Rimas X a XIX [Gustavo Adolfo Bécquer]

X
   Los invisibles átomos del aire
   en derredor palpitan y se inflaman
   el cielo se deshace en rayos de oro
   la tierra se estremece alborozada
   Oigo flotando en olas de armonía
   rumor de besos y batir de alas,
   mis párpados se cierran…¿Qué sucede?
   ¿Dime?… ¡Silencio!… ¿Es el amor que pasa?
 
 
 
XI
 
– Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión;
de ansia de goces mi alma está llena;
¿a mí me buscas? -No es a ti; no
 
            – Mi frente es pálida; mis trenzas de oro
             puedo brindarte dichas sin fin;
             yo de ternura guardo un tesoro;
             ¿a mí me llamas? -No; no es a ti.
 
                        – Yo soy un sueño, un imposible,
                         vano fantasma de niebla y luz;
                         soy incorpórea, soy intangible;
                         no puedo amarte. -¡Oh, ven; ven tú!
 
 
XII
 
Porque son niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las huris del profeta.
 
El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera;
entre sus siete colores
brillante el Iris lo ostenta.
Las esmeraldas son verdes,
verde el color del que espera,
y las ondas del océano,
y el laurel de los poetas.
 
Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta
en que el carmín de los pétalos
se ve a través de las perlas
    Y, sin embargo,
    sé que te quejas,
    porque tus ojos
    crees que la afean:
    pues no lo creas;
que parecen tus pupilas,
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas hojas de almendro,
que al soplo del aire tiemblan.
 
Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta,
que en el estío convida
a apagar la sed en ella.
 
    Y, sin embargo,
    sé que te quejas,
    porque tus ojos
    crees que la afean:
    pues, no lo creas
que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.
 
Es tu frente que corona
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.
 
    Y, sin embargo,
    sé que te quejas,
    porque tus ojos
    crees que la afean:
    pues, no lo creas
Que, entre las rubias pestañas,
junto a las sienes, semejan
broches de esmeralda y oro,
que un blanco armiño sujetan.
 
 
XIII
 
          Tu pupila es azul, y cuando ríes,
          su claridad suave me recuerda
          el trémulo fulgor de la mañana
          que en el mar se refleja.
 
          Tu pupila es azul, y cuando lloras,
          las transparentes lágrimas en ella
          se me figuran gotas de rocío
          sobre una violeta.
 
          Tu pupila es azul, y si en su fondo
          como un punto de luz radia una idea
          me parece, en el cielo de la tarde,
          ¡una perdida estrella!
 
 
XIV
 
   Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos,
la imagen de tus ojos se quedó,
como la mancha obscura, orlada en el fuego,
que flota y ciega si se mira al sol.
 
Adondequiera que la vista fijo,
torno a ver tus pupilas llamear;
mas no te encuentro a ti; que es tu mirada:
unos ojos, los tuyos, nada más.
 
De mi alcoba en el ángulo los miro
desasidos fantásticos lucir;
cuando duermo los siento que se ciernen
de par en par abiertos sobre mí.
 
Yo sé que hay fuegos faustos que en la noche
llevan al caminante a perecer:
yo me siento arrastrado por mis ojos
pero a donde me arrastran, no lo sé.
 
 
XV
 
Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
                rumor sonoro
                de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz,
                eso eres tú.
 
Tú, sombra aérea que cuantas veces
voy a tocarte, te desvaneces
como la llama, como el sonido,
como la niebla, como un gemido
                del lago azul.
 
En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
                largo lamento.
 
Del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor,
Eso soy yo.
 
¡Yo, que a tus ojos, en mi agonía
los ojos vuelvo de noche y día
yo, que incansable como demente
tras una sombra, tras la hija ardiente
                de una visión!
 
 
XVI
 
Si al mecer las azules campanillas
    de tu balcón,
crees que suspirando pasa el viento
    murmurador,
sabe que, oculto entre las verdes hojas,
    suspiro yo.
 
Si al resonar confuso a tus espaldas
    vago rumor,
crees que por tu nombre te ha llamado
    lejana voz,
sabe que, entre las sombras que te cercan
    te llamo yo.
 
Si se turba medroso en la alta noche
    tu corazón,
al sentir en tus labios un aliento
    abrasador,
sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
    respiro yo.
 
 
XVII
 
Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
hoy llega al fondo de mi alma el sol;
hoy la he visto.., la he visto y me ha mirado…
      ¡Hoy creo en Dios!
 
 
XVIII
 
Fatigada del baile,
encendido el color, breve el aliento,
    apoyada en mi brazo,
del salón se detuvo en un extremo
 
    Entre la leve gasa
que levantaba el palpitante seno,
una flor se mecía
en compasado y dulce movimiento.
 
    Como cuna de nácar
que empuja al mar y que acaricia el céfiro
    tal vez allí dormía
al soplo de sus labios entreabiertos.
 
    ¡Oh! ¡Quién así, pensaba,
dejar pudiera deslizarse el tiempo!
    ¡Oh, si las flores duermen,
    qué dulcísimo sueño!
 
 
XIX
 
Cuando sobre el pecho inclinas
la melancólica frente,
una azucena tronchada
me preces.
 
Porque al darte la pureza,
de que es símbolo celeste,
como a ella te hizo Dios
de oro y de nieve.

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