El lobo, eterno proscrito, animal mítico donde los haya, el ibérico denominado científicamente Canis lupus signatus, vive en paisajes muy diversos, muchos de ellos habitados a la fuerza ante la presión del hombre u otras manadas de lobos.
El biotopo típico de esta especie suele presentar tres características esenciales: primero, protección frente al ser humano, su único enemigo, con el que comparte la condición de superdepredador; segundo, disponibilidad de alimento; y tercero, cobijo seguro para asegurar la crianza y descendencia. Con estas variables, cabe suponer que son las zonas arboladas o con denso matorral las elegidas por el carnívoro para instalarse, siempre más o menos próximas a montes donde abunden las reses cinegéticas o el ganado doméstico.
En las zonas del norte ibérico, en efecto se prodigan los bosques y prolifera el ganado, en estas condiciones el lobo está a sus anchas. Y se da, asimismo, la circunstancia, bien comprobada por los científicos mediante el uso de cámaras-trampa, de que un buen número de lobos se ha especializado en conseguir comida fácil visitando basureros próximos a pueblos y ciudades, donde comen desperdicios y persiguen a las ratas. Otros, en cambio, parecen inclinarse por las carroñas, por los animales que mueren en el campo por causas naturales.
El lobo demuestra así su condición generalista, su adaptabilidad y también su astucia, un don de la naturaleza que algunos dogmáticos –como el célebre etólogo Konrad Lorenz– se han atrevido a calificar de auténtica inteligencia.
En cuanto las necesidades de espacio por parte de las manadas, los estudios realizados señalan que el tamaño medio de las áreas de campo oscila entre los 100 y los 900 kilómetros cuadrados, cifras que se reducen considerablemente en los periodos de cría tras el nacimiento de los lobeznos.
Muy interesante