Hemos dado buena cuenta del vino tinto y el rosado, pero toca embotellar si queremos conservar en buen estado el poco que queda hasta la llegada del vino nuevo. Como ya se sabe, el oxígeno libre en una barrica es uno de los enemigos del vino, pues hace que fermente con el alcohol que contiene debido a un género de bacterias conocidas como acetobacter, y poco a poco parte de ese alcohol se convierte en ácido acético, es decir, lo que vulgarmente conocemos como «vinagre». Yo también elaboro vinagre, pero en este caso cada cosa para lo que es: el vino para beber y el vinagre para las ensaladas, o para regar un rodaballo a la gallega con una buena allada.
Con el embotellado reducimos notablemente el oxígeno libre en contacto con el vino, y así se nos conservará más tiempo que en el barril. Otra opción es añadirle una dosis de bisulfito de potasio, pero yo no recurro a él porque este vino no se almacenará mucho tiempo. Las bodegas industriales lo utilizan siempre, porque es la única forma que tienen de asegurar que el vino se mantenga sano y no se infecte con bacterias acéticas; si echas una visual a cualquier botella de vino que hayas comprado, verás que en alguna parte de la etiqueta pone «contiene sulfitos». De momento, no se ha hallado otro método para evitar la oxidación de los vinos durante el almacenamiento prolongado.
Y con la nueva cosecha (allá para el mes de octubre) disfrutaremos del vino nuevo, y si sobró algo del viejo pues lo añadiremos al pote para elaborar el aguardiente de hierbas. Los racimos ya están ahí, asomando tímidamente, pero estamos expectantes debido a este tiempo tan variable en el sur de Galicia, con lluvias y calor, que son ingredientes perfectos para que se propaguen las enfermedades fúngicas.
Por si acaso, toquemos madera.