LITERATURA PROSISTA - LA LITERATURA EN EL SIGLO XIX: El Romanticismo - 9ª parte
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Literatura prosista

LA LITERATURA EN EL SIGLO XIX

El Romanticismo - 9ª parte


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El teatro romántico español

Introducción

a pervivencia del teatro neoclásico, tanto de la tragedia como de la comedia moratiniana, fue uno de los motivos que retrasaron la introducción del drama romántico en España y que impidieron su triunfo completo. De hecho, ambas líneas teatrales convivieron y originaron polémicas sobre los "clásicos y los románticos".

En muchos casos habría que hablar más de obras románticas que de dramaturgos románticos, pues muchos de ellos escribieron obras tanto dentro de la orientación romántica como de la comedia neoclásica.

Las fechas y las fases del teatro romántico son muy similares a las que se han señalado para la poesía lírica (véase la sección Literatura Poética), pero en este caso están más unidas a unas obras concretas (a sus estrenos). Así, el estreno en 1834 del Macías, de Larra, y de La conjuración de Venecia, de Martínez de la Rosa, constituirían una especie de prólogo a los grandes éxitos de los años siguientes: 1835, Don Álvaro, del Duque de Rivas; 1836, El trovador, de García Gutiérrez; 1837, Los amantes de Teruel, de Hartzenbusch, y 1844, Don Juan Tenorio, de Zorrilla. El último gran éxito del teatro romántico, con el que éste se puede dar por terminado, se produce en 1849 con el estreno de Traidor, inconfeso y mártir, de Zorrilla.

A partir de esta última fecha (e incluso antes), el teatro romántico sobrevive utilizando lo más efectista y superficial que en él existía, mezclado a veces con elementos del Neoclasicismo, que nunca desaparecieron del todo.

Este posromanticismo teatral va incorporando elementos más realistas que originarán, en la segunda mitad del siglo, la "alta comedia": entre 1840 y 1860 puede hablarse, pues, de una etapa de transición al realismo.

Las características

En cuanto a su forma y estructura, el drama romántico pretendió romper con el drama neoclásico; opuso la libertad de creación a la disciplina y unidad neoclásicas: ello supone el rechazo de todas las normas, la mezcla de géneros, así como de la prosa y el verso (que concede originalidad a la obra, pero que no suele estar justificada por cambios de contenido o de estructura) y la polimetría, y una predilección por determinados escenarios (lugares solitarios, cementerios, cárceles). La obra puede estar dividida bien en tres, en cuatro o en cinco actos. Interesante es también la aparición de las acotaciones escénicas, en las que el autor incluye datos sobre los personajes o el escenario.

El héroe y la heroína románticos protagonizan el drama, revestidos de unas características muy similares en la mayoría de las obras: ambos son hermosos y viven un amor imposible, estorbado por el destino; el misterio rodea al héroe: su origen suele ser desconocido y, como efecto dramático, al final de la obra se produce el reconocimiento (la "anagnórisis") que demuestra sus orígenes nobles y, en muchas ocasiones, su parentesco precisamente con aquel a quien ha causado su muerte. Los demás personajes del drama representan la oposición, los impedimentos a la consecución del amor de los protagonistas, o bien se comportan como simples espectadores de ese amor.

El gran tema del teatro romántico es el amor, un amor total, fatídico, que conduce inevitablemente a la muerte. Junto a él aparece el tema de la libertad romántica, del sentimiento de esa libertad absoluta: amor, libertad y destino son el centro de todo el teatro romántico.

El género dramático romántico por excelencia es el drama histórico, pero se escribieron también tragedias románticas (herederas de las neoclásicas). Y junto a estas obras se continuaron otras formas dramáticas, como los melodramas y las comedias neoclásicas o las comedias de magia, cuyo éxito era enorme.

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