Desde su mismo origen, la bandera de Cuba es símbolo del ideario de integración norteamericano, panamericano y universal. En esa época, en el mundo primaban los Estados configurados como imperios y monarquías dinásticas, y sus colonias y territorios inexplorados. La excepción como modernidad era el continente americano, conformado por repúblicas emergidas de la era colonial europea.
Precediendo al área española del continente, Estados Unidos de América era una república institucionalizada en una nueva configuración estatal, donde las instituciones del poder estaban divididas y se compensaban una a otra mediante un sistema democrático, pluripartidista y con elecciones periódicas. El gobierno conformado constitucionalmente era civil por ley. La clase militar nunca estuvo en el poder, al contrario de los Estados del sur del continente, donde este fenómeno del militarismo provocaba devastadoras guerras a las que periódicamente se sucedían períodos dictatoriales de caudillos castrenses de la independencia o grupos oligárquicos.
Cada nuevo Estado que se incorporaba a los Estados Unidos de América no se conformaba como una colonia, sino que elaboraba sus propias leyes, elecciones y cuerpo gobernante dentro de un orden y modelo democrático únicos entonces. En la misma época, y precisamente debido a la clase militar que preponderaba en la denominada América Latina, este modelo democrático de civiles y el imperio de la ley fracasaba una y otra vez en ser repetido. Los patriotas cubanos, pese a que nos unía un origen y lengua comunes a estas naciones, prevenidos de su mal ejemplo para el futuro nacional de una joven república, y aspirando a transformarla en un Estado democrático y próspero, simpatizaban y preferían dar pasos para integrarse al primer modelo, al del Norte, como otro Estado más, con los mismos derechos y orden, evitando el triste destino de conflictos armados, guerras fratricidas y retraso económico que periódicamente asolaban las nuevas repúblicas al sur del río Grande.
La decisión de intentar incorporar a Cuba como un Estado más de la Unión Americana, con plenos derechos de soberanía, también tenía graves razones geopolíticas que trascendían la voluntad de independencia y plena soberanía. En la primera mitad del siglo XIX, atraídos por la riqueza que proveían sus tierras, hubo varios intentos por parte de Estados Unidos de América, México y Colombia por adquirir Cuba, proponiendo su compra a España. Los independentistas temían que de tener éxito una compra de alguna de las dos inestables repúblicas latinoamericanas, la nueva incorporación territorial y sus habitantes se verían arrastrados al caos y guerras que periódicamente las devastaban.
Pero estaban presentes otros obstáculos insalvables. En sus propósitos libertarios del tutelaje español, de lograr por sí misma librarse del yugo de España, la nueva y débil república antillana estaría inerme ante la rapacidad de otras naciones europeas, las que por entonces con sus fuerzas armadas intervenían a capricho en nuestro continente (con intervenciones armadas como ocurriera en Argentina, Chile y Perú, y con posterioridad en México y Venezuela), y se apoderaban como colonias de vastos territorios en África y Asia. Era más que probable que de no quedar Cuba protegida con la inserción como nuevo Estado de los Estados Unidos de América, con los derechos y amparo inherentes que de ello se desprendían, los rapaces imperialismos europeos se sintieran muy tentados de apoderarse en plan colonial de la por entonces muy rica Cuba, aunque débil para garantizar y sostener su independencia por sí misma.
Sin embargo, la intención de presentar la futura nación insular como candidata a Estado de la Unión americana, pese a ser un viejo deseo anexionista nunca fraguado del todo en la nación norteña, contaba con un poderoso obstáculo dentro de su propio frágil balance político interno. La brusca incorporación de una Cuba esclavista podría romper el delicado equilibrio de poder entre los Estados esclavistas del Sur frente a los emancipados del Norte, tal como indefectiblemente ocurriera una década después con la incorporación de los territorios del Oeste norteamericano, provocando la sangrienta Guerra de Secesión.