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Geografía
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Chile - 6ª parte
l arte chileno de la época precolombina y colonial presentó un panorama relativamente pobre. Los documentos arqueológicos más antiguos se hallaron en el N del país y pertenecen a cuatro estudios culturales sucesivos: dos de épocas preagrícolas y dos de economías productivas, en los que ya aparecen cerámicas y otras industrias artesanales. Gracias a los hallazgos de diversos tipos de cerámicas se han distinguido tres culturas distintas: la de Atacama, a la que pertenecen las ruinas megalíticas de Cañar y Socaire, una cerámica de color rojo pulido y unas aldeas fortificadas o Pucarás; la del Molle, desarrollada contemporáneamente a la cultura atacameña (s. I al IX), con una cerámica de paredes gruesas decorada con figuras geométricas de intenso colorido; y la de los Diagnitas, con influencias muy evidentes de los incas del Perú.
Otras industrias artísticas antiguas fueron la talla en madera, los tejidos y la metalurgia. De las primeras épocas coloniales apenas queda nada: se construyeron ciudades amuralladas, según los cánones europeos, que fueron destruidas por los indios o por los terremotos. El único monumento conservado es la iglesia de San Francisco, en Santiago (1572). A partir del gran terremoto de 1647 se adoptó un tipo de construcciones en piedra de un solo piso, con techo y bóveda de madera y poderosos contrafuertes. En este siglo el arte y la cultura chilenos estuvieron en manos de los jesuitas, hasta que en 1767 fueron expulsados: el padre Pedro de Figueroa esculpió el Señor de Mayo de la iglesia de San Agustín; el padre Juan Zapata Inga y sus colaboradores pintaron los cuadros que decoran el convento de San Francisco; y el padre Carlos Haymbrausen fundó la escuela de orfebrería de Calera de Tango.En 1780 llegó a Chile el arquitecto italiano Joaquín Toesca, quien introdujo un Neoclasicismo moderado, de proporciones reducidas, que se adaptaba perfectamente a las necesidades del ambiente. Intervino en los planos y construcción de diversas obras: la catedral de Santiago, la Real Casa de la Moneda (Palacio Presidencial), el palacio de los Gobernadores, la cárcel de Santiago, el hospital de San Juan de Dios y la iglesia de la Merced. También en estilo neoclásico, el mejor representante de la escultura fue Ignacio Andía y Varela.
Entre 1812 y 1820 trabajó en Chile el retratista peruano José Gil de Castro, el mulato Gil. En este período de transición a la república independiente, el peso de las artes se trasladó a Valparaíso, a donde llegaron otras influencias europeas y americanas. La época moderna se caracteriza por el gusto francés, introducido por el arquitecto C.F. Brunet Debaines, fundador en 1950 de la primera escuela de arquitectos de Santiago. Sus modelos eran los estilos Restauración y Luis Felipe. También en pintura creó escuela un maestro francés: Raimundo Monroisin. Pintores destacados de temática romántica fueron Antonio Smith y Francisco González. La pintura actual está representada por Sergio Montecinos, Israel Roa, Carmen Sylva y otros muchos; la escultura, por Lily Garafulic; y la floreciente arquitectura, por Sergio Larrain y Emilio Duhart.Las tribus amerindias chilenas (alcalufes, araucanos, orras, etc), conservan aún en la actualidad sus tradiciones musicales, aunque la búsqueda de elementos aborígenes puros tropieza con la evolución del mestizaje. La mayoría de sus melodías son muy simples, tan sólo de 4 o 5 notas, y de una rica variedad instrumental: el kultrun (tambor), los pincullos (pitos), la wada (calabaza) y la trutruca (trompeta) son los más utilizados. Muchas de estas manifestaciones musicales se vinculan a ritos mágicos o funerarios, y van acompañadas de bailes y danzas.La música española y europea en general se aclimató rápidamente, tanto la religiosa como la profana. Así, en la liturgia se introdujeron melodías nativas y, sobre todo en las romerías y festividades religiosas, se cultivaron danzas nacidas del mestizaje: la cueca o chilena, el esquinazo, la refalosa, la sajurica, etc. Pronto crearon los chilenos sus propios villancicos criollos y la música bailable para el teatro. La música religiosa fue impulsada por el franciscano Cristóbal de Ajuria, organista y compositor que llegó a Chile en 1750.
En el s. XVIII gozaron de gran popularidad los italianos (Pergolesi) y la tonadilla escénica española. El primer compositor nativo fue Manuel Robles, autor del primitivo himno chileno. El pianista Federico Guzmán introdujo el Romanticismo en la segunda mitad del XIX. En 1846 se escribe la primera ópera chilena, Telésfora (Aquinas Ried). A partir de esta época se divulgaron distintas corrientes europeas, destacando las postrománticas, cultivadas por Esteban Giarda. Humberto Allende fue el creador del nacionalismo musical chileno en las primeras décadas del s. XX. Figura importante fue Domingo Santa Cruz Wilson, promotor de la Sociedad Bach para divulgar la música clásica europea, labor que continuó la Asociación Nacional de Conciertos Sinfónicos.En 1945 se editó la Revista Musical Chilena como órgano difusor de la organización. Dos años más tarde se creó el Instituto de Investigaciones musicales, a cargo de Vicente Salas Viu. Como instituciones musicales se deben citar: la facultad de Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile, el Instituto de Investigaciones Folklóricas, el Coro Universitario, el Coro Municipal de Santiago, la Orquesta Sinfónica de la Serena y el Instituto Interamericano de Educación Musical.
En el cine chileno se deben establecer dos períodos: uno, anterior al gobierno de la Unidad Popular de Allende; y otro, durante el mandato de éste. Durante el primer período, el cine chileno era prácticamente inexistente, esp. en lo referido al sonoro. La llegada del cine con sonido representó para la débil industria chilena del séptimo arte, con un mercado magnífico para sus producciones, una subordinación absoluta a las producciones extranjeras, sobre todo americanas. Hasta 1969, pues, la producción cinematográfica es escasa en cantidad y más menguada aún en cuanto a calidad.La fundación del Cine-club Universitario en 1958 puso la primera piedra para el desarrollo de una verdadera cinematografía chilena. La extensión de este movimiento cine-clubístico, siempre en círculos universitarios, permitió la formación de futuros cineastas; de la primera generación destacan Patricio Kaulen con Largo Viaje (1967), Helvio Soto con ABC del amor (1967), y otros autores iniciados en el campo del cortometraje.
El último período previo a la Unidad Popular viene cubierto por filmes notables, como Caliche sangriento (Soto, 1969), Valparaíso, mi amor (Aldo Francia, 1968), en tono neorrealista, y, sobre todo, El chacal de Nahueltoso (Miguel Littin). Littin fue nombrado director de Chile Films, institución creada por el gobierno Allende para proteger al estilo cubano el cine nacional.El cine se convirtió --junto con la canción popular-- en la forma de difusión internacional de la experiencia socialista chilena. En este sentido, aparecen largometrajes como Ya no basta con rezar (Francia, 1971), Qué hacer (Ruiz, 1971), y Voto fusil o Metamorfosis del jefe de la Policía política (Soto, 1971 y 1973 respectivamente), así como numerosos medios y cortometrajes. Quizá el largometraje más conseguido sea La tierra prometida (Littin, 1973). Tras el golpe de 1973 desaparece el cine de producción propia, debido a la censura, y surge el cine chileno en el exilio: La batalla de Chile (Guzmán, 1975), Llueve sobre Santiago (Soto, 1976), Actas de Marusia (Littin, 1976) y La Spirale (Armand Mattelert, 1976), son algunas muestras.