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Lengua
LINGÜÍSTICA
Las lenguas del mundo - 1ª parte
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Introducción
omo ya sabemos, la lengua española (o las otras lenguas minoritarias que constituyen el patrimonio lingüístico de España) es hablada sólo por una parte de los pobladores de nuestro planeta, pero esta experiencia, común, choca con el sentimiento de saber qué lengua "verdadera" es la nuestra. Desde tiempos remotos, la diversidad lingüística ha sido vivida por la humanidad como una especie de maldición, que los mitos explican antes de que la ciencia reflexione sobre ella.
En tiempos muy remotos, los romanos llamaban "bárbaros" a los germanos, y antes los griegos a los no griegos, simplemente porque no hablaban como ellos "de sus gargantas salía una jerga incomprensible". "Bárbaro" es una palabra onomatopéyica que evoca la idea de un hablar inarticulado, y por tanto ininteligible, en alguna medida infrahumano, que se tiñe de evidente desprecio: los extranjeros no son sólo los que hablan una lengua diferente a la nuestra; es incluso discutible que se trate de una lengua... Prejuicio similar al de quien dice a otro "habla en cristiano" para alegar que no le entiende.
Desde épocas remotas los hombres han sentido como una limitación y como un castigo la diversidad de lenguas. En la Biblia, esta variedad se ve como una fuente de temor y amenazas. Cuando el profeta Jeremías (5,15) reprueba a Judá, dice estas palabras:
"Contra vosotros voy a traer un pueblo, / de lejos un pueblo, ¡oh, casa de Israel! / -oráculo de Yavé-; / un pueblo fuerte, / un pueblo de antiguo abolengo, / un pueblo cuya lengua desconoces, / del que no comprenderás lo que hable. / Su aljaba es como un sepulcro abierto; / todos ellos valerosos, / y devorará tus cosechas y tu pan, / a tus hijos y a tus hijas. / ..."
El Génesis (11, 1-9) nos cuenta cómo los hombres, que hablan aún una sola lengua, levantan una torre inmensa con la pretensión orgullosa de tocar los cielos; su empeño fracasa porque Yavé, para castigar su orgullo, confunde sus lenguas, lo que hace inviable la cooperación y el trabajo. El Dios (o los dioses) que da el lenguaje, lo cede bajo unos límites: el reconocimiento de la existencia humana, justamente, como limitación.
En el terreno opuesto, cuando el Espíritu Santo desciende en Pentecostés sobre los apóstoles, a éstos se les revelan las lenguas diversas de los hombres: son, en cierto modo, como dioses. Han superado uno de los más fuertes límites del hombre, el conocimiento de la lengua.
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