Esta planta la descubrí un día creciendo silvestre dentro de la propiedad, fue mi madre (una persona que ha dedicado toda su vida al campo) la que me habló de su existencia, y me sacó de la ignorancia acerca de lo que tomé por una mala hierba (o una hierba que nace en lugar no deseado, para aquellos que consideran que no existen las malas hierbas).
De nombre científico Euphorbia lathyris, también conocida en algunos lugares como Tartago (no confundir con el Tartago Ricinus communis), de flores monoicas y aspecto herbáceo, aparece a veces en los lugares más insospechados; la de la foto nació entre una pila de escombros que tenía en un rincón.
Su origen es incierto, algunos autores la circunscriben al área de Asia Central y China, e incluso la mediterránea. Desde la antigüedad, ha sido cultivada por su valor medicinal, como antiverrugoso y purgante. En la actualidad se halla ampliamente distribuida por todo el mundo. En la Península Ibérica se puede encontrar en todo el litoral, arenales costeros, terrenos removidos, campos de cultivo e incluso al borde los caminos.
Autores, como el botánico Pardo de Santayana, indican que esta planta ha sido empleada en cultivos agrícolas, por sus propiedades repelentes y ahuyentadores de roedores, de ahí el sobrenombre de «topera», por lo que sería ideal para plantarla en el perímetro de las huertas.
Por otra parte, para mí lo interesante a destacar, es que esta planta tiene una gran importancia industrial. De las semillas se extrae un aceite y un látex que son utilizados en numerosas aplicaciones químicas y farmacéuticas, por ejemplo para la fabricación de cosméticos, plásticos, pinturas, barnices, lubricantes, etc. El 95% de los aceites obtenidos de la planta entera pueden transformarse en hidrocarburos, de igual forma que se hace con el petróleo, y convertirlos en gasolina de alto octano y otros subproductos. Brasil, China y otras regiones asiáticas son los mayores productores.
Tenemos tesoros a nuestro alrededor, sólo hay que verlo todo con alma inquieta y curiosa.
