Boletín ASOCAE: «Un Modelo Cosmológico Universal»

Resumen del Boletín 003/09
Sección Ciencia y Tecnología
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«Las ciencias tienen las raíces amargas,
pero muy dulces los frutos»

Aristóteles

Cuando tuvimos conocimiento de las teorías cosmológicas del astrofísico ruso Nikolai A. Kozyrev, ya fallecido en 1983, sencillamente nos quedamos boquiabiertos. Lo increíble, es que sus investigaciones -y también las de sus seguidores– han permanecido ocultas durante todos estos años por la férrea opacidad de la antigua Unión Soviética. Si sus trabajos se confirman, la Teoría de la Relatividad de Einstein sería un simple ensayo de aprendiz comparado con lo descubierto por Kozyrev: un Modelo Cosmológico aceptable universalmente, algo que ya entre los sabios y filósofos de la Antigüedad constituía un debate de primer orden. Sólo ahora, tras la caída del Telón de Acero, hemos podido acceder a esa información, y especialmente a través del libro The Divine Cosmos, de David Wilcott.

El tema está candente en Internet, pero sólo en un ámbito científico muy privado, de aficionados a la Astronomía y de aquellos que no dan todo por sentado, que «piensan», divagan y no se conforman, pues aunque parte de la teoría de Kozyrev pueda demostrarse científicamente, tiene sin embargo una vertiente de misticidad que seguro aterroriza a los científicos reputados y mediáticos, los cuales se abstendrían de hacer valoraciones en público en el sentido de lo que afirmó este físico ruso -aunque lo suscriban–, por temor a ser calificados de visionarios.

Nosotros, no podemos por menos que aconsejar a los lectores que no dejen de leer el libro (lamentablemente aún no ha sido editado en español), asegurándoles que no se quedarán indiferentes. Por lo pronto, haremos en este número una introducción al Modelo de Kozyrev, sin descartar profundizar más seriamente en números posteriores.

Nikolai A. Kozyrev

Para que la figura de Kozyrev no quede en entredicho nada más comenzar la explicación a los lectores de en qué consisten sus descubrimientos, imaginemos primero que nos remontamos a la época de los antiguos griegos, cuando éstos se preguntaban cuál podía ser la naturaleza de esa energía que cargaba a determinados objetos, por ejemplo una prenda de lana, y que a su contacto erizaba el vello o atraía una hoja de papel. Hoy la electricidad estática es un fenómeno ampliamente estudiado y no nos sorprende cuando, por ejemplo, al apearnos de un vehículo recibimos una desagradable descarga eléctrica al tocar el chasis, pues conocemos el fenómeno y, la mayoría, las razones técnicas que lo producen.

Imaginemos ahora que alguien de la época describe una hipótesis sobre el funcionamiento de esas fuerzas (la electricidad estática), y más aún, afirma que tal energía convenientemente canalizada puede conseguir que nuestra voz e imagen recorra el éter y pueda ser oída y vista instantáneamente a miles de kilómetros al otro lado de la tierra. Al momento, se le calificaría como un perturbado mental y sus teorías y persona quedarían desacreditadas.

Hoy en día, gracias a la perfecta unión de la electrostática y el electromagnetismo gozamos de la radio y la televisión, y no es necesario hacer una retrospectiva hasta la antigüedad griega, pues nuestra tecnología actual es algo que ya constituía ciencia ficción hace menos de 200 años.

Kozyrev bien podría ser ese personaje de la Antigüedad, pero en nuestros días, que describe una teoría descabellada para nosotros, pero que pasado el tiempo suficiente se le reconocería como un adelantado, y no como un perturbado visionario. Esa es la cuestión que nos interesa del lector, la de una mente abierta a las teorías de Kozyrev, cuyos trabajos han sido considerados por otros científicos que continuaron su labor.

Kozyrev descubrió una materia invisible, un fluido, el «éter», muy tenue y elástico, a partir de la cual se forma toda materia física. Sobre el éter, como fuente de energía universal, ya debatieron filósofos como Platón y Pitágoras, incluso dando detalles de qué estaba compuesto; los escritos védicos de la antigua India también se refirieron a esa energía misteriosa, con nombres como «prana», «Akasha» y otros; los orientales le llaman «chi» o «ki», y se enfatiza en que es capaz de interactuar con el cuerpo humano, y favorecer determinadas prácticas, como la acupuntura. Pero aún más, aunque aparentemente adolezca de rigor, los supuestos herederos de esas tradiciones secretas serían capaces de aprender a manipular esta energía, para conseguir por ejemplo la curación instantánea, la levitación, la teletransportación, la manifestación extracorpórea o la telepatía.

En la actualidad la existencia del éter ha sido descartado, y en su lugar se impusieron otras teorías que intentan explicar la propagación de la luz en el vacío. Pero, para Kozyrev esa energía no visible existe y puede demostrarse. Su secreto, que cambia por completo la compresión que actualmente tenemos del Universo, ha sido celosamente guardado por los soviéticos.

La teoría del éter propugnaba que, al igual que existe un medio para la transmisión del sonido (el aire), y el movimiento de las olas (el agua), igualmente debería existir un medio para el desplazamiento de la luz, el cual se vino en llamar «éter». Hasta principios del pasado siglo XX se aceptaba la existencia del éter en algunos círculos científicos, pero el experimento Michelson-Morley de 1887 intentó desarmar esa teoría, y constituyó con posterioridad la base para la teoría de la relatividad de Einstein.

Sin embargo, recientemente se han descubierto indicios de que «algo» podría haber, que podemos llamar éter o de otra forma, como «materia oscura», «flujo de vacío», «partículas virtuales», «energía cero», etc. Sea como sea, muchos científicos actuales postulan que debe existir algún medio energético oculto a lo ancho y largo del Universo. Los científicos más reacios a utilizar en público la palabra maldita «éter», la disfrazan con sinónimos más benignos al oído de los incrédulos, tales como «medio cuántico», que suena muy técnico y menos místico.

Uno de esos indicios o pruebas en favor de la existencia del éter, vino de la mano del Dr. Hal Puthoff (Universidad de Cambridge), el cual hizo un experimento consistente en aislar los instrumentos completamente del ambiente, introduciéndolos dentro de la llamada jaula de Faraday (un espacio eléctricamente aislado de cualquier fuente energética). Posteriormente, se sometió el espacio en pruebas al vacío, liberándolo completamente del aire libre, y por último se enfrío hasta el cero absoluto (-243 ºC), momento en que toda la materia deja de vibrar y por tanto no produce energía en forma de calor.

El experimento demostró que, en vez de ausencia total de energía, que es lo que se esperaba que ocurriese, existía sin embargo una gran cantidad de ella, cuyo origen o fuente no era de naturaleza electromagnética, como también cabría de esperarse. El Dr. Puthoff llamó a esta energía desconocida «energía de punto cero», pues curiosamente existía a nivel del cero absoluto de temperatura, en la cual no se darían las condiciones físicas adecuadas para manifestarse ningún tipo de energía de las conocidas actualmente.

Recientemente, se hicieron cálculos sobre esta energía de la mano de físicos como John Wheeler y Richard Feynman, que afirmaron: «La cantidad de energía de punto cero manifestada en el volumen espacial de una sola bombilla, es lo suficientemente poderosa como para llevar los océanos de todo el mundo al punto de ebullición». Se trataría pues de una energía extremadamente poderosa, aunque nuestras máquinas actuales no la adviertan en toda su extensión, y que tendría la potencia suficiente para mantener la existencia de toda materia. Sencillamente ¡¡asombroso!!

Ya en el siglo XIX, un genio llamado Nikola Tesla, declaró en referencia a la supuesta existencia del éter, que «se comporta como un fluido para los cuerpos sólidos, y como un sólido a la luz y el calor», afirmando que con un voltaje y frecuencia suficientemente alto, podría accederse al dominio de esta energía, y que las tecnologías de anti-gravedad podrían transformarse en una realidad.

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