En España, pero muy especialmente por lo que nos toca en Galicia y Asturias, dos tierras hermanas, sucede un espectáculo todas las primaveras. Los manzanos entran en flor y nos desbordan con su belleza. En Asturias, por la arraigada tradición de la sidra; y en Galicia, aunque también la elaboramos en menor medida, por lo extendido que se halla este frutal en muchas zonas. La sidra (como sucede con la cerveza), está muy socializada en la cornisa cantábrica, los orígenes de su elaboración se pierden en la noche de los tiempos; según el sociólogo e historiador William Du Bois fueron los hebreos los primeros en producir sidra, para más tarde extenderse el conocimiento de su elaboración a otros pueblos de la antigüedad. Hoy día, en las casas de campo de todo el norte peninsular, es extraño no disponer de algún tipo de manzano, la mayoría son variedades antiguas que han pervivido durante generaciones.
Existen en el mundo más de mil variedades de manzana, de variados colores, sabores y texturas, pero todas se reducen en el mercado a poco más de media docena, que suelen ser las más productivas y rentables económicamente. Su cultivo es antiquísimo, se cita incluso en la Biblia como un fruto que estaba prohibido y que provocó que el ser humano fuese expulsado del Paraíso.
Probablemente, la manzana fue de las primeras frutas en ser recolectadas en su forma silvestre, cuando los humanos todavía sobrevivían con los frutos y bayas que obtenían en los bosques. Restos arqueológicos prehistóricos del Neolitico vendrían a confirmarlo.
Sí se sabe, que el manzano era cultivado en el siglo XVII antes de Cristo en tiempos del faraón Ramsés III, en los fértiles valles del Nilo. Los romanos y árabes introdujeron la manzana en la Península Ibérica, y en el siglo XVI los conquistadores españoles la llevaron a América; sólo cien años después ya había emigrado a América del Norte y más tarde a Australia y África septentriional. En la actualidad, el manzano es un frutal de ámbito global.
