GEOGRAFÍA - PAÍSES: Estados Unidos de América - 5ª parte

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Estados Unidos de América - 5ª parte


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Historia: s. XIX

asta la elección como presidente de Jefferson, en 1801, había gobernado el partido federalista, y a partir de esa fecha cedió el poder a los republicanos. No obstante, a pesar de estas diferencias, el pragmatismo del ejercicio político acercó a ambos partidos convirtiéndolos en colaboradores. Los recién nacidos Estados Unidos se encontraron un mundo convulsionado por la Revolución Francesa y sus guerras consecutivas.

El primer presidente, George Washington, inauguró la política de neutralidad y de rechazo a alianzas permanentes a la que Estados Unidos permaneció fiel más de un siglo. Para ver reconocido ese derecho a la neutralidad, debieron librar una nueva guerra contra Inglaterra en 1812, la Segunda Guerra de Independencia, ante el intento británico de imponer restricciones a todo comercio con el área francesa. La amenaza en realidad no era tan grave, pero sirvió de vehículo para la cohesión y el orgullo nacional estadounidenses.

En otro frente, las guerras de independencia en la América española dieron ocasión de afirmar la política exterior de Estados Unidos, resumida en la frase del presidente James Monroe: «América para los americanos», que en aquel momento quería decir que la federación no deseaba intervenir en asuntos europeos, y exigía al Viejo Continente lo propio respecto a los norteamericanos. Los años veinte del siglo XIX fueron bautizados como la era de los buenos sentimientos: la aproximación de los dos partidos, la expansión hacia el O y la exaltación del deseo de enriquecimiento individual dejaron de lado cualquier confrontación política. Lo característico de este período fue la construcción de vías de comunicación hacia el O, singularmente los ferrocarriles transcontinentales, mediante el llamado american system, política de grandes trabajos emprendidos por empresas privadas de enormes capitales en régimen de monopolio.

En la carrera hacia el O tenían cierta ventaja los estados industrializados del N sobre los agrarios del S. La relegación de estos últimos y su sentimiento de asfixia fueron el origen de la más grave crisis política de la historia de Estados Unidos, algunos años después. Esa expansión acelerada hacia el O provocó una guerra con México en 1846 por la posesión del territorio de Texas. Los justificadores de la anexión a la federación elaboraron una teoría, la doctrina del destino manifiesto, que al proclamar una supuesta misión civilizadora de los norteamericanos daba la vuelta a la doctrina defensiva de Monroe, convirtiéndola en un imperialismo sin complejos.

La elección en 1829 de Andrew Jackson había puesto fin al período presidido por los «padres de la patria». Jackson representaba al elemento popular y a los pioneros del O: era el epígono del ascenso del hombre común. El crecimiento de la población, el desarrollo urbano y especialmente el aluvión de nuevos estados representaban el fin de la vieja sociedad aristocrática. Significativamente, en la era jacksoniana se generalizó el sufragio universal. Un nuevo problema relegaba a segundo plano la lucha a favor o en contra del fortalecimiento del gobierno federal de la Unión, llegando a cuestionar la existencia misma de ésta: el esclavismo. La historia y la economía favorecían al N industrial frente al S, convertido exclusivamente en productor de materias primas.

En el N, tanto la ideología y las creencias religiosas como las necesidades del sistema productivo eran opuestas al esclavismo. En cambio en el S éste era tanto un modo de producción como una seña de identidad de toda una manera de concebir una sociedad. La Revolución Industrial europea multiplicaba sin cesar la demanda de algodón, cultivo básico de los estados del S y motor de su expansión al O. Las tensiones se habían intentado suavizar con el Acuerdo de Missouri de 1820: por cada estado no esclavista incorporado a la Unión, se aceptaría otro esclavista, creándose una línea imaginaria que separaba a unos de otros. Pero este frágil equilibrio se veía amenazado por tres circunstancias: estaba prohibida la trata de esclavos, y éstos sólo podían obtenerse por la reproducción natural de la población negra del S (por eso a menudo el equipo de esclavos era más valioso que la tierra que trabajaban). En segundo lugar aparecieron estados no esclavistas al S de la línea de separación, como California. Y por último existía una propaganda y un activismo radicalmente abolicionistas que exasperaban las tensiones.

En el fondo del problema operaban las transformaciones socioeconómicas que se estaban produciendo: el NE y el O habían alcanzado una especie de pacto comercial por el que la industria del N suministraba al O sus productos a cambio de materias primas y alimentos. El N había presionado para obtener ese acuerdo poniendo trabas a la circulación de personas hacia el O, temiendo perder su mano de obra industrial. En consecuencia, los temores del S de verse recluido no eran del todo infundados. Los acontecimientos se desencadenaron a raíz de la elección a presidente en 1860 de Abraham Lincoln, públicamente hostil a la esclavitud y protagonista activo de la alianza económica auspiciada por el N. En respuesta a su elección, Carolina del Sur se proclamó fuera de la Unión, argumentando que el gobierno federal no tenía potestad para imponer ninguna decisión a un estado.

Pero el N no reconocía el derecho de secesión unilateral de cualquier estado. El resto del S se unió a Carolina y crearon la Confederación de Estados del Sur, eligiendo presidente a Jefferson Davis, en abierto desafío a la interpretación de la legalidad que se hacía en el N. Había llegado el momento en que ya no se podía mantener la ambigüedad en cuanto a la forma del Estado, y la manera de resolver la cuestión fue la más dura: una guerra civil, la Guerra de Secesión, que fue extraordinariamente cruenta, pues era la primera guerra de tipo moderno, donde se impuso la superioridad industrial y se movilizaron masivamente todos los recursos del país. Se inició el 12 de abril de 1861 con el bombardeo sudista a Fort Sumter, en la bahía de Charleston. La táctica defensiva y una cierta superioridad estratégica, personificada en el general Robert Edward Lee, permitieron al S resistir cuatro años, pese al abrumador dominio en hombres y medios de la Unión.

Finalmente, el 9 de abril de 1865 el general Lee capitulaba en Appomatox, certificando la victoria del industrialismo sobre la América de los plantadores aristocráticos. En cierto sentido era una victoria de A. Jackson sobre Th. Jefferson. Las esperanzas de una reconstrucción basada en la reconciliación se habían esfumado poco antes del final de la guerra con el asesinato de Lincoln por un sudista. Su sucesor, Andrew Johnson, representante del sector más radical y negativo de los vencedores, optó por una vengativa ocupación militar de los estados de la Confederación. Se abolió definitivamente la esclavitud (14.ª enmienda de la Constitución) y se marginó a todos los plantadores y «rebeldes» que habían participado en la secesión. La respuesta fue la violencia clandestina y los linchamientos de negros (se creó el Ku-klux-klan). Unos años después, cuando los norteamericanos se retraían y devolvían indiferentemente el S a sus antiguos dueños, éstos sustituyeron la esclavitud por la segregación racial más descarnada, más o menos ilegal, pero tolerada cínicamente. La Guerra de Secesión puso fin a las últimas resistencias de la sociedad agraria tradicional. 

En los últimos 30 años del siglo XIX se sentaron las bases del espectacular crecimiento económico posterior. Cuatro elementos serían decisivos para explicar la reconversión de E.U.A. de colonia a potencia mundial en poco más de un siglo: el crecimiento y la estructura demográfica, la inmensidad del territorio y de los recursos que contiene, la acumulación de capital para inversión y el progreso técnico. La tasa de crecimiento demográfico durante el siglo XIX fue absolutamente espectacular y se mantuvo superior a la media mundial durante el siglo XX. Ese rápido crecimiento favorecía la expansión económica al ofrecer un mercado interno en continuo incremento y unificado gracias a los ferrocarriles transcontinentales; la industria norteamericana fue la primera que pudo adoptar las técnicas de producción en masa, las «economías de escala».

Por otro lado, ese crecimiento era fruto de la inmigración mucho más que del crecimiento natural; ello tenía su incidencia en la estructura demográfica: el grueso de la inmigración lo constituían hombres jóvenes, en plena edad productiva. La relación entre población activa-no activa era mucho más favorable que en cualquier otro país. Y por si fuera poco, esa población inmigrada procedía de los medios más pobres, por lo cual era poco exigente y dócil a la explotación patronal. De este modo, el desarrollo industrial se apoyó en la organización de grandes unidades de producción con una enorme armadura financiera, que ejercían en régimen de monopolio. El proceso de una progresiva concentración urbana ponía al alcance de esas grandes empresas una población trabajadora concentrada y a la que se daba una formación adaptada a las necesidades de la industria, que producía a finales del siglo XIX para un mercado interno protegido y en continua expansión, y obtenía en los propios Estados Unidos todos los recursos naturales necesarios, incluidos los alimentos, producidos por la agricultura extensiva y en rápida mecanización del Middle West. Esos mismos elementos (producción en masa, capitalización y progreso técnico) caracterizaron a todos los procesos industrializadores mundiales, pero en E.U.A. se aplicaron mucho antes y con una intensidad nunca vista.

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