Por Juan Manuel Olarieta Alberdi
[Biografía resumida]
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Los peones de Rockefeller en París
Después de la II Guerra Mundial, en Europa occidental los estadounidenses imponen sus concepciones de la misma manera que sus armas nucleares y su sistema monetario. La ciencia no marcha separada de la fuerza bruta, como han demostrado las investigaciones de John Krige, la más reciente de las cuales se titula “La hegemonía americana y la reconstrucción de la ciencia en la Europa de la posguerra” (428). La ciencia de la posguerra formó parte del Plan Marshall, de modo que unos científicos cobraban en dólares mientras otros apenas podían sobrevivir. Por ejemplo, el CERN (Centro Europeo de Investigación Nuclear) fue un proyecto estadounidense destinado a evitar que los investigadores europeos resultaran atraídos por la URSS, como había sucedido en 1929. Además, en 1945 existía un gran número de científicos comunistas de enorme prestigio en el continente cuya influencia había que neutralizar. En Francia el CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas) estaba dirigido por Georges Teissier que reunía en su persona todas las contradicciones del momento: militante del partido comunista, cuñado de Monod y partidario del mendelismo. Por su parte, el Instituto de biología físico-química había sido fundado por Rothschild en 1927 y financiado por Rockefeller desde los años treinta del pasado siglo.
En 1948, con dinero de Rockefeller, compran unos solares cerca de París, levantan los edificios, instalan los laboratorios y también aportan su equipo de científicos incondicionales, formados en California junto a Morgan y sus moscas. En Francia no se encuentran mendelistas que no estuvieran becados por su fundación; Philippe L’Héritier (1906-1990) fue otro de ellos. Uno de los más importantes genetistas de la posguerra francesa fue Boris Efrussi. Nacido en Moscú, Efrussi (1901-1979) había huido de la revolución dos años después de que estallara, instalándose en Francia, desde donde se trasladó a California en 1934 para trabajar con Morgan becado por Rockefeller. Luego regresó a Francia para impulsar allá las nuevas teorías mendelistas. En 1958 el laboratorio de Efrussi se convirtió en el Centro de Genética Molecular. Por lo demás, Efrussi fue el primer catedrático de genética de la Sorbona.
Rockefeller movía los hilos de la ciencia en Europa. Además de mercancías, Europa importaba la ideología de Estados Unidos, caracterizada por el reduccionismo y el mecanicismo más groseros, que se realimentaban con su propio éxito. Algunas técnicas de investigación aplicadas en física también resultaron fructíferas en biología molecular. El descubrimiento en Suecia en los años treinta de la centrifugación y la electroforesis (429) acabó con los últimos vestigios de la teoría de los fluidos: logró descomponer las complejas moléculas orgánicas, acercando así la biología a la física. A comienzos de los años cincuenta el descubrimiento de la forma de la molécula de ADN por Watson y Crick fue posible gracias al empleo de instrumentos avanzados de cristalografía de rayos X. Paul Zamecnik logró identificar los ácidos del núcleo de las células utilizando las técnicas físicas de partículas radiactivas. Las marcaba mediante isótopos radiactivos, las centrifugaba y luego las detectaba mediante los contadores finos de centelleo utilizados para medir la radiactividad. Pero la física acabó deslumbrando a los biólogos con sus potentes métodos; los medios se convirtieron en fines. Al respecto ha escrito Santesmases:
Los desarrollos tecnológicos que se habían producido al amparo de la guerra marcaron las pautas de su aplicación en las investigaciones sobre las ciencias de la vida, por medio de esas políticas que se diseminaron por Europa a través de la oficina económica del Plan Marshall, la OECE -luego OCDE-. Las nuevas tecnologías hicieron algo más que eso, no sólo se diseminaron técnicas, instrumentos y sistemas experimentales en vías de diseño provistos de nuevos dispositivos, diseminaron su propio lenguaje. El ADN se convirtió en un idioma, y esto fue así porque la biología molecular asumió como propio el que se había creado para nombrar a los productos del cálculo automático, que produjo máquinas capaces de acumular información y transmitirla. La investigación biomédica experimental se encontró con una visión del organismo y de las moléculas como almacenes de información y sistemas de recuperación de esa información. Gracias al desarrollo de la cibernética, de los ordenadores y de las tecnologías de la información nuevas máquinas generaron nuevos lenguajes que se adaptaron al creciente conocimiento genético incluso antes de la descripción de la estructura de hélice doble de la molécula de ADN por James Watson y Francis Crick en 1953. El matemático húngaro emigrado a Estados Unidos, John von Neumann, el también matemático del Massachusetts Institute of Technology Norbert Wiener y el fisiólogo de Harvard Claude Shannon contribuyeron a introducir el lenguaje de esas nuevas tecnologías en el vocabulario de las ciencias de la vida desde la inmediata posguerra. Von Neumann escribió un artículo en que describía a un autómata autorreplicante, una máquina que podría construir otra igual a sí misma si disponía de instrucciones. El mecanicismo resultaba nuevamente alimentado por el desarrollo técnico y aplicado a las interpretaciones sobre los fenómenos vitales […] Los contactos personales de von Neuman y Wiener con experimentadores de la biología y la fisiología se encargaron de adoptar tan sugerente exposición de lo que hoy ha llegado a aceptarse como el funcionamiento de los genes. Ellos llevan escrito el libro de la vida, almacenan la información genética que con algunas sustancias capturadas del medio le permitirían reproducirse y sintetizar otras que darían lugar al organismo completo. Francis Crick usó este lenguaje por primera vez en 1957, cuando se refirió al flujo de información genética del ADN a las proteínas y forma parte hoy del vocabulario (idioma) habitual de la biología molecular y de la genética. Fueron los instrumentos técnicos matemático-físicos los que aportaron ese lenguaje y lo convirtieron a su vez en generador de pensamiento y de nuevos experimentos (430).
Monod fue uno de los principales introductores de la genética formalista en Francia en la posguerra mundial. Era un clon científico surgido de la factoría que Rockefeller, Weaver y Morgan tenían en Pasadena. Su madre era norteamericana y en 1936 Boris Efrussi le consiguió una beca de la Fundación Rockefeller para trabajar en el laboratorio de Morgan (431). Monod es uno de los apóstoles del micromerismo, de la “cibernética microscópica” y de lo que él califica de “método analítico”. Como para Weaver, para Monod las personas somos “máquinas químicas” y la biología no se rige por la dialéctica de Hegel sino por el álgebra de Boole, como los programas informáticos (432).
En 1948 los imperialistas necesitaban a personajes como Monod en Francia, entonces un desconocido, para imponer sus concepciones mendelistas. Monod trasladará el mecanicismo de Wiener y Weaver desde Estados Unidos a su “filosofía natural de la biología” en Francia, aunque se inició en la investigación de un fenómeno calificado como lamarckista: la adaptación enzimática, ya que se trataba de una biosíntesis inducida por el medio. Aunque durante la época vichysta se afilió al Partido Comunista para luchar contra los nazis, dimitió nada más conocer los resultados del debate soviético de 1948. Luego estuvo entre los científicos que se prestaron a colaborar en la campaña de linchamiento contra Lysenko desde la revista Combat. En 1970 publicó su libro “Azar y necesidad”, un éxito de ventas, en donde ataca al marxismo y a otras corrientes filosóficas después de caricaturizar y tergiversar sus postulados (433). Ese mismo año, además de su libro, también escribió el prólogo para la traducción al francés de la obra de Jaurés Medvedev contra Lysenko. Con contribuciones políticas de esa naturaleza no es de extrañar que le obsequiaran con el Premio Nóbel de Medicina en 1965.
Como Schrödinger, Heisenberg y tantos otros científicos, la biografía y la obra de Monod ilustran claramente el papel de los científicos en la sociedad contemporánea. Las aportaciones de los tres a sus respectivas disciplinas son de primera línea y les han granjeado un prestigio más que justificado. Sus experimentos fueron concebidos y ejecutados con el rigor y la meticulosidad característicos de la argumentación científica. Pero los científicos vienen demostrando que no son científicos las 24 horas del día, ni tampoco a lo largo de su periplo vital. Una vez encumbrado, suele comenzar en la actualidad para el científico una nueva etapa de su vida: la de la explotación de su descrubrimiento, la de las conferencias y libros que, muchas veces, no sólo versan sobre su especialidad sino sobre cualquier materia, sobre todo lo divino y lo humano. ¿Qué es la vida? ¿Qué es el hombre? ¿Qué es el azar? Los científicos están en su derecho de opinar sobre tan trascendentales asuntos, pero otra cosa es que eso tenga alguna relación con la ciencia. En genética, los descubridores de la estructura de la molécula de ADN, Watson y Crick, son un buen ejemplo. Su famoso artículo sobre la doble hélice se condensa en apenas un folio y medio. Lo redactaron cuando aún no habían cumplido los 30 años y, desde 1953, no han vuelto a realizar ninguna otra aportación a su disciplina. Sin embargo, se han empeñado en escribir numerosos libros y pronunciar conferencias cuya relación con la ciencia es remota. Se trata de simples opiniones personales, muchas de ellas mezcladas con afirmaciones religiosas harto discutibles y discutidas que por su racismo y homofobia han desatado un legítimo rechazo en amplios sectores sociales. Como sucede con cualquier persona, una cosa es lo que el científico hace y otra lo que dice. Cristóbal Colón “descubrió” América pero creyó haber llegado a la India. Incluso dentro de su misma especialidad, es muy frecuente que el científico no sea capaz, por su propia formación ideológica, de articular un discurso sobre lo que efectivamente hace porque sus conceptos básicos son erróneos, o simplemente carece de ellos. En sus exposiciones los científicos se conducen con una superficialidad que jamás se hubieran permitido en ningúno de sus artículos científicos, normalmente de tipo telegráfico. Sin embargo, lo mismo que Newton, Laplace o Lamarck, Monod tiene la pretensión de articular toda una nueva “filosofía de la naturaleza”, es decir, una teoría general de la biología que le desborda, incapaz de resistir la más leve crítica. Todos los títulos científicos de Monod son insuficientes para salvar una obra tan pretenciosa como “Azar y necesidad”. No obstante, hay que reconocer que lo verdaderamente relevante de ese ensayo es que contribuye a deslindar a los mendelistas franceses de los anglosajones porque expresa que la biología requiere ir mucho más allá de los estrechos cauces en los que viene moviéndose. Que el intento resulte estrepitosamente fallido no signica que no deba volverse a intentar.
Como todos los enemigos de Lysenko, Monod también es un eugenista radical que no oculta sus verdaderas pretensiones. Según él, después de dominar el entorno, al hombre no le queda otro adversario que él mismo, una guerra interna dentro de la especie humana, desconocida entre los animales, que es uno de los principales factores de la selección natural. Aplaude los genocidios ancestrales porque han favorecido la expansión de los humanoides más dotados de inteligencia, voluntad y ambición. La parte cultural del hombre no pudo influenciar ese costado animal que el hombre lleva dentro. Pero ahora la parte cultural se ha impuesto y la selección natural ya no puede realizar su tarea: el único medio de mejorar la especie humana es el de realizar “una selección deliberada y severa” (434). Ya no se trata de la selección “natural” sino de la “artificial”, de reintroducir en la sociedad moderna lo que la naturaleza había venido realizando antaño de forma espontánea. A lo que ya no se atreve Monod es a concretar los medios por los cuales hay que proceder a ello. Las cámaras de gas estaban muy recientes.
El nombre de Monod está estrechamente relacionado con el de François Jacob, autor del libro “La lógica de lo viviente”, en donde defiende idénticas posiciones micromeristas y reduccionistas: “Toda la naturaleza se ha convertido en historia, pero una historia en la que los seres son la prolongación de las cosas y en la que el hombre se sitúa en el mismo plano que el animal” (435).
En Francia la guerra contra Lysenko no se ha agotado nunca, generando una colección de infraliteratura del más bajo nivel. Otro anticomunista feroz, Denis Buican, rumano exiliado en Francia, también biólogo, publicó dos libros contra Lysenko en 1978 y 1988, contra el que ya había abierto varias campañas en las universidades de su país en la posguerra. En sus obras la exageración no encuentra límites. Para Buican el lysenkismo sobrepasa los asuntos más feos de toda la historia del conocimiento humano, incluso por encima de la más negra Inquisición de la Edad Media. El maniqueísmo propio de la guerra fría no se había acabado para un resentido como él: mientras Vavilov era el Galileo soviético, Michurin no era más que “un jardinero medio sabio” (436). Poco después los hermanos Kotek publicaron en Bélgica una nueva obra con la grotesca pretensión de aportar lo que califican como un “esquema de interpretación sico-política” en la cual se refunden los tópicos más vulgares de la guerra fría (437). El 8 de abril de 1998 aún se celebraba un coloquio en París sobre el asunto de Lysenko protagonizado por algunos de los supervivientes de aquellas viejas polémicas de la guerra fría de la que no acaban de apagarse los rescoldos.
Otro de los más conocidos ataques contra Lysenko es el que lanzó en 1976 el filósofo Dominique Lecourt, un discípulo de Althusser, quien le prologó su libro. La diferencia entre Lecourt y cualquier otro crítico de Lysenko es que él pretendía hacerse pasar por marxista, igual que su padrino Althusser. Otra diferencia importante es que Lecourt no escribe al dictado de los imperialistas sino de los revisionistas soviéticos. Fueron ellos los que en la época de Breznev le encargaron la redacción de su libro dentro de la campaña de desestalinización y de crítica del “culto a la personalidad”. A pesar de su éxito en determinados medios seudomarxistas, el libro de Lecourt, como él mismo reconoce, no aporta nada nuevo. Se apoya en la obra de Medvedev (439) y Joravsky (439) y resulta tan incalificable como ambas. El propio Medvedev reconoció que su libro contra Lysenko no era una obra de historia, sino “un desesperado llamamiento para atraer la atención del público hacia la situación en que se encontraba la biología soviética” (440). No pretendió ningún rigor de análisis sino difundir un panfleto que luego los demás han reconvertido en fuente historiográfica de solvencia.
Un sedicente “marxista” como Lecourt pone el acento de su crítica contra Lysenko en las afirmaciones de éste acerca de la existencia de dos ciencias. Ésta era una manera incorrecta de plantear la polémica por varias razones. La primera porque daba a entender que sólo existían dos bandos en liza, lo cual era erróneo y suscitó quejas por la adscripción de unos y otros en la facción que consideraban que no les correspondía. La segunda porque Lysenko no era una alternativa al mendelismo. Pero sobre todo, había una tercera razón, la más importante: porque pretendía la existencia de una ciencia burguesa y una ciencia proletaria. No obstante, era una expresión muy característica entre los marxistas en aquella época, consecuencia de la influencia del empiriocriticismo y de proletkult. Como el positivismo tiene una acepción muy restringida de la ciencia, expulsa fuera de ella todo aquello que no encaja dentro de sus estrictos límites. Por lo demás era una expresión que ya utilizó el biólogo francés Le Dantec a comienzos del siglo XX para referirse al lamarckismo y al darwinismo como “dos tendencias en la biología” (441) y se puede leer también en opositores de Lysenko, como B.M.Zavadovski. Lo que diferencia a Althusser y su discípulo Lecourt de Lysenko y de los verdaderos marxistas es que éstos no separan la ideología de la ciencia y, en consecuencia, reconocen la lucha ideológica dentro de la ciencia y desenmascaran el oscurantismo y la superchería que la burguesía trata de pasar de contrabando bajo etiquetas aparentemente científicas. No existen dos ciencias diferentes; la ciencia no tiene una naturaleza de clase, pero Le Dantec, Lysenko y Stoletov hablaban con propiedad cuando se referían a “dos tendencias” opuestas dentro de la biología. Ese es el sentido exacto de su concepción y no lo que Lecourt pretende.
El énfasis de Althusser y Lecourt contra las dos ciencias quiere convencer de que en biología no hay más ciencia que el mendelismo y derivados posteriores: “Hoy nadie trataría de disputar a la genética mendeliana los títulos que varios decenios de experimentación sistemática le han otorgado con toda evidencia: esta doctrina no es una teoría aventurada y discutible, sino a todas luces la piedra angular de una ciencia universalmente reconocida” (442). Todo empieza y acaba justamente ahí. Lo demás, Lysenko especialmente, es pura ideología y la ideología es algo completamente distinto de la ciencia, si no enfrentado a ella. En Weismann, Mendel y Morgan no hay ideología. Posiblemente también Marx estuviera equivocado al encontrar ideología en la economía política de Adam Smith o David Ricardo; por tanto, también se equivocó al comenzar su obra por la crítica de esas concepciones ideológicas prevalecientes dentro de la economía política de su época.
A los revisionistas franceses y soviéticos no les gustó nunca Lysenko porque la esencia del reformismo consiste en claudicar y hacer concesiones, tanto en el terreno político como en el ideológico. Como en el caso de Stalin, Lysenko les sirvió de coartada para encubrir el fracaso de sus reformas económicas. En la URSS la cosecha máxima de 1958 nunca pudo ser igualada y a partir de 1964 comenzaron las importaciones de trigo desde Estados Unidos y Canadá. Ahora bien, si los éxitos agrícolas no tuvieron su origen en Lysenko, tampoco podemos pretender atribuir los fracasos al comienzo de su linchamiento sino a la desorganización introducida por las reformas de Jrushov y, muy especialmente, a la privatización de los medios de producción agrícolas. Pero no está de más comprobar que ambos acontecimientos coinciden en el tiempo y que hubo buenas razones políticas para establecer entre ellos una relación de causa a efecto, aunque fuera saltando varias décadas por encima de la historia.
Los imperialistas en el oeste y los revisionistas en el este también fueron capaces de ponerse de acuerdo en su fobia contra Lysenko, cuya marginación en su propio país es ilustrativo narrar, ya que la campaña de linchamiento incide con especial énfasis en su estrecha vinculación con Stalin. La pretensión es la de sostener que las aberraciones seudocientíficas de Lysenko sólo son explicables en el contexto de las aberraciones políticas de Stalin, de que las unas van ligadas a las otras. No obstante, que Lysenko no fuera destituido de sus funciones sino una década después del XX Congreso muestra a las claras que no existía ese vínculo político tan estrecho entre él y Stalin. A pesar de la crítica contra Stalin iniciada por Jrushov a partir de 1956, Lysenko se mantuvo en su puesto y, de hecho, permaneció activo hasta su muerte en 1976. El cambio político no le afectó en absoluto. Es cierto que en 1956 no fue elegido para la presidencia de la Academia, pero también lo es que volvió a ocupar su cargo en 1961 durante otros cinco años y, sobre todo, que estos cambios no tenían que ver con los vaivenes políticos y económicos sino con las modificaciones introducidas por el nacimiento de la era atómica o, mejor dicho, con el aprovechamiento oportunista que los genetistas convencionales soviéticos supieron hacer de esos cambios.
Una nueva era tecnológica había aparecido irreversiblemente en 1945, ante la cual las concepciones de Lysenko, ligadas a la agricultura, parecían una antigüedad remota. La sociedad soviética también había cambiado; en 1948 la URSS ya no era un país rural y campesino sino urbano e industrial, capaz de hacer estallar una bomba nuclear e incapaz de prever sus consecuencias contaminantes sobre la salud y el medio ambiente. Los genetistas enfrentados a Lysenko maniobraron para demostrar que sólo ellos eran capaces de diagnosticar y tratar los efectos de las radiaciones atómicas. Lysenko no tenía nada que decir en radiobiología y sus enemigos abrieron una campaña de presión sobre los peligros de la radiactividad y los residuos nucleares, comprometiendo en ella a los físicos que trabajaban en los laboratorios sometidos, pues, al peligro. Los físicos nucleares eran la élite científica en la URSS, uno de los grupos de presión más poderosos y los mendelistas supieron estimular su susceptibilidad hacia la radiología genética, presentándose como los únicos especialistas en el asunto. En torno a Jrushov se formó una camarilla de intrigantes compuesta por Andrei Sajarov y los hermanos Medvedev (de los cuales uno de ellos, Jaurés, era biólogo). Integrantes de una selecta casta de intelectuales, los tres mantuvieron una relación personal y política muy estrecha entre sí, así como con el entonces profesor de física Soljenitsin, que luego fue más conocido como literato. El primero era físico nuclear, sobrino del biólogo Vavilov y lanzado al estrellato en época de Jrushov como “reformador”, aunque su precipitación le llevó a convertirse en uno de los disidentes más famosos de la guerra fría. Por su parte, en 1946 Alexander Soljenitsin reprochó a Stalin no haber sido capaz de llegar a un acuerdo con Hitler que evitara la guerra entre ambos países. A causa de un intento de complot fue condenado a 8 años de reclusión, una experiencia que le condujo a novelar la vida en los campos de trabajo soviéticos. Nunca ocultó sus simpatías hacia la autocracia zarista, lo mismo que hacia el franquismo. Fue rehabilitado en 1956 tras el XX Congreso por Jrushov quien, a fin de cambiar la buena imagen que Stalin tenía entre la población soviética, le recibió personalmente en el Kremlin y a partir de 1962 promocionó sus novelas sobre el gulag. El caso de Jaurés Medvedev es parecido: biólogo, empezó junto con su hermano como estrecho colaborador de Jrushov y acabó de disidente profesional escribiendo libros anticomunistas, el primero de los cuales fue precisamente sobre Lysenko. Lo mismo cabe decir de otro conocido renegado como Sajarov, también físico nuclear, que comenzó siendo “el niño mimado del Kremlin” (443) y acabó dejándose utilizar como altavoz de las campañas de propaganda del bando opuesto. Como las cosas no suceden por casualidad, también Sajarov inició su andadura de disidente como crítico de Lysenko. A Sajarov le corresponde la primogenitura de otra novedad que la guerra fría no había tenido en cuenta en su munición: que las acciones de Lysenko suben en la medida en que bajan las de Vavilov, y a la inversa. Esta formulación del problema no se le había ocurrido a nadie en 1948 hasta que la lanzó Sajarov 15 años después, momento en que la propaganda empezó a relacionar las biografías de ambos de la manera vergonzante a la que nos tienen acostumbrados.
¿Que condujo a una élite intelectual mimada por el Kremlin a renegar de su propia condición? ¿Por qué todos ellos tomaron a Lysenko como excusa para justificar sus alineamientos políticos? No son preguntas fáciles de responder dada la escasez de fuentes y la nula fiabildad de las existentes. Únicamente pueden aventurarse conjeturas cuya raíz está en los vaivenes de la dirección del PCUS en aquellos momentos, provocados por la amenaza de una nueva guerra devastadora, atómica, cuando aún no se habían apagado las llamas de la anterior. En 1956 el XX Congreso del PCUS encandiló a los físicos y, naturalmente, a los enemigos de Lysenko. Jrushov dio alas a quienes, como los intelectuales y los especialistas, querían un retorno rápido al capitalismo, abriendo un proceso de cambio que no supo cerrar, ni él ni ninguno de los que le siguieron. Pero la situación política interior se demostró muy oscilante porque las reformas de Jrushov naufragaron en casi todos los terrenos, a pesar de las numerosas concesiones ofrecidas. Su fracaso, tanto en el plano internacional (distensión) como en el interno (crisis agrícola) se observó muy rápidamente. Su exponente más claro fue el levantamiento de Hungría pocas semanas después del XX Congreso del PCUS. Las novedades de Jrushov llevaron a la URSS al borde de la quiebra, hasta el punto de que no tardó en enfrentarse con importantes sectores sociales, incluido el propio Partido Comunista. Se vio sometido a un fuego cruzado y, como en tantos otros problemas, no supo maniobrar más que con torpeza, de manera balbuceante y demagógica, iniciando un enfrentamiento solapado con los intelectuales derechistas casi desde su misma llegada al poder en 1956. Una parte de los escritores, especialistas, científicos y técnicos apoyaban los cambios pero querían más y utilizaron a Lysenko para probar hasta dónde llegaban las verdaderas intenciones de Jrushov. En 1955 hubo una petición colectiva de 300 científicos exigiendo la destitución de Lysenko y Oparin de sus cargos. Ganaron la primera batalla. Lobanov, un michurinista, sustituyó a Lysenko de la presidencia de la Academia en abril de 1956 y V.A.Engelhardt también logró relevar a Oparin. Los mendelistas creyeron que aquello era el principio del fin de Lysenko y de lo que Lysenko simbolizaba para ellos, pero se equivocaron. El alzamiento húngaro obligó a Jrushov a retroceder. En tres discursos pronunciados en 1957 Jrushov tuvo que expresar su apoyo a Lysenko. Las cosas marchaban mucho más despacio de lo que los mendelistas esperaban, e incluso también padecieron algunos reveses. En 1958 perdieron sus puestos en la redacción de la “Revista Botánica”, la de Dubinin del Instituto de Citología y Genética de Novosibirsk, así como la de Engelhardt, presidente de la división de biología de la Academia. Ni unos ni otros quedaron satisfechos.
Pero en 1957 se produjo la catástrofe nuclear en Cheliabinsk, uno los accidentes ecológicos más graves de la URSS. Un almacén de residuos nucleares provocó una reacción en cadena, causando una especie de erupción volcánica contaminante que inundó una región de unos 2.000 kilómetros cuadrados. El viento esparció las nubes radiactivas aún más lejos, afectando a decenas de miles de personas. Fueron trasladadas a hospitales, pero ningún médico sabía cómo proceder en un caso de esa naturaleza. Al año siguiente el gobierno soviético suspendió todas las pruebas nucleares que tenía previstas, aunque por poco tiempo. Entre los científicos se dispararon las alarmas, adquiriendo plena conciencia de los riesgos de la energía nuclear. Las presiones de los físicos lograron modificar los protocolos de manipulación de sustancias radiactivas, imponiendo controles más estrictos. En 1963 se firmó el Tratado de No proliferación Nuclear con Estados Unidos, verdadero ejemplo de lo que significaba la colusión entre ambas potencias: el Tratado les obligaba al desarme, y eso fue lo que nunca cumplieron; quedaba la otra parte, cuyo cumplimiento trataron de imponer a todos los demás países del mundo: que no podían dotarse de las mismas armas que ellos ya disponían. En fin, una especie de contrato con responsabilidades sólo para quienes no lo redactaron.
En febrero de 1964 Jrushov vuelve a defender a Lysenko en un discurso pronunciado en una reunión del Comité Central; glosa la importancia de sus aportaciones a la agricultura e incluso se responsabiliza personalmente por haber recomendado el empleo de los métodos lysenkistas en algunas cooperativas. Según Jrushov, las cooperativas que habían seguido los métodos lysenkistas habían obtenido más rendimientos que las otras. Para los apegados al esquema de la guerra fría el discurso no dejaba de resultar sorprendente: resulta que 16 años después de la “brutal imposición” del lysenkismo en la URSS aún existían cooperativas que no seguían sus métodos, a pesar de las recomendaciones del todopoderoso secretario general del Partido Comunista… Nueve meses después el todopoderoso secretario general había sido destituido de sus funciones y los motivos radicaban precisamente en la crisis agrícola del país. Cayó Jrushov pero no cayó Lysenko. No obstante, la veda se había abierto y comenzaron las críticas periodísticas. En 1965 la Academia inició una investigación sobre sus actividades. Era el principio del fin. El 4 de febrero Pravda publicaba un artículo elogiando a Vavilov y una semana después Lysenko fue destituido de su cargo de presidente de la Academia.
Los argumentos aducidos por la Academia para destituirle, reproducidos con ligeras variantes por Pravda, el diario del Partido Comunista, fueron varios de los que han circulado por los países capitalistas. En el más puro ambiente de la época en la URSS, el comunicado decía que Lysenko se había aprovechado del culto a la personalidad para adoptar “medidas de presión administrativas” contra sus oponentes, que son inadmisibles en la ciencia. El comunicado continúa diciendo que las concepciones lysenkistas eran erróneas (“dogmas”, decía) y que, sin ningún motivo, Lysenko había rechazado los descubrimientos más importantes de la ciencia contemporánea, mencionando concretamente los tres siguientes:
a) la teoría cromosómica
b) las bases físicas y químicas de la herencia (genes)
c) los nuevos métodos de selección de los animales, plantas y microorganismos
Incluso el comunicado va más allá, asegurando que Lysenko había tratado de suplantar la doctrina de la evolución de Darwin con una teoría de los “saltos bruscos” en la producción de una especie por otra. También argumentaba la responsabilidad de Lysenko en el retraso de la genética y de la biología, que había repercutido en la falta de formación de los científicos soviéticos. A esa redacción Pravda añadía otros dos matices: a menudo las tesis lysenkistas no estaban al “nivel” de la ciencia actual y también repercutieron sobre la medicina. Por fin, no cabe olvidar el nuevo argumento: los perjuicios a la economía, sobre todo a la agricultura, al imponer métodos seudo-científicos. Por tanto, casi nada nuevo que antes no hubieran dicho los artífices de la guerra fría en los países capitalistas.
En un momento en el que la URSS había empezado a importar trigo del extranjero Jrushov le hizo un flaco favor a Lysenko mencionando sus logros en su discurso de febrero de 1964. En la destitución de Jrushov, según Medvedev, “el más grave de los motivos aducidos” por Suslov ante la dirección del PCUS fue su apoyo a Lysenko. No obstante, parece que, una vez más, el académico no era más que una excusa dentro de una batalla política que tenía otros componentes más importantes que los simbólicos. Ucraniano como Lysenko, en el nombramiento de Jrushov la dirección del PCUS había tenido en consideración sus supuestos conocimientos agrícolas. Pero en ningún terreno como en la agricultura las reformas de Jrushov habían fracasado de una manera más estrepitosa y un oportunista como Suslov supo maniobrar: una de las causas más importantes de la destitución de Jrushov fue la crisis agrícola y, vinculando esa crisis a Lysenko, la nueva dirección del PCUS mataba dos pájaros de un tiro; también Lysenko tenía su parte de culpa en la crisis agrícola. A partir de 1964, por tanto, los antilysenkistas tenían otro argumento más para continuar su campaña: Lysenko era responsable de la crisis agraria. Dos años después perdía su cargo de presidente de la Academia y nacía otra leyenda que se fue alimentando a sí misma: crisis agrícola, hambruna, millones de muertos. Esto sucedía en 1966 pero a los oportunistas no les importa adelantar un poco las fechas y situarla 35 años antes. Al fin y a la postre la imagen que hay que ofrecer de la URSS es la de un país en crisis permanente desde su mismo origen. Ni siquiera los reformistas más acérrimos, como Medvedev, se atrevieron a realizar ese tipo de afirmaciones, que procedían de elementos, como Suslov, considerados entre los más “duros” de la dirección del PCUS. Lo cierto es que ni los unos ni los otros se salvan del naufragio.
Cuando (casi) todo cambia hay que prestar un poco de atención a lo que no parece cambiar en ningún caso, a los refractarios a las mudanzas. En medio de aquel pulso hubo una figura política que logró sostenerse aferrado a su cargo: es el ministro de Educación Vsevolod N. Stoletov, uno de los más conocidos defensores del lysenkismo. Nombrado ministro en 1951, en época de Stalin, permaneció durante 25 años en el cargo, una especie de adaptación perfecta a un ambiente muy oscilante que Linneo calificó de Chamaleo chamaleon. Stoletov era dos veces camaleón, una como lysenkistas para llegar a ser ministro y otra como antilysenkista para seguir en el cargo.
Una de las afirmaciones del comunicado emitido por la Academia para justificar la destitución de su presidente era que Lysenko y sus partidarios habían sustituido al michurinismo con sus propias tesis. Cabía suponer, por tanto, que la nueva dirección se encaminaba a restituir al “verdadero” michurinismo en el lugar que hasta entonces había usurpado el dogmático Lysenko y los suyos. Una farsa. No sólo en la URSS; en todo el mundo el mendelismo está en su apogeo en 1966. Se celebra el centenario de Mendel, lo que permitió a los formalistas organizar un gran espectáculo dentro del telón de acero. En Checoslovaquia fue recuperada oficialmente la memoria del monje. Los revisionistas organizaron una gran conferencia internacional sobre genética en el teatro Janacek de Brno. La estatua de Mendel volvió a su pedestal. El obispo dio una solemne misa en su honor en la catedral de San Pedro y San Pablo, y en el monasterio de Santo Tomás, donde Mendel vivió y trabajó, se ubicó el Museo Mendel de Genética. Los mendelistas lograron atraerse los favores del inmunólogo Milan Haslek, antes en las filas lysenkistas, con el añadido de que en 1968 se sumó a las posiciones revisionistas de Dubcek y su primavera de Praga. Es un fenómeno que no sólo se experimenta en la URSS sino en todos los países del este, lo que demuestra que el revisionismo político va ligado al mendelismo biológico. Cuando en 1959 la República Democrática Alemana establece el Premio Darwin, todos los galardones son acaparados por los genetistas formales: Chetverikov, Schmalhausen, Timofeiev-Ressovski y Dubinin. La influencia formalista fue allá más fuerte que en ningún otro país del este de Europa, especialmente representada por el genetista Hans Stubbe. Hay quien -absurdamente- sostiene que eso fue debido a que un hijo de Carl Correns, uno de los redescubridores de Mendel, era un alto dirigente del Partido Socialista Unificado. Las explicaciones están en otra parte pero, cualquiera que fuera el motivo, las tesis de Lysenko no fueron bien recibidas en aquel país, excepto en la Universidad de Jena, donde el biólogo Georg Schneider se convirtió en su defensor. Es otro dato de la compleja y diversa vinculación de los distintos partidos comunistas con el lysenksimo.
Ni con Lysenko en el banquillo cesó la polémica. Algunos mendelistas querían más: querían la eugenesia. Medvedev lo encubre de una manera sofisticada (443b): después de 1965 la “auténtica ciencia” pudo dedicarse nuevamente a la investigación y la educación. Pero faltaba la “genética médica” y particularmente la “humana”, que había sido destruida por racista, sus investigadores detenidos, ya no quedaba ni uno con vida, etc. Por lo tanto, la genética sólo había sido rescatada “a medias”. El primer libro de la era postlysenkista en la URSS, redactado por Lobashov en 1967, aunque criticaba el racismo, “hacía afirmaciones muy positivas sobre la eugenesia”, dice Medvedev. Surgió una discusión para crear un instituto de genética humana. Al caer Lysenko, Dubinin quedó como la máxima autoridad en genética y le tomaron como nueva cabeza de turco porque no era reduccionista: reconocía que el hombre tenía un componente biológico pero que junto a él existía otro social y cultural, que es dominante respecto al primero. Como consecuencia de ello, afirmaba que aspectos humanos tales como la personalidad y el intelecto no están determinados por el componente genético sino por el ambiente social. Otros, como el propio Medvedev, opinaban que el hombre es un animal (no llega a hablar de “máquina química”) y, por tanto, la genética se le aplica por igual lo mismo que a todos los demás animales. Repitieron con Dubinin la campaña desatada contra Lysenko. Le acusaron de prohibir y perseguir la genética humana (sólo la humana esta vez). Aunque Medvedev lo encubre bajo un aspecto médico, lo que ellos pretendían era que no hubiera medicina, es decir, la eugenesia, que la selección natural pudiera realizar su trabajo de aniquilar a los tullidos, deformes y tarados de todas las especies. Por aquella época, bajo el nombre de “sicogenética”, detrás del telón de acero -especialmente en la República Democrática Alemana- también se dejaba sentir la presión ideológica que el eugenismo, con otras variantes, seguía llevando a cabo en los países capitalistas. Era la época del “cociente intelectual” y, en general, de reducción de los conceptos sicológicos a los genéticos, es decir, lo que se había logrado en biología. La siguiente estación era, naturalmente, la llegada de la patraña “sociobiológica” que en la URSS iba a suponer la sustitución de la lucha de clases por la lucha de razas o la lucha nacional, esto es, el comienzo de su propia disgregación como Estado plurinacional, la guerra civil.
Cualquier política eugénica es un instrumento de dominación, en donde los esterilizados, encarcelados o psiquiatrizados van a ser los demás, nunca uno mismo. Los eugenistas se consideran a sí mismos por encima de la mediocridad: son los demás los destinatarios de la marginación. De ahí que sea relevante consignar la experiencia del propio Medvedev, a quien en 1970 internaron en un psiquiátrico en la URSS a causa de un diagnóstico de perturbación síquica, lo que le permitió redactar otro de sus libros, titulado “Locos a la fuerza” (444). Medvedev y los eugenistas deberían saber -mejor que nadie- que en estas cuestiones hay poca ciencia y mucha fuerza, que también los presos están encarcelados a la fuerza, que no entran en sus celdas por su propio pie. Como cualquier medicina, la eugenesia debería empezar por uno mismo; quizá el criterio “científico” de los eugenistas sería otro si llevaran a cabo experimentos eugénicos sobre sus propios cuerpos. Es casi imposible contener una mueca de complicidad ante el espectáculo del policía arrestado, el juez juzgado y el psiquiatra enfundado en una camisa de fuerza. Los dialécticos saben que el remedio está en la misma enfermedad; la vacuna que cura es el mismo virus que enferma.
La colusión entre el este y el oeste no dejó huecos ni dudas. Mencionar hoy a Lysenko es llenarse la boca de adjetivos truculentos. No fue el agrónomo ucraniano quien pulverizó a los genetistas formales en la URSS sino que fueron éstos quienes borraron a Lysenko del panorama científico de una manera brutal y sin concesiones de ninguna clase. Puede decirse que fue en 1965 cuando su pensamiento y su obra fueron laminados, pero eso hubiera resultado mucho más complicado si fuera cierto el bulo de que los mendelistas estaban en el gulag. Seguían al pie del cañón como lo habían estado siempre, y los revisionistas les abrieron las puertas de par en par en la URSS.
Lysenko era un charlatán (punto).
Sus métodos no funcionaban (punto).
Su único «éxito» fue saber como adular a Stalin (punto)
Si Lysenko hubiera estado en lo cierto, ningún complot político capitalista o revisionista hubiera podido acabar con el. Sus métodos estarían usándose ahora mismo en todo el mundo. (punto y final)
Me parece repulsivo que acuséis a la genética mendealiana de ser racista y eugenista. Mucho antes de que surgiese la genética como disciplina científica ya existían ideologías racistas y eugenésicas muy elaboradas. Por mucho que los racistas intenten tergiversar la ciencia para sus fines, la genética ha demostrado la unidad esencial de la especie humana, derribando la base de cualquier tipo de racismo. la Humanidad es Una, y las diferencias en la pigmentación cutánea son irrelevantes, como el color del pelo o el color de los ojos.
Desgraciadamente no es así mi querido Juanjo, teneis que buscar la literatura apropiada en Google académico y te daras cuenta de la sorprendente verdad, el caso Lysenko fue manipulado y mitificado por la historia occidental, la nueva epigenética lamarckiana permite aseverar que finalmente Lysenko no era un charlatán, lo que si es cierto es que no se logaría una producción como la que él quería, teneis que informaros y no hablar a la ligera