GEOGRAFÍA - PAÍSES: Argentina - 2ª parte
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Geografía

PAÍSES

Argentina - 2ª parte


Geografía humana   Geografía económica

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Geografía humana

a sociedad argentina tiene un perfil étnico predominantemente europeo y sobre todo latino. A diferencia de otros países de América del Sur, sólo un 3 % de la población es mestiza, y la población aborigen se estima únicamente en unos 20 000 o 30 000 individuos. Entre fines del s. XIX y principios del XX, llegaron al país más de seis millones de personas, la mayoría de los cuales eran españoles e italianos, además de franceses, alemanes, polacos, rusos y árabes.

Después de décadas de elevado crecimiento, tanto natural como migratorio, en la actualidad Argentina parece tender hacia la estabilización demográfica. Aunque presenta aún índices de crecimiento algo elevados, son bastante más bajos que los de la mayoría de los países latinoamericanos. A una natalidad ligeramente elevada se añade la baja mortalidad de una sociedad sanitariamente avanzada y que aún no ha envejecido. La población argentina está muy desigualmente distribuida, existen grandes contrastes entre las diferentes regiones del país.

Frente a provincias prácticamente deshabitadas, con menos de 1 h/km2, como Santa Cruz, aparece el área de Buenos Aires, que en escasos 3 500 km2 (un 0,13 % del territorio) concentra a un tercio de los habitantes. La región del Plata, con el corredor fluvial del Paraná y el interior pampeano de toda esta zona, es decir, las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, acoge alrededor del 70 % de la población. Este enorme desequilibrio en la distribución de la población crea no pocos problemas, lo que descompensa económicamente al país, que vive volcado en torno a su capital metropolitana, lo que da lugar a un acentuado fenómeno de macrocefalia de consecuencias irreversibles.

Aunque el volumen de población urbana llega en Argentina a más del 85 %, cabe tener en cuenta que casi la mitad de esta población vive alrededor de una única ciudad. Es por ello que la red urbana sufre un acusado desequilibrio por unipolaridad, ya que frente a los más de 12 millones de habitantes del Gran Buenos Aires, la segunda y tercera ciudades del país, Córdoba y Rosario, situadas fuera del área metropolitana, apenas superan el millón de habitantes cada una; la cuarta ciudad, Mendoza, no alcanza ni los 700 000. El extenso S argentino, la Patagonia, no cuenta con centros urbanos de dimensiones importantes, en ella destacan sólo las pequeñas capitales de provincia, y la ciudad de Comodoro Rivadavia, en Chubut, con casi 100 000 h, es la mayor ciudad de la Patagonia.

Argentina vive, pues, prácticamente alrededor de una sola ciudad, un fenómeno que si bien es conocido en otros países, sorprende en un territorio con tan ricas, extensas y habitables regiones que, aunque resulte un hecho curioso, no se poblaron con las masas inmigratorias llegadas a principios de este siglo. En consecuencia, a pesar de poseer una ciudad de 12 millones de habitantes con enormes problemas de congestión, Argentina sigue en la actualidad viéndose a sí misma como un país despoblado, con tan sólo 11,6 h/km2 de densidad media. A pesar de todo, han surgido atrevidos planes de industrialización y desarrollo para poblar el sur, así como también un ambicioso proyecto de traslado de la capital federal a Viedma (Río Negro), o la pretensión de acoger a nuevas olas de inmigrantes provenientes de la Europa del Este.

Es evidente que Argentina, en su dimensión humana y territorial, es un país con poca estructuración; la red urbana es inexistente en buena parte del territorio y, aunque el peso de ciertos centros que actúan de capital regional es importante, no forman una red integrada y compensada. No existe una jerarquización eficiente, funcional y estructural de la red urbana. Como centros regionales importantes cabe destacar: San Miguel de Tucumán, capital y centro funcional de la montañosa región del NO; Córdoba, punto de encuentro entre las sierras del N y las llanuras pampeanas, y que capitaliza buena parte del centro del país; Mendoza, que actúa de centro regional para las zonas andinas del centro-O y es también un importante nudo para las comunicaciones transandinas y capital de la industria vitícola argentina; y Comodoro Rivadavia, que se asienta como principal núcleo de la Patagonia y goza de gran proyección gracias a centralizar buena parte de las actividades relacionadas con el petróleo patagónico. Otros importantes centros (Santa Fe, Rosario, Bahía Blanca, Mar del Plata) gravitan ya demasiado cerca del área de influencia bonaerense como para considerarse verdaderos centros regionales con un peso absoluto y exclusivo sobre sus entornos.

Geografía económica

La economía argentina inició su importante desarrollo con la primera liberalización del comercio en el s. XVIII, y a partir del XIX, con la independencia, avanzó hacia una de las más potentes economías agroexportadoras del planeta. Las riquezas son abundantes: las pampas argentinas se definen como una de las zonas agrícolas más ricas y productivas de la Tierra, y la ganadería adquiere también en estos territorios unos altos rendimientos. Estas inmejorables condiciones centraron y condicionaron la estructura económica en torno a las riquezas pecuarias pampeanas y al comercio que éstas generaban en su salida natural al mar, el estuario del Río de la Plata, foco de toda la exportación y el comercio argentinos.

El país asentó así, sólidamente, su base económica en el enorme potencial agrícola-ganadero, en una evolución histórico-económica muy parecida y paralela a la acontecida en países como Canadá o Australia. Las grandes posibilidades que ofrecían los suelos argentinos fueron el motor de crecimiento durante décadas. La rica y exportadora economía propició, además de la llegada de inmigrantes, un elevado nivel de vida y un crecimiento urbano con ciudades que, como Buenos Aires, emulaban a las grandes urbes europeas.

La poderosa mano del capital imperial británico tomó el país, invirtiendo y controlando buena parte de su comercio e industria exportadora. Tales fueron los ejes de la vida económica hasta la Primera Guerra Mundial y la crisis del 29. Tras esta guerra, Argentina dejó de recibir sus importaciones de bienes de consumo elaborados que compraba a Europa, y el capital de su protector Imperio británico empezaba también a desvanecerse, lo que generó una incipiente industria y una burguesía inversora locales. Llegó así una etapa de industrialización por sustitución de importaciones. La crisis del 29 sacudió fuertemente al país en sus sectores clave, y la caída de precios de los cereales y la carne hizo confiar al país más que nunca en sus nuevas bases industriales y en la tan necesaria diversificación de su economía, que nunca llegó a realizarse totalmente.

Tras los años de crisis, Argentina siguió creciendo en casi todos los sectores hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando llegó a una de sus máximas cotas de desarrollo y bienestar económico. Sin embargo, a partir de los años 50 y 60, con los desajustes y despilfarros cometidos durante el peronismo, la tendencia empezó progresivamente a estancarse, a retroceder y caer por último de forma irremisible, a partir de los años 70, en los círculos del precario desarrollo económico existente en toda Latinoamérica, y en los cuales Argentina nunca había entrado.

Las causas de esta quiebra se atribuyen al descuido que sufrió el sector agropecuario en pro de una falsa y subvencionada industrialización que sólo benefició a algunos burgueses y especuladores. Se creyeron innecesarias las inversiones en tecnología y modernización en el sector agrícola, con lo que se perdió competitividad internacional y cuota de mercado. Esta caída en picado de la principal base económica del país hizo descender la entrada anual de divisas, tan necesarias, ya que con ellas pagaban sus servicios, subvencionaban su industria y sufragaban muchas de las monumentales e innecesarias infraestructuras que se hicieron durante el período peronista, todo ello sin tener que contribuir con impuesto o tasa alguno, por lo que se alejó, cada vez más, de la realidad económica internacional.

Para proteger a la economía ante la crisis, se optó por un excesivo proteccionismo, sin considerar que el mercado argentino era demasiado pequeño y que el proteccionismo ahogaría a la industria de transformación, que tan alto coste había supuesto. La escasez de unas subvenciones que ya no podían mantenerse comportó el inicio de reducciones salariales y de las consiguientes alzas de precios, con lo que se inició la carrera inflaccionaria que provocó la huida de los capitales ahorrados e invertidos hacia el extranjero, sólo «recuperables» aumentando la deuda externa.

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