LENGUA - LAS LENGUAS PENINSULARES: El castellano clásico y moderno - 4ª parte

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LAS LENGUAS PENINSULARES

El castellano clásico y moderno - 4ª parte


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El Siglo de Oro de las artes y las letras españolas (continuación)

El Renacimiento (continuación)

El Diálogo de la Lengua, de Juan de Valdés

n 1535 Juan de Valdés escribe el Diálogo de la lengua. Vive entonces en Nápoles, donde es archivero de la ciudad, nombrado por Carlos V, y donde morirá en 1541. Discípulo de Erasmo de Rotterdam, defiende, como todos los erasmistas, la religiosidad íntima, se siente ajeno a los ritos externos y mantiene la primacía de la fe sobre las obras. En Nápoles se ha rodeado de un selecto grupo, para el cual escribe.

Escribe sobre asuntos religiosos y, excepcionalmente, este Diálogo de la lengua, que debió de tener la finalidad de introducir a sus amigos en el uso del castellano, que "ya en Italia, assí entre damas como entre cavalleros se tiene por gentileza y galanía saber hablar...".

La obra responde a un clima de exaltación de las lenguas vulgares que fue general en el Renacimiento: "Todos los hombres somos más obligados a ilustrar y enriquecer la lengua que nos es natural y que mamamos en las tetas de nuestras madres, que no la que nos es pegadiza y que aprendemos en libros." Valdés no era un lingüista y no ahonda demasiado en cuestiones gramaticales teóricas, pero hace una amplia descripción de lo que era con toda seguridad el castellano del siglo XVI.

Así, el Diálogo de la lengua documenta cómo se van superando las vacilaciones de vocales átonas y se tiende a simplificar los grupos de consonantes, cómo permanece aún en Toledo la distinción entre la dentoalveolar africada sorda y sonora, y cómo la f- inicial se ha convertido ya en una aspiración. Registra que las formas verbales do y so van siendo sustituidas por doy y soy; que el pronombre vos átono está siendo desplazado por os; la decadencia de nexos como ca, en beneficio de porque, o las tendencias modernas en el orden de palabras.

Pero sobre todo analiza el léxico con un criterio de propiedad, censurando términos vulgares y rústicos, dialectalismos o arcaísmos, a la vez que informa sobre neologismos que están entrando durante estos años en la lengua.

Y describe, en fin, con rigor, la variedad de lenguas peninsulares y la diversidad geográfica que presenta el castellano: "Si me avéis de preguntar de las diversidades que ay en el hablar castellano entre unas tierras y otras, será nunca acabar, porque como la lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con toda el Andaluzía, y en Galizia, Asturias y Navarra, y esto aun hasta entre la gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de España, cada provincia tiene sus vocablos propios y sus maneras de dezir, y es assí que el aragonés tiene unos vocablos propios y unas propias maneras de dezir, y el andaluz tiene otros y otras, y el navarro otros y otras, y aun ay otros y otras en tierra de Campos, que llaman Castilla la Vieja, y otros y otras en el reino de Toledo, de manera que, como digo, nunca acabaríamos."

Valdés defiende también una norma para el castellano, intentando armonizar la autoridad de la lengua culta y cortesana --coincidente con el habla de Toledo-- con el criterio de quienes defendían la autoridad de la lengua más común y popular, aunque excluya, en todo caso, lo vulgar y plebeyo. A este respecto es significativo que no recurra a modelos literarios --no los encuentra en castellano equiparables a los de la literatura italiana, en la que se halla inmerso-- sino a los refranes. En lo cual está la idealización renacentista de lo popular como expresión del hombre natural y primitivo, ajeno a las contaminaciones de la civilización.

El Diálogo de la lengua circuló manuscrito y no fue editado hasta 1713. No todo en esta obra es indiscutible, ni todas las valoraciones de Valdés fueron aceptadas por la evolución de la lengua, pero constituye un testimonio valiosísimo del estado del castellano en los inicios de la edad moderna.

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