sociedad: una gran cantidad de población sumida en la pobreza frente al súbito enriquecimiento de unos pocos, así como la inexistencia de una clase media que, en la mayoría de países desarrollados, es garante del sistema político.

La reconversión de las industrias en busca de su eficiencia económica, así como el freno de las subvenciones a empresas que no han podido privatizarse, ha comportado un aumento espectacular del paro, coincidiendo con otra de las medidas económicas adoptadas para reducir el déficit público: el recorte en los programas sociales. Todo ello ha generado una dramática situación social, puesta de manifiesto en las ciudades de todo el país, y que, a su vez, está convirtiendo a Rusia en un país de fuertes contrastes. La carestía y el malestar social son crecientes. Se ha dado un drástico descenso del nivel de vida para la mayoría de la población, llegándose incluso a exponer las cifras de un 30 % de los rusos viviendo bajo el umbral de la pobreza y de un 20 % de los jubilados obligados a trabajar para su subsistencia.

Por otro lado, la sustitución del sistema de distribución estatal por los mercados privados y la rápida liberalización de los precios a partir del uno de enero de 1992, han disparado la inflación hasta índices altísimos. Únicamente en 1992 la inflación aumentó del 6 % al 28 %, con los precios disparados sin que los salarios apenas hayan aumentado. La continua subida de los precios de las materias primas y de los intereses crediticios se convierten, a su vez, en un freno a la producción: pocos asumen riesgos de inversión en sectores productivos ante tales expectativas, mientras que, por el contrario, la única esfera dinámica es la de los intermediarios en transacciones comerciales y la especulación financiera, propensa además a la evasión de las divisas obtenidas. Además de estas nefastas consecuencias en la aplicación de las medidas económicas liberales, tampoco los objetivos trazados inicialmente han podido ser alcanzados. El déficit presupuestario estatal sigue manteniéndose muy elevado; no se ha logrado una estabilización del rublo, y la producción continúa cayendo.

Ante la incapacidad de reflotar la base industrial, Rusia se está convirtiendo en un proveedor de materias primas a los países más desarrollados, con una gestión de la producción y la exportación tan descontrolada que, mientras la masiva extracción de algunos minerales ha provocado incluso una espectacular caída de sus precios en los mercados internacionales, en cambio la producción de petróleo y gas, que genera la mitad de divisas del comercio exterior, ha llegado a disminuir en un 15%.

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