LA RADIO EN LA LITERATURA: VIENTO DE ARENA

“Se puede quitar a un general su ejército, pero no a un hombre su voluntad”
[Confucio]

La presente reseña, una vez más, es fruto de la casualidad, pues no esperas que la radio te aparezca en un libro que trata un viaje aéreo realizado en la década de los veinte del siglo pasado; entonces, la radio, estaba en pañales (como la aviación), pero aunque parezca mentira, cualquier libro que compro tiene escondida, amagada, la historia de la radio, siquiera en su aspecto nostálgico.

La radio en la literatura: Viento de arena (Joseph Kessel)

Viento de arena (Joseph Kessel)

Vamos a ver lo que nos ofrece Joseph Kessel (Clara-Argentina, 10.02.1898) y que acabó siendo uno de los grandes escritores franceses del siglo XX; en 1962 fue nombrado miembro de la Academia Francesa. Al margen de sus aventuras aéreas (como la de esta novela que hoy viene a nuestra serie) fue un combatiente voluntario de las dos grandes guerras e incondicional de la Resistencia francesa en donde, seguramente, debe de haber material radial sobre este peculiar personaje.

El libro lleva por título VIENTO DE ARENA, Aventura Inédita, Barcelona 2008. Me llamó la atención su portada: en ella hay un sobre circulado del correo de la época y una marca roja PAR AVION sobre un modesto avión matrícula F-AKDY sobrevolando un oasis.
Se trata de una novela que se base en las vivencias del argentino-francés cuando se iniciaba la historia de la aviación. O más concretamente: la historia de la AEROPOSTALE que fue una línea aérea que, partiendo de Toulouse, pasaba por España, Marruecos y moría en Senegal… Posteriormente daría el salto al Nuevo Mundo y en ella inscribirían sus nombres grandes personajes entre los que destaca el autor de EL PRINCIPITO Antoine de Saint Exupéry que a fin de cuentas se inspiró en sus vuelos a través de la arena y la soledad inmensa del desierto.

Kessel realiza un viaje para narrar las epopeyas de los abnegados pilotos que tenían como misión transportar el incipiente correo aéreo de la época (hace años se realizó un vuelo similar emulando a aquellos personajes intrépidos y en donde viajó uno de mis sobres hasta Saint Louis donde fue respaldado y devuelto a mi entonces dirección de Barcelona) y las vicisitudes que pasaban en aquellos viejos cacharros.

Esencialmente es una historia del correo, pero por extensión del mundo de la aviación que complementa otras obras como las que ya hace décadas editara la norteamericana TIME-LIFE sobre el CORREO AÉREO o PILOTOS EN TIERRAS AGRESTES. Así que tenemos un ejemplar que entronca con aquellas historias y narra la experiencia vital de un polifacético personaje. Imprescindible para cualquiera que se interese por el servicio del correo aéreo y también para los españoles que pudieran estar interesados por el mundo de la entonces colonia española de Sahara-Río de Oro-Cabo Juby. Hay infinidad de detalles como los del Gobernador De la Peña, que no te dejan indiferente, aunque haya que hacerse una idea de las condiciones de vida hace cien años en aquellos desérticos territorios no exentos de peligro.

Las referencias a la radio son esencialmente en su versión UTILITATARIA, la radiodifusión como tal, prácticamente no había nacido, pero la radio ya la empleaban para enlazar con sus escalas y era la que en ocasiones les guiaba en la oscuridad de una tormenta de arena, aunque no siempre fuera factible.

Metámonos de lleno en nuestro tema. Como siempre, al final del párrafo va, entre corchetes y negrita, la página en la que se encuentra esa referencia por si alguien tiene necesidad de ello.

“Anduvo todo el día atareado inspeccionando el material y viendo al personal de radio y electricidad que se halla a su cargo en el inmenso campo de acción de la compañía Aeropostal.” [47]

“Pero aquel avión, un último modelo, llevaba a bordo un aparato de radio, y Serre había decidido pilotarlo para poner a prueba la radio durante el vuelo. Yo opté por volar en el avión estanco.” [49/50]

“Aunque de todos modos estoy convencido de que cualquier persona que no haya padecido esta intoxicación de por vida que procura tal explosión de vitalidad antes de enfrentarse al destino, tampoco habría podido permanecer insensible a aquella velada que reunía en el mismo grupo a pilotos y operadores de radio de la línea aérea.” [57]

“Cambiando de sitio al ritmo de la conversación y de los bailes, había tres pilotos: Guillaumet, Antoine y Dumesnil, y dos radiofonistas, o mejor dicho, dos radionavegantes: Ducaud y Pourchas.” [67]

“Serre le interrumpió para hacer una breve digresión informativa sobre la radio y la iluminación de a bordo, y aunque yo lo escuché con cierta impaciencia, los otros pilotos parecieron seguir sus explicaciones con un interés genuino, pues en definitiva su seguridad dependía en parte de esas cuestiones técnicas.” [71]

“-Pies sí, la verdad es que cuando estás ahí arriba –intervino Mimile, mirándome con sus ojos rasgados- ayuda bastante sentirte conectado con el mundo. Al principio estaba en contra de esos artilugios, me parecían una carga totalmente inútil. Pero estaba equivocado. Hay que admitir que hemos hecho extraordinarios progresos.

Su ingenua fe no podía siquiera prever que muy pronto, una noche, irremisiblemente perdido en medio de la niebla, él mismo, el piloto más veterano de la línea, arrastrando a Ducaud, el más veterano operador de radio, acabarían engullidos por el Atlántico y el último mensaje de su viejo amigo Pierrot sería:

-Sentimos no poder daros más información. El piloto está demasiado ocupado.” [72]
“En la proa se encontraba el asiento del piloto, y detrás, en la carlinga, donde iba ubicada la radio con los aparatos de emisión y recepción, cabía otro pasajero. Finalmente, a media altura del fuselaje se abría el portón que daba al enorme compartimento del correo. Pero como en este viaje no llevábamos, habían instalado tres asientos de mimbre.

Pourchas, el radiofonista, fue el primero en subir y se puso a comprobar sus aparatos. Serre se instaló a su lado. Y entonces vi llegar al pasajero que, junto con el inspector Amet y yo mismo, iba a viajar en el compartimento del correo hasta Agadir, la siguiente escala.” [89]

“Serre me cedió su asiento junto a la radio, desde el que se disfrutaba de mejor vista, y por él supe que Abdallah, con una mano debajo de la cabeza y la otra en la empuñadura de su daga, no se había movido durante las cuatro horas que duró el vuelo.” [99]

“-Tiznit –me gritó al oído Pourchas, el operador de radio, que acababa de mandar a todos los puestos de la línea un mensaje notificando nuestra salida. Tiznit. Y más allá, territorio insurgente.” [100]

“Fue en el momento en que Pourchas, tras quitarse los auriculares, me pasó un papel en que podía leerse.: “El Fuerte del Cabo Juby ha recibido nuestro mensaje y nos da la bienvenida.” [104]

“Le pedí a Pourchas, el operador de radio, unos auriculares y, arrellanado en la carlinga, intenté seguir en vano los estridentes mensajes que se intercambiaban en ruta encima del Río de Oro, y aquella alucinación sonora me adormeció hasta que de repente una sensación de punzante fresco me obligó a subirme el cuello de la chaqueta.” [136]

“-Mensaje del correo de vuelta… Reine salió de Port Étienne… También tormenta de arena…
Miré al radiofonista de cuya presencia me había olvidado por completo. Una capa amarilla le cubría su rostro de veinte años, pero bajo aquel maquillaje del desierto sólo se leía una única preocupación: captar la voz de su camarada.” [140]

“-Es el operador de radio –nos comentó en un francés suave e irregular-. Di órdenes de que permaneciera a la escucha hasta la llegada del correo. Pero no oye nada.
-Deben de haber recogido la antena como yo –señaló Pourchas.” [150]

“-¡Vaya vida de perros!
Y ése fue todo su comentario. Luego, por sus compañeros de vuelo –el operador de radio y un mecánico- supimos que el viento se había levantado en Saint-Louis y que Reine había cubierto dos etapas (más de mil kilómetros) volando a ras de los acantilados.” [152]

“Todos los hombres que le rodean tienen galones que conquistar o un servicio que concluir, o si no comodidades, mujeres, amigos y compañeros. Están entre iguales. Pero él, mal alojado y mal alimentado, es un ser sensible perdido entre un montón de extranjeros. Y en esas condiciones lo debe hacer todo él solo, pues es a un tiempo mecánico jefe, mecánico a secas, electricista, operador de radio.” [159]

Es todo lo que encontré sobre la radio, el libro fue escrito sobre la experiencia del autor en la década de los veinte del siglo pasado y finalizado en 1929. Por lo tanto es un documento de primera persona y sobre una etapa histórica de la aviación, el correo, los viajes o la radio que estaba en pleno desarrollo.

Pero a pesar de ello, no me resisto dejar pasar unas reflexiones que hoy, casi un siglo después, son plenamente vigentes. Kessel se anticipaba a su tiempo y quizá por eso la encontré, su experiencia, tan fresca y sugerente a pesar de esa molesta arena del desierto: incluso entiendo que ello le embriagase. Veamos estas reflexiones viajeras:

“Detrás de él podía oír a todos los esnobs y a todos los necios, a todos los seres de espíritu melifluo y a los perezosos en busca de una fórmula, y a los curiosos y a los eternos cansados, repetir: “¿Qué sentido tiene viajar? Si en todas partes encuentras la misma gente, las mismas costumbres… El mundo se ha uniformizado. La tierra se ha vuelto demasiado pequeña.” Y creo que aquella noche, en aquella habitación desde la que veía centellear bajo las estrellas del búnker de Port Étienne, mascullé en voz alta:
-¡Qué imbéciles!

… En Río de Oro había una ciudad de la que sólo se conocía su bello nombre secreto, Smara, y que probablemente iba a morir, aunque recorriera el planeta durante el resto de mis días, sin alcanzar a ver ni esa ciudad ni tantos otros lugares perdidos en mitad de las nieves, la selva o la arena en los que moran seres extraños… al pensar en todo eso no pude más que sentir una gran compasión y un sincero desprecio por todas las personas que cada día, al levantarse, nos dicen:

-La Tierra es demasiado grande.” [176/177]
“Dentro de no muchos años pocos serán los que alcancen a entender este relato, pues las máquinas voladoras serán tan rápidas y tan seguras, y los instrumentos de a bordo y su uso se habrán perfeccionado tanto, que volar en avión se habrá convertido en una apacible forma de desplazarse. Espero que entonces no se haya olvidado a los que fueron los primeros correos del desierto.”
Joseph Kessel, Cap Gris-Nez, 22 de agosto de 1929. [180/181]

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