Paseando por una zona urbana de mi población natal, observé que en una propiedad abandonada crecía una planta trepadora que había colonizado gran parte de la superficie de un muro de piedra. Por las muchas veces que he tenido esas hojas entre mis manos la reconocí al instante, era una Vitis riparia, una vid americana que, en parte, ha sido responsable de que, sobre todo en Europa, pudiéramos salvarnos de la gran plaga mundial que supuso el ataque de Filoxera en la década de 1870.
En aquella época, las vides se plantaban generalmente con sus raíces originales, y era común probar nuevas variedades procedentes de otros países, especialmente América. Pero, a la vez, esas vides debían adaptarse a nuevos climas y terrenos. Resultó que la Filoxera, un insecto parecido al pulgón, alcanzó Europa por varios puntos geográficos durante esas importaciones de vides foráneas (especialmente Francia y Austria), y al no estar nuestras plantas adaptadas al ataque de ese insecto, sufrieron una epidemia de tal magnitud que arrasó con ellas en todo el Continente, y después casi todo el resto del mundo salvo algunas excepciones. Fue una crisis muy importante que trajo de cabeza a todos los sectores relacionados con el mundo del vino a finales del siglo XIX.
Curiosamente, la solución vino también de América, a través de vides muy resistentes, entre ellas la Vitis riparia que menciono aquí. No sin conflictos, debido a los enfrentamientos entre partidarios y detractores de acoger las nuevas cepas, sobre los tutores de esta vid se fueron injertando las variedades autóctonas europeas, consiguiendo recuperarse el sector vitícola europeo en pocas décadas.
En la actualidad, prácticamente la totalidad de países vitícolas disponen de leyes fitosanitarias que obligan a propagar las vides mediante injertos sobre patrones certificados. Los consejos reguladores también deben velar porque las plantaciones de sus asociados respeten esas normas, para mantener un adecuado control fitosanitario de las plantas en producción.
