INTRODUCCIÓN
Nos hallamos en una era de desarrollo tecnológico como jamás ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad. En escasamente 200 años, se han manifestado una serie de invenciones e innovaciones en múltiples campos, desde las comunicaciones terrestres, marítimas y aéreas, las telecomunicaciones, pasando por las áreas de medicina, salud, energías…, y alcanzando cotas insospechadas con la llegada del primer ser humano al espacio.
Aunque la radio ya estaba en auge a mediados del siglo XX, fue por esas fechas cuando la televisión comenzó su andadura, con mayor o menor expansión según el país, para extenderse rápidamente en los años 60 y 70. Los hogares comenzaban a tener su televisión en la salita, una radio en la habitación y, en la incipiente clase media, un coche utilitario en la puerta. Por supuesto, los electrodomésticos, como la lavadora o el frigorífico, ya comenzaban a ser dispositivos comunes en nuestros hogares. Por entonces, todavía no se podía intuir la nueva revolución tecnológica que se manifestaría unos 15 a 20 años más tarde, con la aparición de Internet y el desarrollo de la informática personal.
Una televisión en blanco y negro de 1969. Imagen Wikimedia Commons.
Tampoco, por esas fechas, se podía predecir que la basura tecnológica pudiese llegar a convertirse en un problema medioambiental de primer orden. Actualmente, el desarrollo tecnológico, el auge en innovación y los productos de consumo, nos invaden y subyugan de alguna manera. Estamos inmersos en una era donde el teléfono y el ordenador, por citar sólo dos de los dispositivos más socorridos, ya no constituyen utensilios para toda la vida, o al menos para un largo periodo de uso. Buscamos el último modelo, la última funcionalidad tecnológica, las máximas prestaciones… Y así, cada día, se producen en el mundo infinidad de componentes y dispositivos electrónicos de todo tipo, para cubrir las constantes demandas de los usuarios.
¿Recuerdas tu primer teléfono móvil?, posiblemente hayan pasado varios aparatos por tus manos ¿Qué habrá sido de ellos o qué destino habrán tenido? La misma pregunta podríamos formularnos sobre el antiguo televisor, el viejo monitor de rayos catódicos, la impresora de inyección, la consola de videojuegos… Algunos equipos obsoletos pueden tener una segunda vida sin recurrir a su desguace y reciclado, por ejemplo una vieja radio a válvulas tiene un valor casi seguro como objeto de colección debido a su antigüedad. Pero, la mayoría de aparatos modernos tienen, casi siempre, una fecha de caducidad cuando salen de la fábrica, a veces por una obsolescencia programada, y otras veces porque los propios usuarios los van apartando y sustituyendo por dispositivos más actualizados y con mejores prestaciones. Todo ello conlleva un aumento desmedido de los residuos tecnológicos, cuya consecuencia es un impacto negativo en el medioambiente y otros efectos de carácter social y económico, pues todavía queda en el mundo un importante número de países que no disponen de una regulación específica para el reciclaje de la basura electrónica y tecnológica en general, a pesar de que existen numerosas comunidades que se hallan involucradas en esas labores sin el respaldo institucional.
Aparatos de telefonía móvil de la década de 2000. Imagen Wikimedia Commons
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Las distintas edades del hombre, desde el Neolítico hasta la Edad Contemporánea, fueron cubiertas a un ritmo más o menos constante en cuanto a invenciones e innovación, siendo definidas esas etapas o periodos de la Historia Universal de acuerdo con los estados evolutivos y de desarrollo tecnológico. Ese ritmo cambió drásticamente a partir del siglo XVIII, como veremos.
En las sociedades primitivas la explotación de los recursos de la tierra eran escasos y el volumen de población muy pequeño. Las tareas extractivas eran casi inexistentes, y las actividades de supervivencia consistían básicamente en la caza y la recolección de frutos silvestres, en consecuencia los residuos generados no constituían ningún riesgo para el medioambiente, más aún disponiendo de una gran cantidad de terreno para la asimilación de los residuos. Con la implantación de las primeras sociedades agrícolas, tampoco se manifestó ningún problema medioambiental significativo, si acaso, muy puntualmente, la deforestación por quema de áreas de bosque para la práctica de la agricultura itinerante.
Paradójicamente, podríamos concluir que muchas sociedades de la antigüedad, aún desconociendo el funcionamiento de los mecanismos ecológicos, en sus tareas agrícolas y ganaderas se manifestaban algunas actividades de reciclaje cuyos indicadores han podido ser confirmados por los antropólogos; la experiencia a lo largo de generaciones enseñó a los humanos primitivos a acumular conocimiento y prácticas que servían a sus necesidades. Pero, así como las sociedades primitivas aprendían a reutilizar y, a su manera, reciclar, lo esperado era que el ser humano aprendiese también a predecir las consecuencias de sus propios excesos. Así, en la Edad Media, por ejemplo, las poblaciones urbanas olvidaron aquel conocimiento empírico de las primeras civilizaciones agrícolas, creando condiciones insalubres y propicias para la proliferación de graves plagas y enfermedades; los desperdicios y restos orgánicos eran arrojados a las calles, generalmente sin pavimentar y sin sistemas de alcantarillado, generando poblaciones de ratas y pulgas que portaban la peste bubónica. La ignorancia y falta de un sistema de gestión de los residuos, llevó a la peste negra, que causó la muerte a la mitad de la población europea del siglo XIV. Hasta el siglo XIX no se crearon las primeras medidas de gestión de los desperdicios urbanos, así como de la salud pública.
La Revolución Industrial puede establecerse como un punto de inflexión en la historia de la humanidad, pues cien años han sido suficientes para desarrollar tecnologías que, si las comparamos con todas las invenciones precedentes, constituyen un salto de considerables proporciones; se produjo ese cambio de ritmo que decíamos antes. La investigación cobró, en este periodo, un afán por el conocimiento entre los diferentes inventores y científicos que, en un tiempo muy corto, históricamente hablando, se alumbraron grandes descubrimientos y hallazgos en variados campos de la ciencia, especialmente la física, que llevarían a los humanos a un periodo de esplendor tecnológico insospechado a partir de mediados del siglo XX.
Actividades industriales, 1868. Ilustración Wikimedia Commons.
La electricidad, en un primer momento, y la electrónica después con el nacimiento de la válvula de vacío y el transistor, se dieron la mano en un momento de la historia permitiendo aflorar las primeras comunicaciones por hilos, e inmediatamente después las telecomunicaciones a media y larga distancia. A partir de aquí sólo se podía crecer, y así ha sucedido, en numerosos campos de la ciencia y la tecnología; desde el descubrimiento de las ondas electromagnéticas hasta la más moderna fibra óptica el proceso ha sido imparable. Con la aparición de Internet, podríamos afirmar que entramos de lleno en una nueva era tecnológica de la humanidad.
Los humanos fuimos conscientes del poder que manejábamos y de nuestras habilidades creativas, de ahí que comenzáramos a organizar todo ese potencial y conocimiento con objeto de explotar los recursos naturales, con el que dotar de materias primas a los medios de producción. En consecuencia nuestro entorno también se vio afectado por la manipulación en pro de un mejor nivel de vida; la producción, uso y abandono de bienes tecnológicos se enfrentó así al sacrificio del ambiente natural.
LOS RESIDUOS TECNOLÓGICOS
Somos conscientes de que el progreso tecnológico ha traído indudables beneficios a la humanidad, pero no todo han sido ventajas. La tecnología avanza de forma acelerada, y día a día el número de aparatos electrónicos que son desechados crece de forma espectacular; alrededor de entre 20 y 50 millones de toneladas de residuos se generan cada año alrededor del mundo, equivalentes al 5% de los residuos sólidos del planeta. Entre la basura urbana, más del 5% corresponde a dispositivos electrónicos, semejante a la misma cantidad de plásticos utilizados en los embalajes.
Este problema no es exclusivo de los países desarrollados; en Asia se desechan cada año unos 12 millones de toneladas de productos electrónicos. Los motivos del abandono de estos materiales se fundamentan en variadas causas: averías, roturas, obsolescencia programada, inactividad por software anticuado, o simplemente porque el usuario busca la última versión o mejores prestaciones. Ninguno se plantea qué hacer con ese aparato que incrementa la pila de desechos tecnológicos cuando lo reemplaza por otro de última generación, y tampoco las empresas están por la labor de invertir en su reciclaje por los costes que ello supondría para la fabricación y comercialización de nuevos dispositivos.
Aparatos informáticos obsoletos. Imagen Wikimedia Commons.
En la basura tecnológica podemos incluir no sólo los aparatos electrónicos personales, como ordenadores, tabletas, teléfonos inteligentes (smartphone), impresoras, radios, televisiones, incluidos los consumibles como CD’s y DVD’s; también tienen cabida los aparatos electrodomésticos, como lavadoras, secadoras, lavavajillas, planchas eléctricas, microondas…, entre otros variados dispositivos y equipos del hogar. Todos estos aparatos, cuando se convierten en residuos, constituyen productos potencialmente contaminantes, y en muchos casos también tóxicos.
Materias contaminantes de la basura tecnológica
Como ya se dijo, los desechos tecnológicos son contaminantes en potencia y, debido a los elementos de que están compuestos, pueden resultar tóxicos. Muchos aparatos son fabricados con PVC (policloruro de vinilo) o PET (Polietileno tereftalato), que no se degradan en el ambiente salvo sometiéndolos a reciclaje. Además, los materiales pueden contener diversas sustancias peligrosas, como mercurio, zinc, litio, níquel, arsénico, vidrio, cobre…, que sin el tratamiento adecuado pueden terminar en los suelos, penetrando en el subsuelo y en los acuíferos si se dan las condiciones, lo cual acarrea graves problemas medioambientales; muchas de esas sustancias pueden ser absorbidas por las plantas o ingeridos por los animales acuáticos, multiplicando los problemas a través de la cadena trófica.
Incinerar los residuos electrónicos no es una solución viable, la combustión de las sustancias de los materiales con los que están fabricados, plantearía nuevos problemas añadidos, pues terminarían en la atmósfera en forma de nuevos contaminantes. El problema de los incineradores es acusado en los países industrializados, pues se trata de una de las fuentes más importantes de contaminación de furanos y dioxinas, sustancias muy tóxicas que se generan cuando se combustiona el PVC.
Desechos electrónicos. Imagen Wikimedia Commons.
Impacto de las baterías
Las baterías, que son una parte importante en volumen de los ordenadores portátiles, junto a las placas de circuito impreso, constituyen los componentes con mayor potencial contaminante de los dispositivos eléctricos y electrónicos. Hay que destacar, que alrededor de una tercera parte de las baterías está formada por materiales tóxicos, tales como litio, níquel, cadmio, entre otros. El cadmio es utilizado en las baterías recargables, los conectores y superficies de conexión de los circuitos, así como en los conmutadores de los viejos monitores CRT. El cadmio puede acumularse en el ambiente y es muy tóxico por ingestión, afectando en mamíferos principalmente a los huesos y riñones. En la gestión de residuos, las baterías tienen que separarse siempre de los residuos comunes de los hogares, y deben ser tratados específicamente.
Una batería de polímero de litio. Imagen Wikimedia Commons.
LA MINERÍA Y LA DEMANDA DE METALES PARA LA PRODUCCIÓN
La dinámica de crecimiento de los dispositivos eléctricos y electrónicos es un factor parejo con la evolución, demanda y alza de precio de determinados metales. Se vinculan con productos cuyas funcionalidades requieren de metales preciosos, especiales y escasos. Así, los fabricantes de dispositivos electrónicos emplean alrededor del 80% de la demanda mundial de indio, un metal poco abundante, cuya principal aplicación son las capas conductoras en los vidrios LCD y las pantallas táctiles. Un porcentaje aún mayor de la demanda se encauza hacia el rutenio, un metal precioso utilizado habitualmente en los discos duros magnéticos, así como en la fabricación de contactos eléctricos muy resistentes al desgaste. El antimonio es otro metal singular en la industria electrónica, con una demanda mundial de alrededor del 50%; crece su interés en la fabricación de semiconductores y determinados diodos, en algunas aleaciones permite aportar dureza y resistencia al esfuerzo de los dispositivos mecánicos; también se utiliza en la fabricación de baterías y acumuladores; pero una de las funciones más importantes es la de retardante de llama, con objeto de cumplir con las normas de seguridad contra incendios en los dispositivos electrónicos, evitando que un exceso de temperatura pueda propagar un fuego.
En consecuencia, el aumento del precio de los metales se relaciona directamente con la evolución de la industria tecnológica, y electrónica en particular. La minería constituye la principal fuente de los metales para esta industria, pues el proceso de reciclaje sólo aporta una mínima parte de los metales disponibles. Esto provoca un impacto ambiental significativo durante la etapa de extracción y producción metalúrgica, muy en particular en los metales especiales y preciosos, cuyos minerales se hallan en filones de baja concentración.
En estas actividades mineras se utilizan grandes extensiones de terreno, donde el consumo de energía y los residuos producidos en forma de dióxido de azufre y CO2 son considerables. Las aguas residuales que se vierten en el proceso de extracción y acondicionamiento del mineral contaminan los suelos, los acuíferos y las corrientes de aguas superficiales, generando un problema medioambiental de primer orden que, por transmisión a través de las redes tróficas, pueden alcanzar a los seres vivos.
Un riachuelo contaminado por actividades mineras. Imagen Wikimedia Commons.
EL DESTINO DE LA BASURA TECNOLÓGICA
Que una familia decida reemplazar su viejo televisor de tubo de rayos catódicos por una pantalla plana, podría ser insignificante en el contexto de un mercado global que fabrica y distribuye diariamente miles de dispositivos de todo tipo. Pero, continuamente se programan y realizan actividades gubernamentales e institucionales que tienen un notable impacto sobre los recursos dedicados a la industria tecnológica. Así, cuando el parlamento de un país aprueba medidas para deshacerse de determinados productos electrónicos, considerados obsoletos o que contienen materias tóxicas; cuando un colegio, una ONG o una gran empresa decide sustituir su red de ordenadores por otros más modernos y productivos; o simplemente cuando una compañía tecnológica decide lanzar un nuevo modelo de smartphone que ha creado una gran expectativa en los futuros clientes… Todo ello genera una actividad entre fabricantes, comerciantes y demandantes de los productos que, inevitablemente, concluirá con el abandono de su equivalente en otros productos que han quedado anticuados o desfasados.
¿A dónde va a parar toda esa chatarra? En principio podríamos pensar que ya no tiene ninguna utilidad, y es cierto que una gran parte termina olvidada en algún armario, sin contar con aquella que acaba en el camión de la basura sin ningún control de reciclaje pero, contra cualquier idea preconcebida de su inutilidad, hay que decir que existe un mercado secundario de los desechos electrónicos muy importante. Muchos aparatos que son desechados siguen funcionando y tienen valor comercial aunque ya no estén tecnológicamente actualizados, un gran porcentaje de esos equipos terminan en países donde el nivel de vida no permite disponer de un smartphone o una tableta de primera generación, pero sí aparatos más modestos aunque no dispongan de muchas prestaciones de las que disfrutamos en el llamado «primer mundo». Ghana, por ejemplo, es un país donde la importación de basura electrónica no está prohibida, por ello se ha convertido en un destino muy popular para los aparatos electrónicos de segunda mano.
Área urbana de Acra, Ghana, donde se pueden hallar numerosos artículos electrónicos de segunda mano, reparados o reutilizados. Imagen Wikimedia Commons.
Por otro lado, numerosos aparatos abandonados contienen en su interior materiales valiosos que pueden ser reciclados, de hecho algunos países en vías de desarrollo han creado toda una industria del reciclaje de los desechos tecnológicos y electrónicos en particular. Además, alrededor de estas industrias existe una amplia red de intermediarios por los que pasan todos esos artículos de segunda mano, dando sustento a familias enteras que viven de esos recursos, como reparadores, revendedores, transportistas, comerciantes, etc.
Pero, este mercado de segunda mano en países subdesarrollados también sufre las consecuencias de los desechos aunque sean, paradójicamente, los primeros receptores de los desechos tecnológicos del «primer mundo». Cuando esos aparatos ya anticuados cumplen su función y dejan de funcionar definitivamente, terminan generalmente en vertederos sin ningún control. Muchos de esos productos electrónicos contienen metales como mercurio, plomo, litio, cadmio…, que no es posible recuperar en países sin tecnología para reciclar ese tipo de materias, en consecuencia se convierten en productos muy peligrosos para el medio ambiente, incluida la atmósfera cuando son incinerados.
LOS CONVENIOS INTERNACIONALES SOBRE LA BASURA TECNOLÓGICA
Existe un amplio inventario legislativo de acuerdos, tratados y convenios a nivel mundial sobre gestión de residuos (no sólo tecnológicos), y decretos o leyes específicas en algunos países que recogen o regulan los desechos electrónicos. La ONU, a través del grupo de Gestión Ambiental, tiene catalogados los acuerdos y procesos llevados a cabo por distintas organizaciones en todo el mundo, involucrados en las políticas de control y gestión de los desechos de esta naturaleza, especialmente los de carácter electrónico.
Enumerar toda la legislación que involucra de alguna manera la gestión de residuos, en general, y tecnológicos en particular, sería muy prolijo, por lo que nos detendremos sólo en aquella más específica a la temática que nos ocupa:
Convenio de Basilea
Este Convenio, aprobado el 22 de marzo de 1989 en Basilea y con entrada en vigor el 5 de mayo de 1992, se ocupa de minimizar la generación de residuos peligrosos, que incluyen dispositivos eléctricos y electrónicos, baterías, acumuladores, componentes que incluyen mercurio, tubos de rayos catódicos, condensadores de binéfilos policlorados, así como variados metales pesados y sustancias como plomo, cromo, cadmio, selenio, berilio, entre otros. El Convenio insta a su gestión y eliminación lo más próximo al lugar donde se generan, regulando también las cantidades que se pueden exportar.
Convenio de Rotterdam
Este Convenio, firmado el 11 de septiembre de 1998 en Rotterdam y con entrada en vigor el 24 de febrero de 2004, se ocupa del procedimiento de consentimiento fundamentado previo (CFP), aplicable a determinados plaguicidas y productos químicos peligrosos, que pueden ser objeto de comercio internacional; varios de esos productos pueden estar presentes en los dispositivos electrónicos. Existen unos 35 plaguicidas, 16 productos químicos industriales, y 1 producto enumerado en ambas categorías, todos ellos extremadamente peligrosos. El Convenio insta a que los signatarios reciban información detallada sobre la naturaleza de esos productos antes de su exportación.
Convenio de Estocolmo
Este Convenio, firmado el 23 de mayo de 2001 en Estocolmo y con entrada en vigor el 17 de mayo de 2004, se ocupa de los Compuestos Orgánicos Persistentes (COP’s) y la reducción o eliminación de su liberación en el medioambiente. Se trata de sustancias químicas muy tóxicas, que no se degradan, y con capacidad de acumularse en los seres vivos a través de las cadenas tróficas (pueden incorporarse a los tejidos). El Convenio regula la importación y exportación de tecnología que contenga bifenilos policlorados, y excedan las concentraciones de dibenzoparadioxinas y dibenzofuranos policlorados.
Convenio de Minamata
Este Convenio, firmado el 11 de octubre de 2013 en Minamata (Japón) y con entrada en vigor el 16 de agosto de 2017, se ocupa de la protección de la salud humana y el medioambiente, frente a las emisiones de mercurio. Su objetivo es minimizar los compuestos de mercurio que se liberan como consecuencia de las actividades humanas, al margen de aquel que ya se halla o libera de forma natural. El Convenio obliga a los signatarios a establecer medidas para el control de este metal pesado a lo largo de todo su ciclo de vida.
EL RECICLAJE
La gestión de la basura tecnológica, en particular los residuos electrónicos, implica desmantelar, desensamblar y remanufacturar o inutilizar los aparatos electrónicos. Se valora también si esos residuos pueden ser susceptibles de recuperación de sus componentes, partes de los cuales consistirían en plásticos, metales ferrosos y no ferrosos, vidrio, silicio, metales preciosos, etc. Solo en aquellos casos de residuos peligrosos se debe seguir un tratamiento específico.
Desechos electrónicos para su reciclado. Imagen Wikimedia Commons.
El impacto positivo del reciclaje tiene una doble vertiente. Por un lado permite recuperar distintos materiales (plásticos, silicio, etc.), y metales escasos (oro, plata, cobre…), cuya obtención genera un alto impacto medioambiental cuando son extraídos mediante la práctica minera. Por otro lado, estas materias quedan fuera del entorno de los vertederos e incineradoras, donde su degradación provocaría la contaminación de los suelos y sus acuíferos subterráneos, reduciéndose así, de facto, el impacto que esos residuos tendrían en el medioambiente.
LA REUTILIZACIÓN
Ya hemos hablado antes del destino que sigue la basura tecnológica. Decíamos que algunas regiones en vías de desarrollo eran receptores de «chatarra» electrónica desechada en el mundo industrializado. La falta de infraestructura tecnológica no impidió, no obstante, que en estos países se creara un pujante mercado de la remanufactura, donde el reacondicionamiento de los aparatos informáticos y de comunicación han permitido el acercamiento social a estas tecnologías. No obstante, la reutilización apenas implica un 3% del total de residuos electrónicos generados, pero aún así, al tratarse de una tarea previa al proceso de reciclaje, ello supone un volumen de residuos que tienen una segunda oportunidad y no terminan engrosando las cifras de basuras amontonadas en lo vertederos.