LA RADIO EN LA LITERATURA: VESTIDA PARA UN BAILE EN LA NIEVE

“Durante la revolución las leyes de la civilización humana se vinieron abajo.
Se vivía según la ley de la selva”
[Boris Pasternak]

Monika Zgustova, Vestidas para un baile en la nieve. Galaxia Gutenberg, Barcelona 2017, 270 páginas.

La presente reseña será mucho más breve que otras obras anteriores, por algo es un libro narrando hechos que, como siempre, nadie creía, pero que tuvieron sumidos a millones de personas en las más penosas condiciones de vida y con un único objetivo, hacerlas desaparecer literalmente de la faz de la tierra. De hecho, los historiadores no dejan de advertir del peligro de los totalitarismos (o populismos) que nos acechan y por lo que parece, la sociedad no está preparada. Porque ¿cómo se explica lo que está sucediendo en el oasis catalán?

LA RADIO EN LA LITERATURA: VESTIDA PARA UN BAILE EN LA NIEVE

Evidentemente ya otros se adelantaron, advirtieron, pero nadie se inmuta. Tenemos a Cambó, Josep Pla, Manuel Chaves Nogales, Gaziel… Pero a comienzos del siglo XXI volvemos a las andadas, como si cada vez que desaparece la generación protagonista del desastre, tocara volver a comenzar la faena para hacernos caer a todos por el abismo. Suerte que, al menos, alguien nos saca una sonrisa, magistral Boadella y su Tabàrnia que sacudió también algunas conciencias de los “paniaguados” o comprados por cuatro chavos que se sorprenden de ciertos actos, como los recientes de Vallmoll donde, al parecer, unos polémicos versos han levantado ampollas entre los que cada día [o perdón: cada noche, con nocturnidad y alevosía nos imponen el color amarillo hasta en el cogote]..

Pero volvamos a la obra de la escritora checa que trató de realizar un trabajo magistral trayendo a la literatura el testimonio de varias figuras que vivieron, en este caso, todas mujeres, el criminal y alienante sistema de los campos de concentración soviéticos y la era estalinista. Evidentemente, para el que sabe de qué va la cosa, para el que ha vivido en su piel algún episodio de lo que allí se narra, no le dirá nada, pero sí es un duro testimonio de una realidad que todas las izquierdas trataban de esconder y hasta que no murió Josip Stalin, prácticamente allí nadie se movía y, frecuentemente, incluso así, acababa dando con sus huesos en esa máquina de destrucción masiva que eran los campos que tan bien había descrito Alexander Solzhenitsyn y otros grandes escritores.

Vaya que después de haber leído Dr Jivago y El Meteorólogo, Zgustova, me traslada al mismo escenario pero, curiosamente, no muestra el terrible y desolador espectáculo de la vida que allí se respiraba. Incluso me atrevería a decir que, algunos testimonios, son en realidad un canto a la vida, la solidaridad, la amistad… Conceptos que tan altamente primaban en mis amigas rusas hasta que llega un día que no vuelves a tener noticias de ellas. Como en el caso de algunos de los testimonios tan magistralmente recogidos y plasmados en papel por esta escritora praguense.

Excelente el uso del idioma y ese esfuerzo por no olvidar esos hechos pero, si comprobamos lo que sucede en el continente, parece que hay negros nubarrones porque de una manera u otra, por doquier salen necios supremacistas que, aprovechando los huecos que nos hemos dado en nuestras leyes, están rompiendo el difícil y frágil sistema de contrapesos y enfrentando a las comunidades. Así que vamos a las escasas referencias a la radio, por lo visto, ese si que era un bien escaso en los campos, debemos recordar que los transistores y la miniaturización llegaron más tarde, incluso las frecuencias en las que se operaban las emisiones diferían de las que se usaban en Europa Occidental que ahora va dando bandazos y complicando el uso de la radio por obra y gracia de intereses ocultos que priman, finalmente, el tráfico a través de las redes que explotan, hasta la saciedad, unas cuantas compañías de comunicaciones que se reparten un pastel demasiado goloso…

Cansado ya de este mercadeo, decidí pasarme a un servicio que con 3.50€ tengo suficiente para cubrir mi consumo de telefonía móvil… ¡durante un mes! ¿Y las nuevas tecnologías? ¡Lo siento, hay vida fuera de ellas! Les dedico un tiempo y trato de concentrarme realmente en lo que me hace libre, feliz, viajero y observador. Mantengo el tiempo necesario y no es una obligación para nadie estar esclavizado y consultando constantemente la pantalla. Así que vamos a la radio y felicitemos a la escritora checa que desde los ochenta vive en la Ciudad Condal y, por lo que parece, no ha sido, todavía, abducida por el “establishment” como sí lo está la Sra. Topor (rumana, ella) que incluso nos da lecciones para que nos declaremos independientes. ¡País: vivir para ver!

“Los chicos desmontaron frente a mí los dogmas de la ideología pseudocomunista con la que nos llenaban la cabeza en la escuela, en las organizaciones de pioneros y en el Komsomol, la unión comunista de la juventud, y que cornetas y consignas de los periódicos, revistas, radios y carteles callejeros propagaban a los cuatro vientos”. [51]

“El 21 de septiembre de 1968, como todos los días, muy temprano por la mañana encendí la radio para escuchar la Voz de América –cuenta Natalia-. Con la dicción excitada y un tono exaltado informaban de que aquella noche las fuerzas del pacto de Varsovia habían ocupado Checoslovaquia. Sintonicé varias emisoras occidentales: también allí hablaban de los tanques soviéticos que habían invadido Praga.- Entonces oí la emisora soviética Mayak, El Faro, en la que leyeron la declaración de la agencia soviética de noticias TASS, que repitió lo mismo. Ese día no tenía que ir a trabajar porque estaba de baja por maternidad, de modo que llamé a mi amiga Larisa Bogoraz.

“-Lara, han enviado unidades militares del ejército a Checoslovaquia”. [172]

El poder de nosotros los disidentes residía en el hecho de que los medios de comunicación occidentales transmitían todo lo que producíamos, de manera que nuestras protestas, propuestas y recomendaciones, emitidas por las emisoras radiofónicas occidentales, llegaban a millones de oyentes”. [180]

“Durante las décadas del comunismo, los rusos se retiraban a la cocina cuando necesitaban hablar de asuntos delicados o compartir confidencias que no estaban destinadas a los micrófonos ocultos que la policía secreta había introducido en los pisos de los disidentes”. [227]

Boris entraba cubierto de nieve”. Georges lo ayudaba a quitarse el abrigo de piel grueso y pesado, y enseguida lo colgaba junto a la estufa mientras el escritor se apresuraba a preguntar: “¿Está Olga?” o “¿Ha venido mamá?”. Otras veces exclamaba alegremente: “¡Hola, micro! ¿Cómo estás? ¿Dales recuerdos a los que te escuchan”. Se refería, naturalmente, a los aparatos que el KGB instalaba en nuestro piso para grabar conversaciones”.

Por supuesto el telégrafo o el correo aparecen a lo largo de esta impresionante recopilación de testimonios que, en la mayoría de los casos, ya nos abandonaron, por lo que todavía tienen más valor a pesar de corresponder a unos tiempos pasados y que, sin embargo, mirando con perspectiva, se nos acercan peligrosamente. Una tranquila lectura, sobre todo antes de votar [no importa a quién] podría ayudarnos a llevar una vida más sosegada y no este sin vivir de un tiempo a esta parte porque todos quieren llevarse algo del pastel.

Que disfruten de la lectura que les hará viajar y avizorar otros mundos que difícilmente nos deja la chabacana radio o televisión que en estos momentos se realiza por la piel de toro… Incluso las célebres emisoras europeas de la Onda Larga o la Onda Media nos han dado la espalda y apenas queda buena radio en las ondas que un día bautizara Hertz; pero es indudable que, buscando, buscando, siempre podemos salir de este alienamiento programado al que parecen habernos destinado los de siempre.

Y, a modo de despedida, en su momento, como cualquier otra cosa, las edificaciones soviéticas, dependiendo de lo que el sistema pretendía hacer con ellas, ya dotaba a los apartamentos con todos los artilugios para grabar a los “afortunados” (o eso creían) que habían sido agraciados con un cuarto en donde muchas veces se compartían servicios comunes como lavabo, ducha o cocina. Vaya más o menos como hoy hacen por todo el mundo cuando nos dejan instaladas las redes de gas, electricidad o telefonía… Tú decides qué consumes de eso, pero en el caso soviético, cuando te entregaban el apartamento, tú mismo te entregabas al enemigo. Desarrollaron un sistema de delación que hemos olvidado demasiado fácilmente: en apenas tres décadas parece que eso que recoge Zgustova es historia antediluviana.

Lo peor, ahora no es que se haya mejorado mucho, pero en muchos casos la radio occidental ha sido borrada del éter y para eso no tenemos que echarle la culpa a nadie: FUE UN ACOSO Y DERRIBO orquestado desde la misma UE que sucumbió a las presiones de determinados intereses (ahora cualquier cosa queda grabada, las transmisiones en AM ANALÓGICA no permitían esa sofisticación, pero nos hemos quedado huérfanos y el dial es un páramo ante el abandono paulatino de las OL, OM, OC: el silencio en las tropicales es para mí un verdadero drama).

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