Rimas XX a XXIX [Gustavo Adolfo Bécquer]

XX

 
Sabe, si alguna vez tus labios rojos
quema invisible atmósfera abrasada,
que al alma que hablar puede con los ojos,
también puede besar con la mirada.
 
XXI
 
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Que es poesía?, Y tú me lo preguntas?
          Poesía… eres tú.
 
XII
 
¿Cómo vive esa rosa que has prendido
     junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemple en la tierra
    sobre el volcán la flor.
 
XXIII
 
       Por una mirada, un mundo,
       por una sonrisa, un cielo,
       por un beso… ¡yo no sé
       que te diera por un beso!
 
XXIV
 
          Dos rojas lenguas de fuego
          que a un mismo tronco enlazadas
          se aproximan, y al besarse
          forman una sola llama.
 
          Dos notas que del laúd
          a un tiempo la mano arranca,
          y en el espacio se encuentran
          y armoniosas se abrazan.
 
          Dos olas que vienen juntas
          a morir sobre una playa
          y que al romper se coronan
          con un penacho de plata.
 
          Dos jirones de vapor
          que del lago se levantan,
          y al reunirse en el cielo
          forman una nube blanca.
 
          Dos ideas que al par brotan,
          dos besos que a un tiempo estallan,
          dos ecos que se confunden,
          eso son nuestras dos almas.
 
XXV
 
   Cuando en la noche te envuelven
    las alas de tul del sueño
    y tus tendidas pestañas
    semejan arcos de ébano,
    por escuchar los latidos
    de tu corazón inquieto
    y reclinar tu dormida
    cabeza sobre mi pecho,
        diera, alma mía,
        cuanto poseo,
        la luz, el aire
        y el pensamiento!
 
    Cuanto se clavan tus ojos
    en un invisible objeto
    y tus labios ilumina
    de una sonrisa el reflejo,
    por leer sobre tu frente
    el callado pensamiento
    que pasa como la nube
    del mar sobre el ancho espejo,
        diera, alma mía,
        cuanto deseo,
        la fama, el oro,
        la gloria, el genio!
 
    Cuanto enmudece tu lengua
    y se apresura tu aliento
    y tus mejillas se encienden
    y entornas tus ojos negros,
    por ver entre sus pestañas
    brillar con húmedo fuego
    la ardiente chispa que brota
    del volcán de los deseos,
        diera, alma mía,
        por cuanto espero,
        la fe, el espíritu,
        la tierra, el cielo.
 
XXVI
 
Voy contra mi interés al confesarlo;
     no obstante, amada mía,
pienso cual tú que una oda solo es buena
de un billete del banco al dorso escrita.
No faltará algún necio que al oírlo
se haga cruces y diga:
Mujer al fin del siglo diez y nueve
material y prosaica… ¡Boberías!
¡Voces que hacen correr cuatro poetas
que en invierno se embozan con la lira!
¡Ladridos de los perros a la luna!
Tú sabes y yo se que en esta vida,
con genio es muy contado el que la escribe,
y con oro cualquiera hace poesía.
 
XXVII
 
    Despierta, tiemblo al mirarte:
    dormida, me atrevo a verte;
    por eso, alma de mi alma,
    yo velo cuando tú duermes.  
 
    Despierta, ríes y al reír tus labios
        inquietos me parecen
    relámpagos de grana que serpean
        sobre un cielo de nieve.
 
    Dormida, los extremos de tu boca
        pliega sonrisa leve,
    suave como el rastro luminoso
        que deja en sol que muere.
        “Duerme!”
  
    Despierta miras y al mirar tus ojos
        húmedos resplandecen,
    como la onda azul en cuya cresta
        chispeando el sol hiere.
 
    Al través de tus párpados, dormida;
        tranquilo fulgor vierten
    cual derrama de luz templado rayo
        lámpara transparente.
        “Duerme!”
 
    Despierta hablas, y al hablar vibrantes
        tus palabras parecen
    lluvia de perlas que en dorada copa
        se derrama a torrentes.
 
    Dormida, en el murmullo de tu aliento
        acompasado y tenue,
    escucho yo un poema que mi alma
        enamorada entiende.
        “Duerme!”
 
    Sobre el corazón la mano
    me he puesto porque no suene
    su latido y en la noche
    turbe la calma solemne:
   
    De tu balcón las persianas
    cerré ya porque no entre
    el resplandor enojoso
    de la aurora y te despierte.
        “Duerme!”  
 
XVIII
 
          Cuando entre la sombra oscura
          perdida una voz murmura
          turbando su triste calma,
          si en el fondo de mi alma
          la oigo dulce resonar,
          dime: ¿es que el viento en sus giros
          se queja, o que tus suspiros
          me hablan de amor al pasar?
 
          Cuando el sol en mi ventana
          rojo brilla a la mañana
          y mi amor tu sombra evoca,
          si en mi boca de otra boca
          sentir creo la impresión,
          dime: ¿es que ciego deliro,
          o que un beso en un suspiro
          me envía tu corazón?
 
          Y en el luminoso día
          y en la alta noche sombría,
          si en todo cuanto rodea
          al alma que te desea
          te creo sentir y ver,
          dime: ¿es que toco y respiro
          soñando, o que en un suspiro
          me das tu aliento a beber?
 
XXIX
 
Sobre la falda tenía
     el libro abierto,
en mi mejilla tocaban
        sus rizos negros:
no veíamos las letras
          ninguno, creo,
mas guardábamos entrambos
          hondo silencio.
 
¿Cuánto duró? Ni aun entonces
          pude saberlo;
sólo se que no se oía
          más que el aliento,
que apresurado escapaba
          del labio seco.
Sólo sé que nos volvimos
los dos a un tiempo
y nuestros ojos se hallaron
      y sonó un beso.
 
Creación de Dante era el libro,
          era su Infierno.
 
Cuando a él bajamos los ojos
          yo dije trémulo:
“¿Comprendes ya que un poema
          cabe en un verso?”
Y ella respondió encendida:
          “¡Ya lo comprendo!”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *