INTRODUCCIÓN
La creciente preocupación de la sociedad por la salud colectiva, no puede desdibujar lo que el tabaco supuso a lo largo de la historia en los diferentes contextos sociales, desde el simple placer de inhalar y saborear un cigarro o una pipa cargada de picadura, pasando por los rituales religiosos y mágicos en que ha intervenido –y aún hoy interviene–, su uso como medicinal para determinadas dolencias, e incluso como medio político en los tratados de paz de algunas tribus.
En la actualidad, la planta del tabaco es objeto de estudio científico en diversas disciplinas, como ecología y medio ambiente, biología molecular, medicina y farmacología, y otros campos de la industria y las ciencias aplicadas, como la agricultura o la cosmética.
Así, en el campo de la salud, se investiga en la planta del tabaco mediante ingeniería genética, moléculas para tratar úlceras, gastritis, caries…, obtener vacunas y anticuerpos, compuestos anti-inflamatorios, contra quemaduras, etc.. En cosmética, se orientan a la elaboración de variados productos de cuidado personal. En agricultura, ecología y medio ambiente, los estudios se enfocan hacia un campo cada vez más demandado, el de la obtención de biocombustibles que sustituyan paulatinamente los combustibles procedentes de hidrocarburos. En este sentido, es sabido que la biomasa produce combustibles ecológicos, pero también hay que resaltar el alto consumo de agua y energía en forma de enzimas que se precisan para descomponer las gruesas células de la madera; la alternativa puede hallarse en la planta del tabaco, la cual no sólo crece rápidamente (puede recolectarse tres veces por año), sino que tiene además una gran cantidad de biomasa en forma de grandes y abundantes hojas.
LOS ANTECEDENTES HISTÓRICOS – LA ERA PRECOLOMBINA
Por estudios geobotánicos, hace unos 18.000 años que la planta del tabaco sería conocida en América en estado silvestre, y se estima que esta planta podría ser de las primeras en domesticarse, consiguiéndose a base de la selección y modificación genética nuevas especies, muy mejoradas con respecto a las primeras variedades salvajes. Así, tanto la Nicotiana rústica como la Nicotiana tabacum hallan sus primeras ubicaciones en la zona andina entre Perú y Ecuador. Se datan los primeros cultivos hacia el 5.000 a. C., extendiéndose después de forma progresiva hacia el norte. Este tabaco domesticado se extendió a Mesoamérica, Caribe y otras zonas hace unos 2.500 a 3.000 años.
Incas y Aztecas fumaban tabaco cotidianamente y durante las grandes celebraciones religiosas. Además de ser consideradas sagradas, las plantas de tabaco y las hojas de coca, solas o asociadas entre sí o con otras plantas, constituían un recurso medicinal habitual.
Además del medicinal, el tabaco tenía para los indígenas americanos un significado múltiple, como el religioso, pues se practicaban festejos y ceremonias de paz, y también predisponía a los participantes a visiones sobrenaturales, por ello lo consideraban portador de poderes mágicos; tenían la conciencia de que las ceremonias agradaban a los dioses; son variadas las referencias a ofrendas que realizaban a las divinidades. Se usaba también el tabaco para interrogar a los espíritus, en actos de adivinación, y era a la vez un objeto talismán utilizado en ritos sociales como el de la adolescencia; en esas ceremonias el humo ejercía un encantamiento de naturaleza sagrada cuando se arrojaba sobre la persona involucrada. Los chamanes, que eran como como sacerdotes en estos rituales, invocaban a los espíritus y hacían predicciones, y aún hoy en día se prodigan estos personajes en variadas culturas.
Los pueblos nativos americanos ya cultivaban, secaban y fermentaban el tabaco mucho antes de que Cristóbal Colón arribase a sus costas. Para entonces el uso del tabaco ya estaba ampliamente desarrollado en todo el continente americano. Se sabe por un estudio reciente de la Universidad de Washington, que tras el análisis y hallazgo de nicotina en unas pipas de piedra con una antigüedad de 1.200 años encontradas en las costas occidentales de Norteamérica, se confirma que los indios Nez Percé del noroeste del Pacífico, ya fumaban tabaco de especies autóctonas mucho antes de que, en el siglo XVIII, llegasen a esas tierras los colonos europeos y las nuevas variedades comerciales domesticadas en el Viejo Continente.
El uso generalizado del tabaco en la América precolombina, se confirma igualmente por otros estudios arqueológicos de cerámicas maya y pipas de barro datados antes del siglo XI. Se sabe que el tabaco no sólo se fumaba en pipas, se utilizaban otros materiales orgánicos como hojas; también se masticaba o se ingería mediante enemas.
LA ERA COLOMBINA Y POSCOLOMBINA
Con la llegada de Cristóbal Colón a América la historia del tabaco pudo ser ampliamente documentada. En las crónicas de la época se narra como Colón, en 1492, en su primer encuentro con aquellas tierras, en Guanahani (Islas Bahamas), contactó con los nativos Taino Arawak que le mostraron la planta del tabaco.
Cuando arribaron a la isla de Cuba, tras montar un campamento, Colón envió a Luis de Torres y al capitán Rodrigo de Jerez a que inspeccionaran el lugar, sorprendiéndoles el comportamiento de los nativos que allí se hallaban, como se describe en la narración: «Observemos con preocupación lo que nos pareció un sacrificio ritual por el fuego, pues numerosos indígenas llevaban a su boca tubos o cilindros consumiéndose a su extremidad, y los chupaban, tubos a través de los que aspiraban humo, y viendo su comodidad aparente, hemos deducido que se trataba de un ritual importante del que parecían obtener una satisfacción grande. Vimos estos indígenas ofrecerse entre ellos estos extraños tubos y encenderlos». El propio Rodrigo, haciéndose entender por los nativos que se mostraban «mansos», pudo probar uno de esos «cigarros», formados por rollos de hojas, y cuyo sabor le agradó mucho, tal que regresó a su campamento echando bocanadas de humo y asombrando a sus compañeros; a los pocos días varios de ellos ya se daban a la tarea de gustar el tabaco en grupo.
Bartolomé de Las Casas, que acompañó a colón en dos ocasiones, escribió en su obra «Historia de las Indias», en 1527: «Son hierbas secas enrolladas dentro de una otra hoja también seca, tiene la forma de estos petardos de papel que hacen los chicos en Pentecostés. Encendidos por una punta o por la otra, lo chupan o aspiran o reciben el humo a dentro con la respiración, así se adormecen la carne y casi se emborrachan. Dicen que así, no sienten el cansancio”.
Pronto, también los exploradores europeos llegados a América se interesaron por el tabaco, ante las grandes propiedades que le atribuían los indígenas. En 1500 los británicos y americanos del norte que comenzaban a establecer sus colonias, ya cultivaban la planta del tabaco como un producto de gran estima.
A finales de 1600 el tabaco ya se hallaba ampliamente introducido en Europa, y su comercialización se convirtió en global y consumido de forma masiva. En cierta forma el tabaco se adelantó a la patata y el maíz, productos también originarios del Nuevo Mundo, pues la patata por ejemplo no consiguió en un principio la aceptación que hoy le damos, siendo el nabo el que ocupaba la mesa en aquellos tiempos y al que finalmente sustituyó casi por completo.
No obstante, la introducción del tabaco en España requirió de un proceso de aceptación por parte de la población, que no había visto jamás el acto de fumar. Así, cuando Rodrigo de Jerez regresa a España en 1493 a bordo de la carabela La Niña, trajo consigo el hábito de fumar del que tanto gustó entre los nativos, y que mostró enseguida a sus vecinos de Ayamonte. Cuando los vecinos observaron como echaba humo por nariz y boca se asustaron, diciendo que «sólo el diablo podía dar a un hombre el poder de expulsar humo por la boca»; incluso su propia esposa lo acusó de brujería. Al llegar las noticias al Tribunal de la Inquisición, lo acusó de artes demoníacas y lo encarceló durante siete años. Cuando fue puesto en libertad, la insólita costumbre de fumar no sólo estaba bien vista, sino que ya la practicaban la aristocracia, el clero y se hallaba muy extendida entre la población.
Rodrigo se dio entonces a la tarea de recuperar el pequeño plantío que ya tenía en sus comienzos, y con ayuda de grandes señores consiguió convertirlo en un punto célebre en la España de aquel tiempo, de tal forma que numerosas semillas fueron distribuidas por toda la península e incluso más allá, gracias a los mercaderes que iban y venían.
Al principio, médicos y boticarios, autoridades, clérigos y obispos, y hasta los mismos reyes, se consideraron capacitados para opinar sobre la «yerba bruja», que así llamaban, participando en discusiones fuera en contra o a favor de aquella solanácea de otro mundo allende los mares.
A pesar que el cultivo y uso del tabaco ya era ordinario a principios del siglo XVI, todavía no había sido aceptado oficialmente, por lo que aún pasaría un tiempo antes de que se promulgara. Fue con Felipe II, en 1559, en que el tabaco fue llevado a España de modo oficial, tras ordenar el rey su cultivo y comercialización masiva por todo el reino.
El médico real Hernández de Boncalo recibió el encargo de viajar a América para estudiar las plantas medicinales, incluyendo el tabaco entre las especies que debían cultivarse. La primera plantación oficial de tabaco la llevó a cabo este médico en una finca toledana llamada Los Cigarrales; nombrada así, según la versión más aceptada, porque muchas casas solariegas disponían de una pequeña huerta, que en los veranos resultaban habitualmente atacadas por el «cigarro» (una langosta o cigarra de África); la moda era fumar puros del propio cigarral.
LA EXPANSIÓN DEL TABACO
El siglo XVI fue el de la expansión del tabaco, teniendo la Corona española esa exclusiva tras convertirlo en cultivo oficial. A finales de ese siglo el médico y botánico Nicolás Monardes llegó a describir hasta treinta y seis enfermedades que podían ser tratadas con el tabaco, dándole así naturaleza de planta a conservar y difundir. A comienzos del siglo XVII, Felipe III ordenó la creación en Sevilla de la primera Real Fábrica de Tabacos, tras ver en esa planta un gran potencial económico.
A mediados del siglo XVI el tabaco ya se cultivaba en diversos jardines botánicos de España, Francia y Holanda. En 1550 aparece en los jardines reales de Bélgica. A Inglaterra lo llevó un capitán de la Armada Real, sir John Dawkins, en 1564. Mediante los portugueses primero, y después de Italia a través de genoveses y venecianos, el tabaco llegó a la India, China y Japón, y siguió extendiéndose por todo el globo.
En EEUU, para romper el monopolio español del tabaco, John Rolfe comenzó a cultivar la planta para la corona inglesa en Jamestown (Virginia), llegando a ser su comercio tan importante en su época como la española.
Numerosa bibliografía comenzó a gestarse sobre la planta del tabaco y sus cualidades medicinales por toda Europa, como la del médico holandés Beinterma van Peima, que en el siglo XVI publicó sus bondades, elogiándolo y elevándolo a panacea de la salud. También, a finales del siglos XVIII, el médico alemán Jeham Gotieb Schaffer, publicó un libro donde sostenía que el tabaco resultaba un remedio para los males del intestino.
Literariamente, el tabaco llegó a ser tema monográfico. También variados autores incluyeron grabados o hicieron referencias al tabaco en sus obras: Rembet Dodoens, en su libro «Sruvboeck» de 1554; Pietro Andrea Mattioli en su «New Kreuterbuch» de 1563; Girolamo Benzomi en su obra «La Historia del Mondo Nuovo» de 1565; Matthias de L’Obel en colaboración con Pierre Pena, en su obra «Stirpium Adversaria Nova» de 1571.
El ya citado médico y botánico Nicolás Monardes, tuvo mucha influencia en Europa, pues su libro fue traducido al inglés, francés e italiano, atrayendo el interés de hombres de ciencia sobre la planta del tabaco, sirviendo su obra de base a otros autores.
LAS CONTROVERSIAS SOBRE EL USO DEL TABACO
Los partidarios del tabaco eran legión, pero también surgieron furibundos enemigos, incluso desde el mismo principio en que el tabaco comenzaba a extenderse, y que realmente sólo conseguían que el cultivo y consumo se extendiera aún más. Así llegó a penetrar en Turquía, Egipto, Balcanes, Persia, entre otros muchos países, donde el consumo se diversificó, fumado en pipa, en puros, absorbido en polvo por la nariz (rapé), e incluso masticado.
La intervención de monarcas y obispos intentó acabar con el avance desmedido del consumo de tabaco, siempre con notorio fracaso. En Inglaterra el mismo Cromwell ordenó a sus tropas destruir todos los cultivos que hallasen.
El gobierno ruso tras condenar el consumo de tabaco, decretó duras penas para los fumadores, los cuales fueron perseguidos con saña. En Suiza se condenó también su uso y se promulgaron leyes, en las cuales se alegaba que ese vicio era motivo de adulterios.
El papa Urbano VIII, primero, y más tarde su sucesor Inocencio XII, en 1690, condenaron el consumo del tabaco y amenazaban con la excomunión a los que lo usaran.
En Turquía, el sultán Amurat IV mantuvo una salvaje y despiadada lucha contra el tabaco y todos los que osaran utilizarlo, haciendo cortar los labios y la nariz a los fumadores; muchos turcos perdieron tales órganos por desconocer la existencia de esas brutales leyes.
En Japón, en 1620, el emperador siguió también una línea similar a la de los gobiernos más duros y bárbaros, decretando castigos brutales contra los fumadores.
El más hábil de los políticos fue el francés Richelieu, el cual decidió establecer unos fuertes impuestos al tabaco, creando el precedente y pauta para otros gobernantes que, ante la imposibilidad de luchar contra un problema que se complica, decidieron así gravar el uso y abuso del tabaco con buenas y sabrosas sumas para el fisco. Sin duda, el ilustre cardenal fue un precursor de la actual burocracia fiscal, que estima el tabaco no como un producto de cultivo y consumo, sino como un filón de oro. En nuestro tiempo, el tabaco sigue siendo una inagotable fuente de rentas para todos los gobiernos.