GEOGRAFÍA - PAÍSES: Estados Unidos de América - 8ª parte
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Estados Unidos de América - 8ª parte


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Literatura

a literatura norteamericana raramente se presenta en forma cronológica, como una sucesión de generaciones que se influyen unas a otras. Para los críticos es el reflejo de un rasgo dominante que caracteriza la situación original de los americanos: para unos el puritanismo de los fundadores, para otros el optimismo al que sucede la nostalgia de un sueño perdido, algunos piensan que el americano es un hombre nuevo, un Adán, mientras otros lo ven como un ser atormentado por su conciencia.

En definitiva, la literatura norteamericana se interpreta, no se explica, en base a los temas que aborda, a las preguntas que plantea. Un rasgo que caracteriza a los americanos durante toda su historia, en el plano cultural, es la búsqueda de ancestros, a menudo angustiosa. Faltos de la legitimidad de un pasado mítico inmemorial, los blancos americanos se dieron unos «padres peregrinos» o fundadores que transformasen su pasado en leyenda. El tema de la búsqueda del padre es recurrente en la literatura de Estados Unidos; numerosos héroes son huérfanos o adolescentes que han roto sus vínculos familiares, aventureros o vagabundos (Tom Sawyer, Huckleberry Finn). Más recientemente fueron los vagabundos casi hippies de la Beat Generation que buscaron sus caminos en el orientalismo o la droga (Jack Kerouac, Allen Ginsberg). En definitiva se busca la respuesta a la pregunta: ¿qué es un americano? Para Henry James fue un hombre sin pasado, y sin pecado original, capaz de reinventar al hombre; en su novela El Americano (1887), el protagonista se llama Christopher Newman, es decir, Cristóbal (por Colón) y nuevo hombre. Para otros, en cambio, es un usurpador que ha borrado su pasado, como el protagonista de El Gran Gatsby o los personajes dinásticos de Faulkner.

El irlandés Eugene O'Neill consideraba la búsqueda de sus orígenes familiares como «un largo viaje al fondo de la noche» (1940). Vemos así, frente al americano seguro de sí y orgulloso de ser un self made man (hombre hecho a sí mismo), la revelación de un ser angustiado por su complejo de Edipo. El mismo problema se plantea respecto a la literatura estadounidense en su conjunto: su madre es obviamente la lengua inglesa, pero ¿quién es el padre?, ¿tal vez alguno de los predicadores puritanos que fueron cronistas de la colonización y, al mismo tiempo, exegetas de las escrituras? ¿O quizá alguno de los padres fundadores que empezaban a cambiar la religión por los negocios? Algunos incluso ensayaron, con poco éxito, crear un gran poema épico nacional a imagen de las literaturas europeas. Pero donde primero se desarrollaron los misterios del Nuevo Mundo fue en la prosa; el primer misterio fue el hombre de color: John Fenimore Cooper reflejó el enfrentamiento entre el «blanco civilizado» y el piel roja «salvaje», creando al blanco que se apropia de las virtudes del indio, que es una de las maneras como se soñó a sí mismo el americano.

La otra imagen de ese sueño, esta vez frente al negro, la proporcionó Harriet Beecher Stowe en La cabaña del tío Tom (1851). Si por la temática son las primeras obras de ficción plenamente nacionales, también lo son por la ambigüedad de sus respuestas. Junto a ellos, Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson, Herman Melville y Walt Whitman certifican que a mediados del siglo XIX ya estaba madura la nueva literatura americana. Sin embargo, algunos aún dudaron que estos autores y sus personajes (el capitán Achab o Hester Prynne) fuesen plenamente americanos; aún había mucho en ellos de la patria cultural británica. También muchos historiadores consideran que Estados Unidos sólo fue una nación adulta tras la Guerra de Secesión. Para éstos el verdadero nacimiento de la literatura estadounidense fue Mark Twain (1835-1910). No por casualidad Twain era del S y sus personajes viajaban por los estados recién salidos de la esclavitud. Y es que para los europeos es ese «exotismo» de los temas indígenas (el hombre de color) lo que consagra a la literatura americana. Para los americanos no es algo pintoresco, sino un problema de conciencia, buena o mala. Después de J. F. Cooper, los indios sólo son un mal recuerdo relegado al museo del western.

En cambio, el negro vive con los blancos, no al margen. En un país tan desprovisto de signos externos de jerarquía, el negro es la imagen identificable de la desigualdad y la injusticia. El negro tiene una plaza de excepción en la literatura americana: resignado (La cabaña...) o inconformista (Confesiones de Nat Turner). Junto a hombres de acción (Martin Luther King o Malcolm X), se afirmaron escritores como Ralph Ellison, James Baldwin y Le Roi Jones. Los blancos, después de haber creado un mundo de culpabilidad (El oso, Faulkner) identificaban su propia revuelta contra la sociedad con la del negro frente a la opresión racial (The white negro, Norman Mailer). El otro gran protagonista de la literatura de Estados Unidos es la naturaleza. La «frontera», que míticamente acercó al hombre a una pureza original, al desaparecer lo deja frente al vacío y la nostalgia.

Durante mucho tiempo E.U.A. se vio a sí mismo como un país de granjeros libres (Thomas Jefferson). Ese sueño se reflejó en numerosas obras, por ejemplo en las de John Steinbeck. También quedó la imagen del enfrentamiento con la naturaleza hostil, cuya violencia justifica la del hombre (Moby Dick). A menudo ese enfrentamiento es el rito de iniciación del hombre a su madurez, identificada con la guerra, las armas (Stephen Crane, Ernest Hemingway, John Dos Passos, Willian Faulkner). Frente a la naturaleza, el americano está sólo raras veces acompañado de una mujer. Para ese solitario el «otro» puede ser compañero o enemigo; fraternidad y asesinato son los dos polos de la literatura americana. Si el americano es un hombre de la naturaleza, ya no existe en el siglo XX, cuando ha elegido irremediablemente el progreso. Queda sólo la nostalgia y la culpabilidad de haber perdido el paraíso original. Ese es el otro gran tema americano: la búsqueda del paraíso perdido (Carson McCullers, Flannery O'Connor). Naturalmente las literaturas minoritarias (negros, judíos o chicanos) no comparten esos temas. Para ellos no hay paraísos perdidos, sino desarraigo, soledad y alienación.

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