GEOGRAFÍA - PAÍSES: Japón - 9ª parte
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Geografía

PAÍSES

Japón - 9ª parte


Arte   Cine

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Arte

a tradición arquitectónica japonesa se remonta al siglo I de nuestra era, con la fundación del templo de Isé; en la misma tradición se construyeron los templos búdicos primitivos en el s. VII, como el famoso Ensiakudzi, predominando, al igual que en China, el empleo de la madera. A partir del s. XV la arquitectura revistió mayor suntuosidad, especialmente en la decoración de interiores con el uso de techos revestidos de planchas de plata y maderas bellamente esculpidas. En este siglo la arquitectura japonesa alcanzó su mayor grado de tecnicismo: pagodas de cinco pisos de Kioto, Nikko y Osaka. A partir del s. XIX se adaptó como norma general el estilo arquitectónico del Renacimiento, al que luego se añadió el neoclasicismo: Palacio de Justicia, Teatro Imperial y Jefatura de Policía, todos en Tokio.

La apertura que supuso la era Meíji desde 1868 permitió la llegada de las corrientes arquitectónicas europeas del s. XIX a Japón. La utilización del ladrillo y la piedra empezaron a superar a la tradicional madera para la construcción de edificios en estilo neogótico inglés o neoclásico alemán. Entre 1916 y 1922 residió en Japón Frank Lloyd Wright, en tanto que algunos jóvenes arquitectos nipones estudiaban en París con Le Corbusier; ellos crearon el Museo Nacional de Arte Occidental en Tokio. El empleo de cemento, aluminio y vidrio permitió abandonar las masas rígidas en provecho de las líneas curvas y los planos diferenciados entre los que juguetea la luz: Universidad Gakushuin (de Maekawa, 1960) y Museo de Arte Moderno (de Kamakura). En la arquitectura actual domina Tange Kenzo, investigador de las villas suspendidas.

La pintura empezó a desarrollarse en Japón en el s. VII bajo influencias chinas y coreanas. Un siglo después, la plástica se hizo más realista y el dibujo más libre. Tras una época de austeridad y severas costumbres, el arte se hizo más suntuoso y decorativo. El primer pintor del que se tienen noticias fue un chino establecido en Japón a finales del s. V. Desde este momento hasta finalizar el s. IX se puede considerar un período de tanteos y aprendizaje. Tras esta «educación» aparece el primer pintor japonés: Koseno-Kanzoca; él y sus seguidores se inscribieron en la tradición budista, importada de China. En el s. XI se estableció la escuela de Yamato Ryn, cuya obra se centró en retratos de cortesanos, ceremonias oficiales, ilustraciones de leyendas, etc. El paisaje era presentado de un modo secundario y convencional. Desde el s. XIII la escuela se divide en dos tendencias divergentes: un estilo chino, sencillo y vigoroso, y otro de inspiración budista india, con lejanas reminiscencias griegas, muy decorativo. Hacia el 1400 surgió otra escuela, los mejores representantes de la cual fueron Cho-Densu y Sesshu. Un discípulo de éstos, Ko-Hagen, fundó la escuela de Kano, la más importante de Japón durante tres siglos.

La escuela de Tosa (antigua de Yamato Ryn) derivó en el s. XVI hacia un estilo popular. Hacia 1780 comenzó el cuarto período del arte japonés con la escuela de Shipo; su culminación llegó cuando la profesión de dibujar para los grabadores se vulgarizó. Después de 1854, el contacto con Europa paralizó el esfuerzo autóctono. Sólo recientemente se ha recuperado el culto a los estilos tradicionales. Inicialmente, el arte de la escultura se reducía a la representación de las divinidades budistas, ejercida por monjes chinos y coreanos; estos ídolos tenían la particularidad de tener los ojos pintados. A partir del s. XI se generalizaron las representaciones budistas en bronce fundido.

En los albores del s. XV apareció la madera esculpida y pintada con representaciones de flores, dragones, aves, etc. Le siguió la escultura estatuaria con pinturas y barnices hasta llegar a la actualidad, con el notable escultor Okiwara Moriye. Algunas de las formas tradicionales japonesas son las caretas, los dijes en laca, marfil, coral y barro, y las armas de metal cincelado o esmaltado. En el s. XVI se introdujo la alfarería china en caolín. La calidad de la cerámica japonesa no fue excepcional, pero sí su decoración. Al abolirse el feudalismo, los ceramistas se volcaron hacia el comercio exterior, pero cayeron en groseras imitaciones de los productos extranjeros. La fábrica de Shozan recuperó el estudio metódico de las obras maestras chinas y ha hecho célebres sus productos.

Cine

El nacimiento del cine japonés formó parte del compromiso modernizador de la revolución Meíji. En los años 90 debutó la cinematografía nipona con algunos documentales y filmaciones de teatro kabuki. La técnica progresó con los documentales sobre la guerra ruso-japonesa de 1905, y con la apertura de salas comerciales llegó una invasión de películas francesas y americanas. Las primeras compañías productoras se dedicaron a fantasías históricas y a dramas contemporáneos.

En la década de 1920 los filmes de época empezaron a incluir denuncias sociales, influidos por el neoclasicismo alemán, en tanto los dramas modernos se deslizaban hacia la comedia burlesca o hacia el realismo social, denunciando la crisis económica. En 1931 el primer filme sonoro, Señora y esposa (Gosho Heinosuke) puso fin a la tradición de comentaristas de las películas mudas. El realismo tocó techo con las películas de Mizoguchi Kenji antes de empezar a tener problemas con el militarismo. Ante la censura, el cine se refugió en adaptaciones literarias. A partir de 1940 la industria cinematográfica fue un instrumento propagandístico del nacionalismo militarista. Durante estos años empezó su carrera el gran director japonés Akira Kurosawa. En la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, la fuente de la cinematografía fueron los dramas individuales, ejemplificado en el film dirigido en 1949 por Kurosawa e interpretado por Toshiro Mifune, El ángel borracho. La guerra de Corea aceleró la aparición del cine independiente de izquierdas. El crítico comunista Akira Iwasaki produjo películas de Satswo Yamamoto como Ciudad de violencia (1950). Un año después se realizó la primera película japonesa en color, y también por primera vez los nipones pudieron ver en pantalla besos y abrazos. Kashomon, de Kurosawa, supuso el reconocimiento de la cinematografía japonesa en el extranjero (la película fue galardonada con el León de Oro en Venecia en el año 1951), junto con otro film, O'Haru, mujer galante, de Kenji Mizoguchi. Junto a éstos, directores como Imai o Yamahura elevaron la década de los 50 a la edad de oro del cine japonés. La televisión sacudió, no obstante, al sector, hasta que en la década de 1960 una nueva generación, inspirada en la Nouvelle vague, entró en escena: Nagisa Oshima, Nakahira Ko o Masahiro Shinoda, quienes debieron recurrir a la producción independiente para mostrar al hombre frente al estado, la violencia y el sexo.

Las grandes campañas se lanzaron a los seriales, donde se forjaron estrellas como Takakura Ken. En la segunda mitad 1960, el sexo y el erotismo dominaron el cine japonés, produciéndose más de 300 filmes rosas. Oshima realizó en coproducción con Francia El imperio de los sentidos (1975) y El imperio de la pasión (1978), grandes retratos del amor sexual. Después de estos filmes, las superproducciones se limitaron a los dibujos animados. En las últimas décadas, las mejores productoras pertenecen al sector independiente: Brumas de verano de Suzuki Seijun (1981), Adiós nuestra querida gran tierra de Mitsuo Yanagimachi (1982) y, sobre todo, Kagemusha de Kurosawa (palma de Oro en Cannes en 1980) y Feliz navidad, Mr. Lawrence de Oshima (1983).

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