Rimas XXX a XXXIX [Gustavo Adolfo Bécquer]

XXX
 
    Asomaba a sus ojos una lágrima
    y a mis labios una frase de perdón…
    habló el orgullo y se enjugó su llanto,
    y la frase en mis labios expiró.
 
    Yo voy por un camino, ella por otro;
    pero al pensar en nuestro mutuo amor,
    yo digo aún: «¿Por que callé aquel día?»
    y ella dirá. «¿Por qué no lloré yo?»
 
XXXI
 
Nuestra pasión fue un trágico sainete
     en cuya absurda fábula
lo cómico y lo grave confundidos
    risas y llanto arrancan.
 
Pero fue lo peor de aquella historia
     que al fin de la jornada
a ella tocaron lágrimas y risas
     y a mí, sólo las lágrimas.
 
XXXII
 
Pasaba arrolladora en su hermosura
     y el paso le dejé,
ni aun mirarla me volví, y no obstante
     algo en mi oído murmuró “Esa es”.
 
¿Quién reunió la tarde a la mañana?
     Lo ignoro; sólo sé
que en una breve noche de verano
     se unieron los crepúsculos y … “fue”.
 
XXXIII
 
    Es cuestión de palabras, y, no obstante,
        ni tú ni yo jamás,
    después de lo pasado, convendremos
        en quién la culpa está.
 
    ¡Lástima que el amor un diccionario
       no tenga dónde hallar
    cuando el orgullo es simplemente orgullo
        y cuando es dignidad!
 
XXXIV
 
Cruza callada y son sus movimientos
    silenciosa armonía;
suenan sus pasos, y al sonar recuerdan
del himno alado la cadencia rítmica.
 
Los entreabre, aquellos ojos
    tan claros como el día,
y la tierra y el cielo, cuando abarcan,
arden con nueva luz en sus pupilas.
 
Ríe, y su carcajada tiene notas
    del agua fugitiva;
llora, y es cada lágrima un poema
    de ternura infinita.
 
Ella tiene la luz, tiene el perfume,
    el color y la línea,
la forma, engendradora de deseos,
la expresión, fuente eterna de poesía.
 
¿Que es estúpida?… ¡Bah!, mientras, callando
    guarde obscuro el enigma,
siempre valdrá, a mi ver, lo que ella calla
más que lo que cualquiera otra me lo diga.
 
XXXV
 
    No me admiró tu olvido! Aunque de un día,
    me admiró tu cariño mucho más;
    porque lo que hay en mí que vale algo
    eso… ¡ni lo pudiste sospechar!.
 
XXXVI
 
    Si de nuestros agravios en un libro
        se escribiese la historia,
    y se borrase en nuestras almas cuanto
        se borrase en sus hojas;
 
    Te quiero tanto aún: dejó en mi pecho
        tu amor huellas tan hondas,
    que sólo con que tú borrases una,
        ¡las borraba yo todas!
 
XXXVII
 
Antes que tú me moriré: escondido
          en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu mano
          la ancha herida mortal.
 
Antes que tú me moriré: y mi espíritu,
          en su empeño tenaz,
sentándose a las puertas de la muerte,
          allí te esperará.
 
Con las horas los días, con los días
          los años volarán,
y a aquella puerta llamarás al cabo…
          ¿Quién deja de llamar?
 
Entonces que tu culpa y tus despojos
          la tierra guardará,
lavándote en las ondas de la muerte
          como en otro Jordán.
 
Allí, donde el murmullo de la vida
          temblando a morir va,
como la ola que a la playa viene
          silenciosa a expirar.
 
Allí donde el sepulcro que se cierra
          abre una eternidad…
¡ Todo lo que los dos hemos callado
          lo tenemos que hablar !
 
XXXVIII
 
    Los suspiros son aire y van al aire!
    Las lágrimas son agua y van al mar!
    Dime, mujer, cuando el amor se olvida
        ¿sabes tú adónde va?
 
XXXIX
 
Lo que el salvaje que con torpe mano
hace de un tronco a su capricho un dios,
y luego ante su obra se arrodilla,
          eso hicimos tu y yo.
 
Dimos formas reales a un fantasma,
de la mente ridícula invención,
y hecho el ídolo ya, sacrificamos
          en su altar nuestro amor.

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