«Don Juan Tenorio» (II-III) [José Zorrilla]

SEGUNDA PARTE
ACTO TERCERO

Misericordia de Dios, y apoteosis del Amor

Panteón de la familia Tenorio. Como estaba en el acto primero de la Segunda Parte, menos las estatuas de doña Inés y de don Gonzalo, que no están en su lugar Escena primera

DON JUAN, embozado y distraído, entra en la escena lentamente
Culpa mía no fue; delirio
insano
me anajenó la mente acalorada.
Necesitaba víctimas mi mano
que inmolar a mi fe
desesperada,
y al verlos en mitad de mi
camino,
presa les hice allí de mi locura.
¡No fui yo, vive Dios!, ¡fue su
destino!
Sabían mi destreza y mi
ventura.
¡Oh! Arrebatado el corazón me
siento
por vértigo infernal…. mi alma
perdida
va cruzando el desierto de la
vida
cual hoja seca que arrebata el
viento.
Dudo…, temo…, vacilo…. en mi
cabeza
siento arder un volcán….
muevo la planta
sin voluntad, y humilla mi
grandeza
un no sé qué de grande que me
espanta.
(Un momento de pausa.)
¡Jamás mi orgullo concibió que
hubiere
nada más que el valor…! Que
se aniquila
el alma con el cuerpo cuando
muere
creí…, mas hoy mi corazón
vacila.
¡Jamás creí en fantasmas…!
¡Desvaríos!
Mas del fantasma aquel, pese a
mi aliento,
los pies de piedra caminando
siento,
por doquiera que voy, tras de
los míos.
¡Oh! Y me trae a este sitio
irresistible,
misterioso poder…

(Levanta la cabeza y ve que no está en su pedestal la estatua de DON GONZALO.)

¡Pero qué veo!
¡Falta de allí su estatua…!
Sueño horrible,
déjame de una vez… No, no te
creo.
Sal, huye de mi mente
fascinada,
fatídica ilusión…, estás en vano
con pueriles asombros
empeñada
en agotar mi aliento
sobrehumano.
Si todo es ilusión, mentido
sueño,
nadie me ha de aterrar con
trampantojos;
si es realidad, querer es necio
empeño
aplacar de los cielos los enojos.
No: sueño o realidad, del todo
anhelo
vencerle o que me venza; y si
piadoso
busca tal vez mi corazón el
cielo,
que le busque más franco y
generoso.
La efigie de esa tumba me ha
invitado
a venir a buscar prueba más
cierta
de la verdad en que dudé
obstinado…
Heme aquí, pues comendador,
despierta.

(Llama al sepulcro del COMENDADOR. Este sepulcro se cambia en una mesa que parodia horriblemente la mesa en que cenaron en el acto anterior DON JUAN, CENTELLAS y AVELLANEDA. En vez de las guirnaldas que cogían en pabellones sus manteles, de sus flores y lujoso servicio, culebras, huesos y fuego, etcétera. (A gusto del pintor.) Encima de esta mesa aparece un plato de ceniza, una copa de fuego y un reloj de arena. Al cambiarse este sepulcro, todos los demás se abren y dejan paso a las osamentas de las personas que se suponen enterradas en ellos, envueltas en sus sudarios. Sombras, espectros y espíritus pueblan el fondo de la escena La tumba de DOÑA INÉS permanece.)

Escena II

DON JUAN, la ESTATUA de DON GONZALO, las SOMBRAS

ESTATUA. Aquí me tienes, don Juan,
y he aquí que vienen conmigo
los que tu eterno castigo
De Dios reclamando están.

JUAN. ¡Jesús!

ESTATUA. ¿Y de qué te alteras,
si nada hay que a ti te asombre,
y para hacerte eres hombre
plato con sus calaveras?

JUAN. ¡Ay de mí!

ESTATUA. Qué, ¿el corazón
te desmaya?

JUAN. No lo sé;
concibo que me engañé;
no son sueños…, ¡ellos son!
(Mirando a los espectros.)
Pavor jamás conocido
el alma fiera me asalta,
y aunque el valor no me falta,
me va faltando el sentido.

ESTATUA. Eso es, don Juan, que se va
concluyendo tu existencia,
y el plazo de tu sentencia
está cumpliéndose ya.

JUAN. ¡Qué dices!

ESTATUA. Lo que hace poco
que doña Inés te avisó,
lo que te he avisado yo,
y lo que olvidaste loco.
Mas el festín que me has dado
debo volverte, y así
llega, don Juan, que yo aquí
cubierto te he preparado.

JUAN. ¿Y qué es lo que ahí me das?

ESTATUA. Aquí fuego, allí ceniza.

JUAN. El cabello se me eriza.

ESTATUA. Te doy lo que tú serás.

JUAN. ¡Fuego y ceniza he de ser!

ESTATUA. Cual los que ves en redor
en eso para el valor,
la juventud y el poder.

JUAN. Ceniza, bien; ¡pero fuego!

ESTATUA. El de la ira omnipotente,
do arderás eternamente
por tu desenfreno ciego.

JUAN. ¿Conque hay otra vida más
y otro mundo que el de aquí?
¿Conque es verdad, ¡ay de mí!,
lo que no creí jamás?
¡Fatal verdad que me hiela
la sangre en el corazón!
Verdad que mi perdición
solamente me revela.
¿Y ese reló?

ESTATUA. Es la medida
de tu tiempo.

JUAN. ¡Expira ya!

ESTATUA. Sí; en cada grano se va
un instante de tu vida.

JUAN. ¿Y esos me quedan no más?

ESTATUA. Sí.

JUAN. ¡Injusto Dios! Tu poder
me haces ahora conocer,
cuando tiempo no me das
de arrepentirme.

ESTATUA. Don Juan,
un punto de contrición
da a un alma la salvación
y ese punto aún te le dan.

JUAN. ¡Imposible! ¡En un momento
borrar treinta años malditos
de crímenes y delitos!

ESTATUA. Aprovéchale con tiento,
(Tocan a muerto.)
porque el plazo va a expirar,
y las campana doblando
por ti están, y están cavando
la fosa en que te han de echar.
(Se oye a lo lejos el oficio de difuntos.)

JUAN. ¿Conque por mí doblan?

ESTATUA. Sí.

JUAN. ¿Y esos cantos funerales?

ESTATUA. Los salmos penitenciales,
que están cantando por ti.
(Se ve pasar por la izquierda luz de hachones, y rezan dentro.)

JUAN. ¿Y aquel entierro que pasa?

ESTATUA. Es el tuyo.

JUAN. ¡Muerto yo!

ESTATUA. El capitán te mató
a la puerta de tu casa.

JUAN. Tarde la luz de la fe
penetra en mi corazón,
pues crímenes mi razón
a su luz tan sólo ve.
Los ve… con horrible afán
porque al ver su multitud
ve a Dios en la plenitud
de su ira contra don Juan.
¡Ah! Por doquiera que fui
la razón atropellé,
la virtud escarnecí
y a la justicia burlé,
y emponzoñé cuanto vi.
Yo a las cabañas bajé
y a los palacios subí,
y los claustros escalé;
y pues tal mi vida fue,
no, no hay perdón para mí.
¡Mas ahí estáis todavía
(A los fantasmas.)
con quietud tan pertinaz!
Dejadme morir en paz
a solas con mi agonía.
Mas con esta horrenda calma,
¿qué me auguráis, sombras
fieras?
¿Qué esperan de mí?

(A la estatua de DON GONZALO.)

ESTATUA. Que mueras
para llevarse tu alma.
Y adiós, don Juan; ya tu vida
toca a su fin, y pues vano
todo fue, dame la mano
en señal de despedida.

JUAN. ¿Muéstrasme ahora amistad?

ESTATUA. Sí: que injusto fui contigo,
y Dios me manda tu amigo
volver a la eternidad.

JUAN. Toma, pues.

ESTATUA. Ahora, don Juan,
pues desperdicias también
el momento que te dan,
conmigo al infierno ven.

JUAN. ¡Aparta, piedra fingida!
Suelta, suéltame esa mano,
que aún queda el último grano
en el reloj de mi vida.
Suéltala, que si es verdad
que un punto de contrición
da a un alma la salvación
de toda una eternidad,
yo, Santo Dios, creo en Ti:
si es mi maldad inaudita,
tu piedad es infinita…
¡Señor, ten piedad de mí!

ESTATUA. Ya es tarde.

(DON JUAN se hinca de rodillas, tendiendo al cielo la mano que le deja libre la estatua. Las sombras, esqueletos, etc., van a abalanzarse sobre él, en cuyo momento se abre la tumba de DOÑA INÉS y aparece ésta. DOÑA INÉS toma la mano que DON JUAN tiende al cielo.)

Escena III

DON JUAN, LA ESTATUA DE DON GONZALO DOÑA INÉS, SOMBRAS, etc.

INÉS. ¡No! Heme ya aquí,
don Juan mi mano asegura
esta mano que a la altura
tendió tu contrito afán,
y Dios perdona a don Juan
al pie de la sepultura.

JUAN. ¡Dios clemente! ¡Doña Inés!

INÉS. Fantasmas, desvaneceos:
su fe nos salva…, volveos
a vuestros sepulcros, pues.
La voluntad de Dios es
de mi alma con la amargura
purifiqué su alma impura,
y Dios concedió a mi afán
la salvación de don Juan
al pie de la sepultura.

JUAN. ¡Inés de mi corazón!

INÉS. Yo mi alma he dado por ti,
y Dios te otorga por mí
tu dudosa salvación.
Misterio es que en
comprensión
no cabe de criatura:
y sólo en vida más pura
los justos comprenderán
que el amor salvó a don Juan
al pie de la sepultura.
Cesad, cantos funerales
(Cesa la música y salmodia.)
callad, mortuorias campanas
(Dejan de tocar a muerto.)
ocupad, sombras livianas,
vuestras urnas sepulcrales
(Vuelven los esqueletos a sus tumbas, que se cierran.)
volved a los pedestales,
animadas esculturas;
(Vuelven las estatuas a sus lugares.)
y las celestes venturas
en que los justos están,
empiecen para don Juan
en las mismas sepulturas.
(Las flores se abren y dan paso a varios angelitos que rodean a DOÑA INÉS y a DON JUAN, derramando sobre ellos flores y perfumes, y al son de una música dulce y lejana, se ilumina el teatro con luz de aurora. DOÑA INÉS cae sobre un lecho de flores, que quedará a la vista en lugar de su tumba, que desaparece.)

Escena última

DOÑA INÉS, DON JUAN, LOS ÁNGELES

JUAN. ¡Clemente Dios, gloria a Ti!
Mañana a los sevillanos
aterrará el creer que a manos
de mis víctimas caí.
Mas es justo: quede aquí
al universo notorio
que, pues me abre el
purgatorio
un punto de penitencia,
es el Dios de la clemencia
el Dios de Don Juan Tenorio.

(Cae DON JUAN a los pies de DOÑA INÉS, y mueren ambos. De sus bocas salen sus almas representadas en dos brillantes llamas, que se pierden en el espacio al son de la música. Cae el telón.)

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