LA RADIO EN LA LITERATURA: ME HALLARÁ LA MUERTE

Autor: Juan Manuel de Prada, Ediciones Destino, Barcelona 2012.

“Dictadura, sistema político donde todo lo que no está prohibido es obligatorio”
[Manuel Alcántara]

La verdad, salvo algún que otro pasaje aislado, hacía décadas que no me enfrentaba al infierno del “General Invierno”, o sea: a los tiempos más violentos y desapacibles de la historia del siglo XX en la entonces UNIÓN SOVIÉTICA. Posiblemente desde que leí las obras de Soljenitsin y Grossman, parece que los traductores nunca se ponen se acuerdo para escribir estos apellidos, aunque el segundo es más habitual encontrarlo tal cual lo cito, el primero hay múltiples variantes, pero sólo hay que recordar “Un día de la vida de Iván Denísovich o El archipiélago GULAG” que tuvo varias entremas para enfrentarnos a sus historias.

LIBROS: LA RADIO EN LA LITERATURA: ME HALLARÁ LA MUERTE - Juan Manuel de Prada

En esta obra de Prada uno se enfrenta a una historia de violencia, de miserias y de heroísmo que no te deja indiferente. Algunas cosas hacen que al final, incluso acabes creyendo, tal como escribe el gran autor español, el mal nunca presagia nada bueno..

En fin, que se mete en la piel de un pobre diablo en las cochambres del Madrid de primeros de los cuarenta que, tras su fechoría, sólo encuentra una salida: alistarse en la División Azul que le llevará al infierno ruso y en donde habrá de enfrentarse a unas terribles experiencias [impresionantes las escenas de sexo, un fino redactado, en cierta medida, te devuelve a aquella Grushenka, Tres veces mujer] hasta que acaba adoptando la vida de su “hermano” de conflicto y es evacuado una década después en el mítico Semiramis.

Teóricamente, ahí debería de haber comenzado su vida, cotidiana y tranquila, pero la realidad hace que todo eso [que ya lo tiene y le permitiría una vida realmente de millonario sin problemas vitales de supervivencia] se vaya “esfumando” y, como atado a su resorte de dolor de cuando tuvo que partir, va encontrándose con más y más hechos violentos hasta que él mismo cae, prácticamente en las últimas diez líneas de la novela, haciendo honor al terrible título: me hallará la muerte. Efectivamente, lo halla la muerte, pero lógico es reconocerlo, es un final que uno no espera. Prada rompe también con el célebre final feliz de cualquier historia y nos devuelve a una de sus máximas: nadie que hace mal acaba bien. Vamos que el mal, en cierta medida, no tiene redención. Fabulosa novela, trepidante ritmo y los bien hilvanados pasajes hacen que a poco que te metas en ella, acabes creyendo que es una narración de una historia real, hace que los personajes y los hechos sean creíbles. Quedan ya pocos testimonios vivos de aquellas épicas hornadas de españoles que por infinidad de razones, emprendieron aquella cruzada que acabó siendo un gran desastre para todo el continente europeo.

Pero como nosotros estamos en otra órbita, es lógico que deje el comentario y pase a lo que nos preocupa, la radio, poca, que encontré en esta bien hilvanada HISTORIA con mayúsculas, a pesar de ser una novela, así que se inician las citas de tema radiofónico localizadas:

“Pero aquella noche las callejuelas de Lavapiés parecían atenazadas por un misterioso toque de queda; y de las ventanas de las casas, con las persianas bajadas como crespones y las macetas de geranios mustios como crisantemos, no brotaba el guirigay de radios encendidas, trifulcas conyugales y niños llorones…” [51]

Desde entonces, no había parado de hacer propaganda en el frente de Kolpino a través de la radio, exhortando cada noche a los combatientes de la División [Azul] a sumarse a las filas enemigas, donde según aseguraba serían recibidos con los brazos abiertos y podrían disfrutar de las delicias del comunismo.” [125]

“El señor comisario me asegura que todos aquellos que estéis dispuestos a reconocer vuestra derrota y a dirigir por radio unas palabras a vuestros camaradas, exhortándolos a deponer las armas, seréis bienvenidos en la Unión Soviética, que es el paraíso de los trabajadores.” [127]

“A empujones, forcejeando con los que querían bajar, los que subían entablaron formidable tumulto de abrazos y llantos, mientras algunos divisionarios que habían logrado saltar al muelle se arrojaban frenéticos al suelo, para besar tierra española. Los altavoces escupían la voz de un locutor, tal vez Matías Prats, que vibraba con aquel hormiguero humano, en el que ya las madres envejecidas podían palpar a sus hijos resucitados.” [284]

“Se quedaron unos instantes sin saber qué decirse, engullidos por el griterío de la gente y el estruendo de los altavoces, que repicaban la voz florida de Matías Prats:

-La multitud está excitada e impaciente por abrazar a los que hace trece años marcharon al frente del Este, fueron capturados por los comunistas y ahora vuelven entre vítores y aplausos atronadores; ensordecedores, señoras y señores… Vuelven nimbados por un bosque de banderas y pancartas, docenas, centenares de banderas y pancartas flameando en el mar de brazos en alto de una multitud que se extiende desde la estación marítima hasta el hospital del Generalísimo, situado en las inmediaciones del Tibidabo… ¡Barcelona entera hoy es un hervor patriótico, una vibración emocional indescriptible!” [287]

“Se hallaba en la cocina de la casa, que daba a un patio de vecindad lleno de tendederos en el que resonaban, como retazos de una conversación tremebunda, los diálogos de una novela radiofónica.” [555]

“Con frecuencia lo asaltaban, cuando rememoraba los años de cautiverio en Rusia, incluso las peripecias de su simulacro de vida, la impresión de estar evocando una vida que no era la suya, una vida legendaria o improbable que alguien se hubiese inventado, como las vidas rocambolescas de las novelas radiofónicas que crepitaban en el patio de la vecindad.” [555]

“-Cifuentes. Un tipo estupendo. Desgraciadamente murió.

Se hizo un silencio luctuoso; y en las novelas radiofónicas, solidarizándose con ellos, lloraba una damisela atribulada.” [556]

“La noche ya se derramaba como un frasco de tinta vertida sobre la cocina; en el patio de vecindad, el parte de las noticias había tomado el relevo a las novelas radiofónicas.” [561]

“En la radio de la cantina estaban entrevistando a un preso que acababa de ser indultado, a petición de una cofradía de Semana Santa, según era tradición inveterada por aquellas fechas, Como aquel preso que balbuceaba ante los micrófonos su gratitud y su propósito de enmienda, Antonio era también un indultado a quien le habían sido condonadas sus deudas.”[586]

 

Y esto es todo lo que esta impresionante novela nos ha dejado, radialmente hablando. Es cierto que yo esperaba haberme encontrado a algún manitas en el campo de concentración captando las emisoras de la época, pero parece que Prada no tenía mucho más interés en la radio [que seguro que había en dichos infiernos, o al menos los que sobrecogedoramente nos legaron relatos se estarían quedando con el público] y se concentró en cosas más próximas y humanas, como las relaciones, los intentos de fuga, el sexo, la delación y, en definitiva, la muerte que está presente, en todo momento, en esta impresionante obra que hace pocas concesiones a uno y otro sistema a la hora de describir horrores y desastres.

Vamos, a la que te descuidas: todos somos culpables. Y esa es otra consecuencia de la propia existencia, porque ¿habría sucedido lo que sucedió si cada uno, desde su remota e inconfundible posición se hubiese rebelado? La gran incógnita que, 70 años después de aquel desastre, todavía siguen preguntándose muchos y, los más, pretenden hacernos creer en monsergas de malos pagadores. ¿Puedo exigir por algo si no he contribuido a crearlo? ¿Puedo reclamar “sólo los beneficios” y no hacerme cargo de los gravámenes? ¿Puedo mirar al pasado desde la perspectiva del presente? O simplemente ¿puedo tener sólo derechos y no obligaciones?

En fin ya somos mayorcitos y cada uno debe realizar su propio examen de conciencia. Prada, magistralmente, contrapone el bien y el mal y, finalmente, me hallará la muerte…

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