Luís de Góngora y Argote nació en Córdoba en 1561, en el seno de una familia noble de caballeros. A pesar de su extensa cultura, y de haber estudiado en Salamanca, no llegó a obtener ningún título.
Desde temprana edad se consagró a la poesía con gran brillantez. Por razones económicas se ordenó sacerdote: sus cargos eclesiásticos le proporcionaron las rentas que le permitían vivir, aunque no con mucho desahogo, pues también pasó estrecheces, sobre todo por su pasión por el juego.
Por comisiones del cabildo, realizó diversos viajes, pasando varias temporadas en la Corte (Madrid, Valladolid…), donde intentó de nuevo conseguir algún cargo. Su fama de poeta no estuvo exenta de enemistades con otros autores, especialmente con Quevedo. Su carácter seco y orgulloso contrasta con la delicadeza y sensualidad que muestra en su poesía.
Tras regresar a Córdoba prosiguió su obra con gran rigor artístico, que iba en crecimiento. En 1613 se difunden por Madrid copias de el Polífeno y las Soledades, que suscitaron tantas admiraciones como rechazos.
En 1617 se instala en Madrid como capellán, pero a la par que su fama crecía, así iba en decremento su situación económica; la afición por el juego y los lujos le hunden año tras año, hasta perseguirle los acreedores. En 1626 sufre un ataque cerebral del que no se recobraría, pediendo la memoria y muriendo en 1627 en Córdoba, a donde se había retirado.
Como poeta, Góngora nos ofrece aspectos tan diversos como contradictorios, pues a la vez que se alinea con la corriente petrarquista y el manierismo renacentista de Herrera, también se muestra el Góngora conformista adulador de los poderosos, e inconformista burlón con valores dominantes en la época. Como colofón, aparece el Góngora barroco, creador de los grandes poemas culteranos.
Góngora ha tenido, con más o menos matices, dos épocas: la primera de una poesía relativamente clara, y una segunda de poesía difícil y oscura. Algún poeta del siglo XX, como Dámaso Alonso, llegó a definir la trayectoria de Góngora como dos planos paralelos, donde se altarnaría la poesía culta con composiciones más sencillas.
Independientemente de su líneas poéticas, Góngora siempre destacó desde principio a fin por su sentido y agudo lenguaje, así como el elevado conocimiento en el manejo de la palabra y su poder de persuasión, que le permitieron alcanzar construcciones de gran belleza.