Escribió el botánico holandés Blume: “una Diosa, de belleza extraordinaria, cubierta con un precioso manto de seda, se apareció a los indígenas para inspirarles sentimientos elevados, pero éstos, pervertidos y groseros, la persiguieron hasta hacerla refugiarse en lo mas intrincado de la montaña. Triste y abatida extendió sobre las piedras su manto divino y retornó donde los hombres colérica y amenazante, éstos al verla imploraron su perdón y le suplicaron dejarle su precioso manto para protegerlos, ella ofreció enseñárselos por última vez antes de retirarse al cielo, pero algunos fragmentos se habían quedado enredados en las piedras donde el velo había sido extendido, y poco a poco fueron germinando dando hojas semejantes a la seda del velo divino; devotos, contemplando el milagro, hicieron procesiones para recoger aquellas pequeñas plantas, destruyendo las restantes para que no fueran profanadas. A pesar del cuidado y de sus rezos, las plantas empezaron a marchitarse y a morir, desesperados imploraron a la Diosa que les devolviera su tesoro, ella viendo verdadero arrepentimiento en sus fieles, revivió con su aliento las raíces abandonadas en las rocas, que todavía subsisten, y así se conservan esas joyas que se llaman Macodas Petola, de hojas satinadas, verde claro con matices purpurinos, adornadas con dibujos amarillos que parecen lentejuelas de oro”
Es, la orquídea.