Literatura prosista
TEORÍA LITERARIA
Modelos para el comentario de textos - 20ª parte
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Siglo XX
Introducción
n el siglo XX, a pesar de algún experimentalismo que se haya podido dar, que podría impedir llegar al sentido profundo de un texto, la mayoría de ellos son fácil comprensión, al encontrarse más próximos al lector o comentarista.
En esta etapa las orientaciones artísticas han sido muy diferentes y, con frecuencia, incluso contrarias, pues junto a obras de marcado carácter realista surgieron corrientes, como las "vanguardias", cuya propuesta fue una estética basada en la deformación de la realidad, o en la sustitución de los elementos figurativos por otros meramente intuitivos.
El siglo XX manifestó en la creación literaria la máxima libertad de cada autor, llegando a consecuencias extremas. Así, en la poesía, en muchos casos, supuso la desaparición de los esquemas estróficos tradicionales, siendo reemplazados por el verso libre.
Ahora, la interpretación del sentido culto del texto se convierte, frecuentemente, en la parte más importante del comentario. Esta ocultación del sentido, se ha dado por varias causas, pero fundamentalmente por que el autor ha seguido en ocasiones orientaciones superrealistas y, en otras, por motivos políticos, debido a que las condiciones no eran favorables para la expresión clara de determinados temas, o sencillamente porque existía un impedimento regulado para el tratamiento de tales temas.
Un texto del Siglo XX: Juan Quinto, de Valle-Inclán
El fragmento de texto que comentaremos a continuación, es Juan Quinto, uno de los cuentos que pertenece al libro Jardín Umbrío, de Valle-Inclán. Tras su lectura literal, analizaremos su estructura interna y forma expresiva.
Texto de la obra
Micaela la Galana contaba muchas historias de Juan Quinto, aquel bigardo que, cuando ella era moza, tenía estremecida toda la Tierra de Salnés. Contaba cómo una noche, a favor del oscuro, entró a robar en la Rectoral de Santa Baya de Cristamilde. La Rectoral de Santa Baya está vecina de la iglesia, en el fondo verde de un atrio cubierta de sepulturas y sombreado de olivos. En este tiempo de que hablaba Micaela, el rector era un viejo exclaustrado, buen latino y buen teólogo. Tenía fama de ser muy adinerado, y se le veía por las ferias chalaneando caballero en una yegua tordilla, siempre con las alforjas llenas de quesos. Juan Quinto, para robarle, había escalado la ventana, que en tiempo de calores solía dejar abierta el exclaustrado. Trepó el bigardo gateando por el muro y cuando se encaramaba sobre el alféizar con un cuchillo sujeto entre los dientes, vio al abad incorporado en la cama y bostezando. Juan Quinto saltó dentro de la sala con un grito fiero, ya el cuchillo empuñado. Crujieron las tablas de la tarima con ese pavoroso prestigio que comunica la noche a todos los ruidos. Juan Quinto se acercó a la cama y halló los ojos del viejo frailuco abiertos y sosegados que le estaban mirando:--¿Qué mala idea traes, rapaz?
El bigardo levantó el cuchillo:
--La idea que traigo es que me entregue el dinero que tiene escondido, señor abad.
El frailuco rió jocundamente:
--¡Tú eres Juan Quinto!
--Pronto me ha reconocido.
(...)
(Fuente de este texto: Editorial Espasa-Calpe. Colección Austral, 4.ª)
Fuente del artículo: Didáctica de la literatura, de Carlos A. Castro Alonso: Editorial Anaya, 1971, páginas 354-359.
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