Siempre nos dejamos algo al salir de viaje

por Nekane Aramburu
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Ella me contó que hace un tiempo regaló al amigo especial que le acompañó al aeropuerto un libro con una dedicatoria. Le pidió que solo lo abriese una vez que hubiera despegado su avión. Con pulso rápido y firme había escrito en él unas horas antes mientras hacia el equipaje, una cita de Mark Twain que llevaba días sonando en su cabeza como el estribillo de una canción que no podía evitar tararear y decía: “He descubierto que no hay mejor forma de percibir si amo u odio a las personas que viajando con ellas”. Nunca más supo de él.

Dejé la llave del gas sin cerrar, una loncha de jamón en la nevera y la puerta del garaje se quedó atrancada. Deberían de existir unas “Páginas amarillas para objetos olvidados o perdidos en las prisas de un portazo”. Marcando un número de teléfono, sabríamos que aún están. No sé decir adiós mirando a los ojos. En la “A” donde se supone figuraría “adiós”, entre las palabras “abrecartas” y “algodón”, tendrían que anotar una relación de fórmulas para despedirnos con variantes del “hasta pronto” que no suenen a hueco. Eso es algo importante, algo que tendríamos que recordar. Pero seguimos viajando, y entre intermitencias, la maleta de recambio en el pasillo de casa se aburre, la pobre maleta que solo se vacía y vuelve a llenar cuando es tiempo de colada. Todavía no he pasado por la tintorería.
Durante una fracción de segundo he tenido la certidumbre de que ya todo es un viaje continuo, que nos vamos diluyendo en la fuga, que cada vez es mas fácil calibrar la frágil tensión de los hilachos y flecos de la madeja de Penélope y romper el hilo liberando personas y objetos. Como con las compañías de telefonía móvil.
Partir, a pesar de lo complicados que se están poniendo los aeropuertos con sus controles de escaneres y cacheos, por encima de la fatiga al atravesar pasillos kilométricos que comunican terminales infinitas y con lo fatal que resulta para la piel y las arrugas el prescindir en nuestro equipaje de mano de la hidratante de cara durante el largo tiempo que estamos encerrados en la cápsula del tiempo y el espacio.

Hoy podemos decidir cruzar el mundo a precio de low cost una tarde de domingo cualquiera a golpe de pantalla y pulsando el teclado de ordenador sin pensarlo mucho, tan solo cliqueando unos números: el del pasaporte y el código mágico de la tarjeta Visa. Hoy podemos atravesar el planeta, continentes colonizados o selvas a desmano y sentir que nada cambia, que es la misma Cola-cola solo que con diferentes envases, que entre palmeras hay conexión a internet y que los souvenirs ya son casi todos Made in china.
Por eso no se trata de buscar nuevos decorados para nuestro tiempo de ocio, escenografías con o sin aire acondicionado para retratar y colgar en el álbum de fotos o coleccionar muescas en el cinturón con nuevas ciudades conquistadas para el curriculum desde un insípido hotel con nombre de cadena multinacional. Como escribió Dag Hammarskjöld el viaje más largo es el viaje hacia dentro de aquel que ha elegido su destino, que ha empezado la búsqueda en su interior. Ese al final, será el único viaje que nos sirva de algo. Si por una vez decidiéramos llevarnos a nosotros mismos, ese yo con sus cinco sentidos al que a veces hay que arrastrar de su hábitat de seguridades, y no al flâneur Port Aventura, recibiríamos alguna que otra sorpresa y la certeza de que la persona que vuelve es otra, igual más cansada y dolorida, pero rica en vivencias más allá de la superficie de nuestra epidermis.
Cuando el destino no es lo importante sino solo el viaje sabemos que sintonizar con la frecuencia sonora de ese canal tan poco escuchado en el día a día que es la Vida puede llevarnos a una dimensión a la que a veces prestamos poca atención, al Yo y al los Otros.

Dicen que los derviches, al llegar al final de su viaje, se convierten en camino y no en caminante.
De todas formas no nos engañemos, el común de los mortales acaba moviéndose según tipologías de viajes y motivaciones menos prosaicas. Jeffrey A. Kolltler los clasifica y disecciona según la siguiente lista: Exilio, Heroico, Aventurero, Antropológico, Espiritual, Peregrinaje, Retiro, Conquista, Exploración, Nómada, Científico, Literario, Comercial o Turismo1. El mundo para cada uno de ellos será tan pequeño o tan grande como sus miras. Y si no recuerden a esos turistas que viajan en tours organizados comparando el actual con anteriores viajes en relación a la comida, el hotel, las compras o el monumento con el que se fotografiaron. Quizás solo al final de nuestra vida sepamos si merecieron la pena, si ganamos o perdimos, si aquello de que “partir es morir un poco” es verdad, si elegir fue renunciar o crear posibilidades nuevas.

“Si pudieras ver lo que yo he visto con tus ojos” dice el replicante Roy a su fabricante en “Blade Runner” y mas adelante, cuando se caduca, ya al final de la película, aquello de “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos “C” brillar en la oscuridad cerca de la puerta de “Tanhauser”. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…..”. Pero nada se pierde, todo se transforma y reaparece.
Viajar es morirse en lo otro, en los otros, en sus poros y sus paisajes, y renacer con una energía prestada que luego nos la apropiaremos como nuestra.
Por eso muchos de los grandes viajeros deciden hacer el recorrido solos, casi siempre sin una meta definida. En tibetano se utiliza la expresión a-Gro ba, para denominar al ser humano y viene a significar “el que marcha” o “el que realiza migraciones”.Y de todos ellos, las que siempre tuvieron mas valor fueron las mujeres. Ahora que parece vuelve como tendencia global un feminismo de pancarta deslucida, estaría bien recordar peregrinas y viajeras del XVII y XIX que a diferencia de los hombres convirtieron su deambular en un aprendizaje más que en una competición a lo conquistador propia del estilo masculino.
Mujeres viajeras que solas y en las peores condiciones emprendieron su propia expedición o intentaron encontrar su lugar en un mundo alejado del entorno protector y civilizado donde se criaron.
El libro que recientemente publicó Cristina Morató “Viajeras intrépidas y aventureras”, el de Paloma Castañeda o la web “Trotamund@s” cuentan algunas de estas historias, historias como las de Isabelle Eberhardt y su madre Nathalie, Mary Kingsley, Inés de Suárez, Alexanddra David-Neel, Florencie Baker, Gertrude Bel, Freya Stark, Ethel Brilliana Tweedie o Mary Sheldon.
A estas damas en el cine mas arregladas y puliditas las vemos con la cara de Deborah Kerr en “El rey y yo”, la de Meryl Streep en “Memorias de Africa”, Nicole Kidman en la adaptación de la novela “Retrato de una Dama” de Henry James dirigida por Jane Campion, la de Kristin Scott Thomas en “Man to man” o mutando en las regresiones de la poco acertada “Caótica Ana” de Julio Medem.

En 1988 Marina Abramovic caminó 2.000 km desde un extremo de la Gran Muralla China para encontrarse con Ulay, Sophie Calle se organiza rituales para seguir a desconocidos, llegando hasta Venecia tras un hombre, Jana Leo por los puentes de Paris seguía a un homeless llamado Rafael, Helena Cabello y Ana Carceller fueron hasta Filipinas para recrear desde su visión el mito de Kurtz y El corazón de las tiniebla, Ana Mendieta dejó de viajar el día que cayó al vacío desde el piso 34 de su apartamento en el Soho de Nueva York en 1985.

Hay una brisa que viene de no se sabe donde y mueve el velero.
Sentimos como mientras vivimos y mudamos de pieles y de refugios, hay mucho que se queda atrás sumergido en extrañas brumas y ya no sabemos muy bien si eran cosas prestadas, olvidadas del desuso o se quedaron extraviadas en cualquier esquina o rincón del pasado. “Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío” escribió Borges. En algún punto del tiempo se fosilizaron las botellas de vino que saboreamos mientras intentabamos ordenar las estrellas en el desierto de Atacama, las conchas de un cementerio en Senegal, el humo de los cadáveres en Benarés, los tortellini de la madre de Gabrielle, el ruido de los aviones de Tempelhof desde casa de Pablo, los fuegos artificiales sobre el skyline de Hong Kong, una maleta que vagó por varios aeropuertos hasta volatilizarse, las pegatinas del “No a la guerra”, los fantasmas del edificio de Correos en Buenos Aires, los decorados de “One from the Heart”, los ladridos de Pollock corriendo por la playa, los cielos azules, algunas buenas olas, ciertas cenizas.

De lejos todo parece diminutos trazos imperfectos, desde el aire una maqueta, desde el mar apenas una línea.

Para combatir el olvido podríamos hacer dos listas una con un rotulador negro y otra con rotulador rojo, una para lo que hemos dejado y perdido y otra para lo que encontramos y aún tenemos. Y luego en verde, dibujar una intersección como cuando éramos pequeños y crear un nuevo espacio entre los unos y los otros para ganarle la jugada al tiempo.
Hay otras listas. En el ordenador tengo una que utilizo para no olvidar cosas al hacer el equipaje, pero acabé inventándome otra que es mas una actitud mental que un agrupamiento de objetos. Una lista para memorizar de manera automática.
Al salir de casa:
Contar hasta diez
Prescindir de guías de viaje y llevar un libro poco pesado o comprarlo en el punto de llegada
Cargar con ropa y objetos personales que nos nos importe abandonar por si los tsunamis
Olvidar las heridas y traumas que nos impidan caminar ligeros
Sentir como lo haría un ciego y no llevar bastón
No pensar en volver con fecha y hora de caducidad
Al partir del lugar donde se estuvo recordar siempre que:
Nada que compres tendrá valor al cabo de un tiempo
Dejar un poquito de nosotros mismos en la memoria y el corazón de los otros
Saber que los mejores momentos nunca nos los podremos llevar en la cámara de fotos o el video
No dar el correo electrónico si no vas a contestar
Guardar un secreto en el hueco de un árbol
Contar hasta diez
Y sobretodo tener presente que la próxima vez que volvamos nada será igual, porque nosotros ya no seremos los mismos .

Kottler, Jeffrey A. “ Viajar como experiencia transformadora” Ediciiones Paidós. 1998 Página 37

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