GEOGRAFÍA - PAÍSES: Reino Unido de Gran Bretaña - 3ª parte

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Geografía

PAÍSES

Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte - 3ª parte


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Historia: hasta el s. XVII

letra capitular En el Neolítico, Gran Bretaña estaba ocupada por poblaciones pertenecientes a la civilización atlántica. De alguna de estas culturas se han hallado importantes restos megalíticos en las costas S y O (Stonehenge). Asimismo, diferentes pueblos del Mediterráneo llegaron a la isla en búsqueda de metales, especialmente oro y estaño.

En el I milenio a C diversas tribus de origen celta se extendieron por la isla, empujando a los antiguos habitantes hacia los montes de Gales y Escocia. En el 500 a C, los celtas ya se habían instalado también en Irlanda. Presionado por los comerciantes romanos, que querían controlar la isla, Julio César invadió Britania (55-54 a C). Sin embargo, y debido a las guerras civiles romanas, la isla no fue totalmente sometida al poder romano hasta cincuenta años más tarde, no llegando a ocupar nunca Escocia. La ocupación transformó la estructura del país, dotándola de importantes centros urbanos (Londres, Verulamium, Colchester, etc.) y de calzadas. No obstante, modificaron poco las costumbres de la población indígena, que nunca se sintió demasiado ligada a Roma. Por el contrario, el cristianismo sí logró extenderse, incluso por Irlanda y Escocia, que no habían sido ocupadas.

Tras la desmembración del Imperio romano, Britania no pudo mantenerse independiente durante mucho tiempo. En el s. V tribus de origen germánico (anglos, sajones y jutos) invadieron la isla, forzando el desplazamiento de muchos de sus habitantes hacia Gales y Cornualles y apoderándose del S, donde establecieron reinos anglosajones. Paulatinamente, la isla se fue dividiendo en varios dominios: Inglaterra, ocupada por los anglosajones y Escocia y País de Gales con población de origen celta. En los siglos siguientes, los vikingos, procedentes de Dinamarca, asolaron las costas británicas, especialmente las de Irlanda, N de Escocia y E de Inglaterra. Bajo su influencia se desarrolló el comercio y la vida urbana. Alfredo el Grande, señor de Wessex, unificó, en el s. IX, a los reinos británicos para hacer frente a los ejércitos invasores daneses. Sin embargo, la poca solidez de esta unión y la fuerza de los daneses llevaron al país a formar parte del Imperio escandinavo, hasta que en 1042 se restauró la dinastía anglosajona en la persona de Eduardo el Confesor. Su muerte en 1066, sin sucesor, abrió un período de lucha por el trono británico. Fue Guillermo de Normandía el Conquistador quien lo logró, al conquistar Inglaterra en el año 1066, convirtiéndose así en Guillermo I (1066-1087). Los reinos anglonormandos crearon un gobierno fuerte y consolidaron un feudalismo que no anulaba la autoridad de la corona.

A partir del s. XI, Escocia cayó bajo influencia del monarca inglés y a finales del s. XII sucumbieron Gales e Irlanda, ocupando también algunos territorios de Francia. El poder de este Imperio, acrecentado por el prestigio conseguido por Ricardo I Corazón de León (1189-1199) en la tercera Cruzada, se desmoronó bajo el reinado de Juan Sin Tierra (1119-1216) que perdió los territorios franceses y entró en conflicto con la jerarquía católica y los nobles. Fue obligado a garantizar a la nobleza ciertas concesiones y privilegios a través de la Carta Magna, en 1215. Esta acta, considerada hoy en día como el embrión del derecho constitucional europeo, limitó los poderes de la casa real en beneficio de la nobleza. Los soberanos ingleses, sin embargo, intentaron recuperar prerrogativas sobre los señores feudales, creando un Consejo de Notables que terminó convirtiéndose (contrariamente a la finalidad para la que había sido concebido) en el primer Parlamento, con participación no sólo de nobles, sino también de los representantes de las ciudades libres.

En los ss. XIII y XIV se fueron configurando la Cámara de los Lores y la Cámara de los Comunes, que en los siglos siguientes ejercieron un fuerte poder de control e influyeron en las decisiones de la monarquía. Los cambios que se han producido desde entonces no han dejado de tener como marco de referencia la common law (ley común), ampliando los poderes del soberano o los poderes constitucionales según el equilibrio de fuerzas. Los conflictos dinásticos, las aspiraciones de la corona británica al trono francés, la rivalidad comercial de franceses y británicos en Flandes y el apoyo prestado por Francia a Escocia en sus guerras con Inglaterra, provocaron la Guerra de los Cien Años (1337-1453), que acabó con la derrota británica y la pérdida de sus posesiones en el continente. Los fracasos militares aumentaron el descrédito de la corona, que tuvo que enfrentarse a rebeliones campesinas y a un movimiento antipapal. En la etapa posterior a la Guerra de los Cien Años, la disputa dinástica entre los Lancaster y los York desencadenó la Guerra de las Dos Rosas, que culminó con el ascenso al poder de los Tudor en 1485. Estos conflictos favorecieron a Escocia e Irlanda que gozaron de una relativa independencia. El período de los Tudor está considerado como el comienzo del Estado británico moderno. Inglaterra alcanzó un gran auge y la monarquía estableció su autoridad apoyándose en el Parlamento.

En 1534, un Tudor, Enrique VIII, consiguió el apoyo del Parlamento para romper con Roma, confiscar las propiedades del clero y proclamarse jefe de la Iglesia de Inglaterra (anglicanismo), haciendo entrar al país en el campo protestante. A cambio, el rey concedió a las Cámaras el derecho de dictaminar sobre asuntos que hasta entonces eran competencia exclusiva del monarca. El deseo de extender la autoridad inglesa y la reforma religiosa a Irlanda hicieron que Isabel I (1558-1603) impusiera su dominio en el Ulster. La invasión de Irlanda por los Tudor dio origen a siglos de conflictos político y religioso. Al mismo tiempo, Escocia se iba acercando a Inglaterra. Bajo el reinado de Isabel I floreció la literatura (Marlowe, Jonson, Shakespeare), se desarrollaron la industria y el comercio y se inició la expansión colonial. La marina británica, tras vencer a la flota española --Armada Invencible (1588)-- se convirtió en la más importante del mundo. Sus barcos llevaron a cabo una gran actividad comercial por todos los océanos. La demanda de productos obligó a emplear nuevas técnicas para aumentar la producción, por ejemplo la industria doméstica o las primeras manufacturas. Fue el prólogo de la Revolución Industrial, que se desarrolló en el país a partir del s. XVIII. Isabel I murió sin descendencia y Jacobo Estuardo de Escocia heredó la corona inglesa.

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