GEOGRAFÍA - PAÍSES: Portugal - 4ª parte
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Geografía

PAÍSES

Portugal - 4ª parte


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Historia: hasta el s. XVIII

letra capitular El occidente de la península Ibérica fue poblado por primera vez durante el Paleolítico; estos pobladores prehistóricos galaico-portugueses desarrollaron en el Neolítico una cultura original. Ya en época histórica, los testimonios de los navegantes griegos y fenicios hablaban de tres poblaciones diferentes en territorio portugués: los primitivos galaicos en el N, los lusitanos en el S, y entre ambos los celtas centroeuropeos. Estos pueblos fueron sometidos por los romanos en el s. II a C, tras dura resistencia, y constituyeron la provincia imperial de Lusitania. La caída del Imperio romano propició la formación del reino bárbaro de los suevos, posteriormente anexionados al reino peninsular de los visigodos. Este último fue destruido en su conjunto por la invasión de los musulmanes norteafricanos del s. VIII.

Las primeras etapas de la reconquista portuguesa fueron ligadas a la castellana. Ante la presión del reino astur-leonés, los árabes se replegaron al S del Douro. Entre este río y el Miño se formó el condado de Portugal (Terra Portucalensis), ambiguamente vinculado al rey leonés. La aparición de los reinos de taifas en los ss. XI y XII facilitó la reconquista sistemática por parte de los reinos cristianos. En tierras portuguesas, Fernando I de Castilla y León llegó hasta el río Mondego. Su sucesor, Alfonso VI, dio a su yerno Enrique de Borgoña, en calidad de condado hereditario, todo el territorio portugués reconquistado. Este proceso de independencia prosiguió con la elevación de Braga a Arzobispado. Finalmente, el conde Alfonso Henríquez se proclamó rey de Portugal a mediados del s. XII, rompiendo los vínculos de vasallaje con Castilla.

A principios del s. XIII prácticamente se había culminado la Reconquista (salvo el Algarve), siendo Portugal el primer estado europeo en delimitar su territorio. La reconquista portuguesa había sido obra de la monarquía, secundada por las órdenes militares (templarios, hospitalarios, de Calatrava, de Santiago); además, para fomentar la repoblación los campesinos habían recibido amplios privilegios recogidos en las cartas de Conselhos. Por ello, en Portugal no existió un auténtico feudalismo; los reyes conservaron todo el poder político apoyándose en los representantes de las ciudades y consehlos para combatir a la nobleza dentro de las Cortes o Estados Generales.

La monarquía extrajo sus funcionarios de los miembros más ilustrados de la burguesía, los legistas, y dictó las ordenaçoes, leyes que favorecían las actividades mercantiles de aquéllos. La primera gran crisis de esta construcción nacional se produjo en el s. XIV: el rey Fernando murió sin descendencia masculina; su única hija estaba casada con el rey de Castilla, quien reclamó sus derechos apoyado por la nobleza terrateniente portuguesa. Pero la burguesía y el pueblo apoyaron al Gran Maestre de Avís, hijo bastardo del rey Fernando. Vencieron a las tropas castellanas en Aljubarrota, y proclamaron rey a Juan de Avís. Éste eliminó en buena parte a la nobleza terrateniente, favoreciendo a una nueva clase con vocación marítima y colonial.

Entre 1384 y 1850, Portugal vivió el apogeo de los descubrimientos y la colonización. Se unían dos tipos de motivaciones: el espíritu caballeresco de reconquista y defensa del cristianismo por un lado, y las necesidades económicas del país por otro. Portugal, limitado por la poderosa Castilla, necesitaba dominar las rutas marinas y le urgía controlar las caravanas que traían el oro del África sub-sahariana. La corte portuguesa se dividió entre los partidarios de la expansión territorial por África (básicamente la nobleza), y los de la expansión marítima para llegar a la India circunnavegando el continente africano (los burgueses). Ambas políticas se aplicaron simultáneamente; si en los primeros años se impuso el partido nobiliario y se potenciaron las conquistas territoriales en el N de África, pronto la monarquía se decantó por la expansión marítima, de la que obtenía mayores beneficios.

Portugal se hizo con el monopolio del comercio de especias, metales y esclavos, instalando factorías estratégicamente a lo largo de la ruta que le unía con el Extremo Oriente. Los navegantes portugueses también alcanzaron las islas Azores y Madeira, y más tarde Brasil, navegando transversalmente el Atlántico. A mediados del s. XVI, este monopolio comercial empezó a debilitarse. Tropezó, de una parte, con el resurgimiento de algunos estados asiáticos (Persia, el imperio mongol, el Shogunado japonés) que limitaron su dominio en Asia; por otro lado, ingleses y holandeses empezaron a plantear dura competencia. Por estos mismos años, Portugal vivió su segunda gran crisis dinástica: el rey Don Sebastián murió en el sitio de Alcazarquivir (1578, epílogo de la expansión norteafricana) sin descendencia directa.

Felipe II de España impuso su candidatura al trono portugués tras vencer en la batalla de Alcántara (1580). Las Cortes de Tomar le coronaron, aunque manteniendo la separación entre los dos estados. Buena parte de la opinión portuguesa consideró esta unión ibérica como el inicio de la decadencia portuguesa, pero en realidad lo que hizo fue retrasarla, gracias a la protección que la armada española ofrecía a los establecimientos portugueses en ultramar y a la apertura de las colonias españolas al comercio con las del país luso. A pesar de todo, un amplio sentimiento de rencor antiespañol se difundió entre la burguesía y las clases populares. Este nacionalismo estalló cuando los reyes y ministros españoles sucesores de Felipe II intentaron aplicar una política de homogeneización en todos sus estados. Con motivo de la sublevación de Cataluña (1640), el movimiento antiespañol se sumó a ella y proclamó la independencia de Portugal, coronando rey al duque de Braganza. Se inauguró, así, el período de la Restauraçao, que era de hecho el triunfo de la monarquía absoluta.

Tras un período turbulento, en 1668 España reconoció definitivamente la independencia portuguesa, firmemente apoyada por Inglaterra. La aproximación a este país se selló en el Tratado de Methuen (1703). En lo económico, este tratado también era vital: una vez definitivamente hundidas las posiciones portuguesas en Asia, la monarquía lusa se volcó en la explotación agrícola de sus posesiones atlánticas. El acuerdo con Inglaterra consagraba la vocación agrícola de Portugal, que había sido incapaz de impulsar una industria manufacturera. Así, Inglaterra reservaba su mercado a los vinos portugueses, y a cambio abastecía al país ibérico de sus manufacturas.

Los monarcas portugueses de s. XVIII emprendieron un intento de reforma y modernización del país; singular importancia tuvo el primer ministro de José I, el marqués de Pombal, impulsor del Despotismo Ilustrado durante 27 años (1750-1777). En el plano jurídico igualó a todos los portugueses, suprimiendo los privilegios de nobles y clérigos, y aboliendo la esclavitud en la metrópoli. En lo económico, reformó y centralizó la Hacienda del Estado. Impulsó la enseñanza y reorganizó el ejército. Finalmente, expropió y expulsó a los jesuitas, iniciando la separación Iglesia-Estado.

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