El siguiente análisis no tiene pretensiones de irreverencia con el tema martiano. Es sabido que muchos cubanos, como resultado de un culto exaltado de veneración a su obra intelectual e ideas políticas, las divinizan a la par de su creador. Esto excluye la posibilidad de crítica racional a lo extemporáneo que hoy sus ideas políticas representan para Cuba o el develamiento de la errónea visión del país que aun provocan.
Sin embargo,urge señalar que en el orden de la discusión concienzuda de nuestro grave presente nacional, la sublimación del pensamiento político de José Martícomo una guía ineluctable para solucionar los problemas cubanos y faro hacia donde debe dirigirse nuestra nación, es más que aconsejable irlo reservando para lo que le corresponde en los estudios críticos de historiografía nacional.
No es por poner en duda que Martí fuera un hombre bien intencionado en sus proyectos políticos, pero de acuerdo al resultado palpable de sus acciones consecuentes, es oportuno recordar que de buenas intenciones está empedrado el camino hacia el infierno. Y enla ejecución consecuente de sus ideas políticas para Cuba, Martí se equivocó muchísimo. Se empeñó en un proceso de ingeniería social,glorificándolo a priori con un aura de heroísmo y martirio,que se le fue de las manos apenas iniciado el conflicto armado de 1895.
Es crítico señalar que se empeñó obsesivamente de retomar como válido y rápido instrumento de transformación nacional un experimento de violencia anterior, la Guerra de los Diez Años de 1868, que solo dejó destrucción en la mitad oriental del país. Sin que quede demostrado que puso mucho empeño en considerar si resultaría oneroso y destructivo para Cuba iniciar otro conflicto armado nacional, se empeñó con éxito en retomar una especie de recurrente volátil mecanismo de violencia nacional que le costó y cuesta tanto a Cuba. Y con ello se equivocó en su época, como tantos otros en esta o en otra.
Pese a sus románticas buenas intenciones, lo que Martí puso en marcha en 1895 era algo que no se podía controlar. Una guerra desencadenada es eso, el caos sin control, funcionando con su propia lógica de tiempo, muerte y espacio. Martí se empeñó con éxito, sólo porque él lo entendió y se convenció de esa manera, en promover esa guerra. Y claramente no tenía ni idea sobre el efecto espantoso que tendría en una pequeña isla apenas poblada, una tierra que para colmo se inventó en detalles, particularidades y virtudes para su propio consumo intelectual, porque de hecho poco o nada vivió en ella y menos conocía.
Pero lo que hace grave su caso, aunque de ello no tenga culpa, es que siglo y pico después, se siga tomando ese mismo ideario por ambos bandos contrarios, los de la involución y los del progreso, para buscar legitimidad política en el presente. De hecho, lo mejor que le podría pasar al país es lograr dejar atrás esto de darle protagonismo político insustituible a ese pensamiento decimonónico, que es simplón y totalmente inepto para evaluar o ser guía seria de cómo salir de dónde estamos metidos y hacia dónde nos conduce la barbarie. Han ocurrido demasiadas cosas en los últimos sesenta años en Cuba y en el mundo para estar buscando las soluciones del presente en el discernimiento personal de lo que escribiera un señor en el siglo XIX sobre como imaginó que era este país.
Porque en esencia, más que en las fatales consecuencias que provocó, generalmente siempre atribuidas por los posteriores defensores de esas ideas a una supuesta pérdida de rumbo en su contenido, está su inestable sostén de origen, donde se insiste en mantener la supuesta vigencia de todo este pensamiento político martiano: la falsa visión de lo que es Cuba.
De Martí, un pensador muy bien informado, y gracias a su larga residencia en Estados Unidos, con acceso a las mejores y más nutridas fuentes de referencias actualizadas de entonces,no se conoce un solo análisis concienzudo sobre la situación económica y social de la isla en su época, con datos y cifras demostrativas. Sin embargo, si hizo cuidadosos análisis económicos, aunque no con muy acertadas conclusiones, sobre los casos de México y Guatemala. Esto es algo inconcebible para un hombre que pretende iniciar una guerra de independencia. Tampoco se tieneun análisis detallado suyosobre el nuevo espectro político que emergiera en Cuba con la fundación de partidos como el Autonómico o el Anexionista, ni lo que podría derivar o evolucionar dentro de esos programas políticos esencialmente pacíficos, nidel apoyo popular con que contaban. Estas alarmantes e injustificadas ausencias en la farragosa obra de un hombre que pretendía y logró iniciar una etapa bélica nacionalista, ya de por sí deja mucho que pensar sobre la solidez de su realismo. (1)
La evolución de las nuevas fuerzas políticas de Cuba de aquel entonces en esencia buscabala transición pacífica y la evolución del proceso colonial en franca decadencia.Este delicado procedimiento político estaba enmarcado en el cauce descolonizador que iba tomando la historia de Occidente en ese siglo. Con este proceder se estaba evitando lo que ocurriría a posteriori en otros ámbitos mundiales,con desastrosos resultados provocados por la violencia desatada por los apresurados delirios de ingeniería social mediante la guerra.
A la luz del presente, esta visión de evolución pacífica demuestra que sus programas tenían los pies más puestos en la tierra y en el deseo de segura paz, prosperidad y progreso de nuestro país que el delirio martiano de transformar de golpe a una pequeña isla, entonces apenas poblada y todavía arrastrando el desastre de pobreza que trajo la guerra, en el escudo de América Latina y el forzudo cruzado libertador de otro enclave colonial español en el continente.
Para colmo, Martí ni siquiera sacó conclusiones acertadas o las estimó suficiente argumento para evitar emprender una arrebatada gesta “heroica” tan o más desastrosa de lo que fuera el largo conflicto de 1868 para Cuba o el estrepitoso fracaso de otro empeño bélico en los años 70. Además, resultaba políticamente aventurero y voluntarista concebir como posible, sin apoyo de unapotencia (como en definitiva ocurrió), ganarle un conflicto armado a otra potencia ya debilitada, pero aun así en el rango de las cinco primeras del orbe en esa época, plenamente cargada de arrogante prepotencia colonial y preponderancia en los asuntos mundiales por cuatro siglos inerciales.
A la luz de todas estas impresiones, el verdadero legado martiano resulta ser los problemas a los que dio alimento el bagaje de su arrebatado pensamiento político. Por lo visto, cayó en el mismo error delos patriotas que provocaron la primera fallida guerra de independencia. No supo aquilatar con cabalidad el terrible efecto que las guerras de independencia provocaron en holocausto, destrucción y militarismo en A. L. En definitiva, no fueron iniciadas por un anhelo netamente popular, exactamente como ocurría en Cuba entonces, sino que concibiera y empujara hasta casi la extinción(2) una minoría criolla de la clase media, embriagada con los delirios humanistas de la sangrienta y represiva Revolución Francesa, otra fragua de monstruosidades. Y para colmo, al Martí ser capaz de organizar el conflicto militar, de inmediato fue timado por los generales en contubernio, considerando irrisoria, y con brutal fundamento dada su experiencia, la “guerra sin odios” de ese civil soñador.
Martí forzó una realidad, e interrumpió toda posibilidad pacífica de evolución en la isla con el empecinado exabrupto histórico que desencadenó, y sin saberlo, pero aun así intelectualmente responsable de la maquinación histórica que había puesto en marcha, creó pedestalesideológicos nacionales,todos basados en el voluntarismo revolucionario y violento, para que en el futuro otros cabezas calientes, con el añadido de ambición y oportunismo político sin cotas, se aprovecharan de toda esta doctrina sobrevalorada y se otorgaran con ella legitimidad histórica ante el injustificable pecado de poca o ninguna ilustración del pueblo cubano, profuso hacia a la mística y al héroe redentor y con poca inclinación al empeño constante de la responsabilidad ciudadana.
Seguir insistiendo en otorgarle vigencia a estetrasnochado programa ideológico no conduce a ningún sitio. Más bien significa el estancamiento de las ideas y la evasión dolorosa, pero realista y asentada, del análisis de nuestros verdaderos problemas nacionales,tanto como el precario resultado material y el estancamiento de peñón irredento que provocan. Seamos modernos, volvamos a ser parte del pensamiento y la dinámica de Occidente, a lo que pertenecemos de manera integral y que constantemente se nos impide. El mundo está cada vez más repleto de ideas y desafíos nuevos, y cada vez más precipitados, creando eventos y posibilidades de progreso y también nuevos peligros, para que la empobrecida nación cubana se esté dando fuete con unas ideas políticas añejas y que en definitiva dieron sostén, quiéralo o no, a estos barros que hoy nos anegan. Toda esa exhortación a la resistencia y a la lucha por la verdadera independencia y libertad, toda esa convocatoria a permanente heroísmo, conflicto y enfrentamiento, es un bulo de engaño que nos tiene bestializados y empobrecidos, es leña para alimentarle las ascuas a una agonía inacabable, que de por sí odia la evolución y el progreso que no podría controlar.
Lo invitamos a exponer en nuestra página sus argumentos sobre este tema.
Notas:
(1)De esa vana tendencia precisamente trata el libro Intelectuales, del destacado historiador británico Paul Johnson, muyrecomendable para los fervorosos seguidores de la doctrina política martiana.
(2) Venezuela perdió el 85{0d588ba7f48bcf149ea3d99ef3fe9d939ded77b926add77e789755f3fe155431} de su población. Ver Enciclopedia Sopena 1985. Venezuela-Historia.