No reíros de la ironía de lo que os voy a contar, pero aunque sólo sea simbólicamente sin pretensiones de profundizar demasiado en el rigor científico, creo haber encontrado el eslabón perdido de la Teoría Del Todo, que como algunos saben dice que, de alguna forma, todas las energías del Universo están unificadas. Según mi teoría, el transistor ha unificado todos los comportamientos, comunicaciones y formas de vida, especialmente desde la última década del pasado siglo XX, hasta el extremo de que todo gira en torno a él.
Nadie discutiría que el transistor es un componente electrónico que no sólo revolucionó nuestras vidas, sino que se ha convertido en el núcleo de cualquier sistema. Estamos tan inmersos en la tecnología de la electrónica, que no alcanzamos a valorar las posibles consecuencias de su ausencia. Cualquier faceta cotidiana está regida, en mayor o menor medida, por algún dispositivo que incluye transistores para su funcionamiento.
Si a todas las mentes inquietas y estáticas que poblamos este planeta, nos devolvieran de golpe y sin anestesia al siglo XVII, se desencadenaría el caos mental y organizativo al momento, en todos los órdenes. Imagínate, en el mejor de los casos, tener que aplicar a mano la raíz cuadrada y la división. Porque olvídate de la calculadora. ¿Cuántos de vosotros sois capaces de resolver en este momento la siguiente división: 52.563 entre 325,21 sin parpadear tres veces antes de ponerse manos a la obra? Por supuesto, que los deberes los íbamos a sudar, porque no tendríamos a mano la calculadora Casio, ni a San Google Tadeo para ofrecerle una velita. Y, ¿qué decir de volver al carro de bueyes y al coche de caballos? ¡¡Cuánto añoraríamos nuestro buga de inyección directa!! Bueno, y no digamos tener que mandar no sólo los guasap, sino los casi olvidados SMS a grito pelao, porque el sistema de comunicaciones más sofisticado de la época era la hoguera y la manta.
Creo, sinceramente, que esa regresión en el tiempo sería traumática para nosotros, y no soportaríamos la dureza de la adaptación, y si no, hagamos un repaso a nuestra calidad de vida transistorizada:
Comencemos por el objeto que más proyecta nuestra vanidad y despierta al ser embrutecido que llevamos dentro, el automóvil: cuando lo arrancamos, una centralilla electrónica evalúa y controla variados parámetros, como inyección, temperatura, refrigeración…. Al ajustar el aire acondicionado, un diferencial electrónico compara la temperatura ambiente con la deseada, para regular el funcionamiento de un pequeño equipo climatizador. Si nos perdemos, un navegador por satélite nos llevará con seguridad hasta nuestro destino. Con los adelantos de los últimos modelos hasta podemos estacionar sin tocar el volante ni los pedales, limpiar automáticamente el cristal cuando comienza a llover, e incluso, que nuestro inteligente vehículo llame a emergencias y les indique nuestra ubicación si tenemos un accidente. Y, por supuesto, no podíamos prescindir de llevar encima la joya tecnológica del siglo XXI, el teléfono móvil, más propiamente dicho smartphone o teléfono inteligente. Para muchos, viajar sin él sería como si careciera de alguna extremidad; puede que no pase mucho tiempo para que lo llevemos implantado bajo la piel como un órgano más de nuestro cuerpo.
Antes de llegar a casa, nos detendremos, irremediablemente, en varios semáforos, por supuesto regulados por una central de conmutación electrónica. Como hay atasco, aprovechamos para sacar una foto por la ventanilla a la nueva fuente computerizada del paseo con nuestra cámara supermegamegapixels, o con el smarthpone, porque hoy en día los móviles tienen más aplicaciones que simplemente hablar. Para entrar al garaje, activamos la puerta automática con el mando a distancia, y subimos a nuestra planta, no sin antes tomar el ascensor, el cual, como no, utiliza sofisticados dispositivos electrónicos y electro-mecánicos.
Pero, el ciudadano de a pie tampoco se libra de la influencia de la electrónica: al entrar en un banco una puerta automática se abre ante nuestra presencia, incluso nos chequea sin pudor y nos solicita amablemente que depositemos los objetos metálicos en el armarito de la entrada. Si no deseamos lidiar con el de la ventanilla, un cajero automático nos permitirá retirar dinero de nuestra cuenta, incluso ingresar en la tarjeta prepago de nuestro teléfono móvil. Y, justo en el momento que más lo necesitamos, montaremos en cólera porque el único cajero del pueblo está fuera de servicio. Por supuesto, todos nuestros movimientos han quedado registrados a través de varias cámaras en grabación continua.
Cuando compramos una prenda, un lector de códigos la identificará y mostrará sus datos e importe. Por supuesto, pagaremos con la tarjeta de crédito o débito, que a través de un terminal conectará con nuestra entidad bancaria y cargará al instante nuestra compra. Al salir, una alarma luminosa y sonora, nos advertirá de que la dependienta olvidó retirar la protección electrónica antirrobo.
Al entrar en casa, consultamos nuestro reloj electrónico de cuarzo, y advertimos que nos hemos perdido nuestro programa favorito en nuestra TV Digital Terrestre. Así que, por que no, empleamos el tiempo sobrante dándonos una vuelta por internet en nuestro ordenador de supermegagigas, naturalmente a través de la conexión inalámbrica Wifi con fibra óptica de 200 Mb.
Como el niño está de cumpleaños, nada mejor que regalarle el último juego de la Play, que ya no sólo sirve para jugar, sino que lo mismo visualiza un DVD, que nos baja el reciente concierto del Sabina (con permiso de la SGAE).
Antes de irnos a la cama, vemos una peli en el reproductor DVD multiformato, pero antes nos preparamos una infusión, por supuesto calentándola en nuestro microondas de última generación. Y mientras no nos entra el sueño, tomamos la tablet de la mesilla y nos ponemos a jugar un rato al Candy Crush o a los Angry Bird, y de paso actualizar el estado de Facebook y publicar algún tuit simpático para nuestros seguidores. Y cuando estamos en lo mejor del sueño, el radio-reloj-despertador, nos devuelve a la realidad, la de una era absolutamente sumida en la tecnología del transistor, y en la que ya estamos atrapados sin remedio.
Conclusión: el transistor ha unificado todas nuestras energías, hasta tal extremo que nuestra dependencia de él es casi total.