“Los nacionalistas tienen a deshumanizar a los individuos que la conforman apelando a “la voluntad del pueblo”
[Nacho Martín]
En esta ocasión las referencias radiales las encontré en una obra que es toda una experiencia de uno de los pocos españoles que, en el aciago trienio, desempeñó un cargo no muy conocido, ni mucho menos valorado, en las antípodas.
Se trata de la experiencia vital de Manuel Bosch [Bosce en la edición original del libro cuya portada viene reproducida] Barrett que apareció en Barcelona en 1943. Alquería Editorial la ha recuperado en su colección ASTROLABI y reeditada en octubre de 2009. Lo único que sobra es el comentario que realiza Ròmul Brotons que, en cierta medida, predispone al lector hacia una visión totalmente opuesta de lo que en realidad es la obra: un testimonio de viajes e impresiones de las diferentes escalas del largo periplo que llevaron al abogado barcelonés al Tribunal Mixto que funcionaba en Port Vila [actual Vanuatu] en aquella época de condominio franco-británico.
A lo largo de sus poco menos de 200 páginas te hace reflexionar sobre hechos que, a pesar de los años transcurridos, prácticamente son inmutables en cuanto a la sensaciones. Sólo la modernidad de los edificios y esa globalización, que nos han impuesto con calzador, rompen el relato que sigue siendo vigente; al menos, en la parte que conozco del paradisíaco archipiélago y también de Nueva Caledonia aunque aquí sí es verdad que, al margen de otros hechos, la realidad es totalmente diferente en cuanto a la cotidianidad de los caledonianos [salvo los canacos que parecen no querer salir de su sistema tradicional y actúan prácticamente al margen, aunque no son tan inhospitalarios a como Bosch los relata o al menos yo no los catalogaría así puesto que, con los que contacté en cada parada de mi periplo, eran sumamente agradables en su trato y en su actitud hacia el primer español que encontraban en su vida].
La odisea de Manuel Bosch, desde su tranquila Barcelona hasta su estancia definitiva en Port Vila, es toda una lección de vida [diría de buena vida a pesar de las incomodidades de un largo viaje en barco que le llevará por diferentes puertos y en donde deambulará, a veces durante semanas] y de costumbres que todavía, en muchos casos, se parecen o están casi intactas.
Repito, sólo eliminaría el comentario del señor Brotons porque para opresión sólo tiene que darse una vuelta por la cotidianidad de estos mismos momentos [aunque seguramente él, al ser como por aquí se dice “de socarrel” no padece esa sensación: ya se sabe, no es lo mismo dar que recibir] para contexto “gris y opresivo”, la Cataluña del XXI no es un dechado de virtudes precisamente… Veamos unas cuantas perlas de una autora de “socarrel” que no comulga con lo que acontece en el triángulo del noroeste… “A los escritores contrarios al independentismo se nos aparta de los medios y de las universidades”, “El nacionalismo separatista nos ha dividido en buenos o malos catalanes”, El nacionalista no sólo no llega a desaprobar las barbaridades cometidas en su propio lado, sino que tiene una extraordinaria capacidad para ni siquiera oír hablar de ellas. [Núria Amat, EL PAÍS 02.09.2014] o como bien sentenció George Orwell: “Todo nacionalista se obsesiona con alterar el pasado…
Hechos importantes son suprimidos, fechas alteradas, citas removidas de sus contextos además de manipuladas para cambiar su significado”. Como tampoco lo fue aquel innombrable y oscuro decenio de nuestra historia ¿o debemos decir sexenio? Puesto que, calendario en mano, los desmanes, las destrucciones, las eliminaciones, etc., se iniciaron mucho antes del estallido. Pero, repito, esa parte sobra y empaña una obra que es toda una joya en la literatura de viajes y que descubrí, como siempre, dando vueltas por la librería que visito cuando realizo mi trimestral viaje al médico de siempre para una rutinaria sesión de control y recetas para una de las pandemias de nuestro tiempo: la tensión [ya no sabemos si por la buena vida o por los malos ratos que entre unos y otros nos obsequian en esta etapa de final de viaje en un mundo que en nada se parece al que habíamos imaginado; donde los más necios son los que parecen conducir el carro del destino hacia un impresionante precipicio donde, previsiblemente, volveremos a tener que padecer: “sangre, sudor y lágrimas” por citar al gran estadista británico y no tener que poner otras cosas que se avizoran y que, cómo los burros, parece que la sociedad se ha puesto las orejeras y nada quiere ver o será verdad aquella cita de Pérez-Reverte “Europa es demagoga, engreída y cobarde”]. En fin volvamos a la radio que nos produce más satisfacción y olvidemos las otras parcelas que tanto nos afectan y tanto nos preocupan en nuestro cotidiano devenir… Vamos que es más o menos como los voluntarios que se van al quinto pino “en bloque monolítico” y hacen su vida más o menos cotidiana pero apenas si han compartido el día a día con la comunidad de destino y tienen una realidad totalmente distorsionada… ¡Cuánto cambio hubo, incluso, en este terreno desde que realizara semejante actividad “en solitario” y donde el día a día lo tenías que realizar en la choza, comer con las manos, compartir los exiguos alimentos y no mirar las condiciones higiénicas para no ponerte enfermo ante la dura realidad de aquellos pobres desplazados por la violencia o la sociedad…!
Las referencias al tema radial, evidentemente, en muchos casos, aluden a las emisiones utilitarias y a la escasa actividad que las estaciones existentes tenían entonces y donde la onda corta era precisamente una de las favoritas en la radiodifusión del momento. Veamos pues lo que nos depara la radio en la literatura.
Este testimonio nos da la esperanza de ese medio libre y volador llamado radio en onda corta y que tan mal la están dejando en estos inicios de centuria en donde una década se ha llevado lo más granado de la radiodifusión internacional [o al menos en la mayoría de los países occidentales los “listos de turno” han conseguido callar las voces de periodistas e investigadores de primera mediante el resultado de endeudar (primero) a los gobiernos y después hacerles el “harakiri” que nos ha convertido en unos paganos a perpetuidad si nadie lo remedia].
Así que, una vez más, vamos a lo que nos preocupa. El mundo de la radio que aparece en unos pocos pasajes. Entre corchetes y en negrita va la página o páginas de donde se extrae la información radial.
“…los dos gobiernos co-soberanos me confiriesen el ejercicio de mi cargo entre los dos residentes, dependiendo uno de ellos de Fidji y el otro de Nueva Caledonia, un administrador de correos francés, uno de aduanas inglés, un jefe de finanzas inglés y un registrador de la propiedad francés y dos operadores de T.S.H., uno de cada nacionalidad, que mantienen aquel alejado archipiélago en contacto con lo que habitualmente se llaman pueblos civilizados.” [107]
“Bordeando la plaza, alternando con las casas, se yerguen los tótems. Son gruesos troncos de árbol que han sido vaciados; la corteza es esculpida con una figura humana y los ojos y la boca son agujeros que dan a cada uno de ellos diversa fisonomía y diverso sonido a la percusión [uno de esos ritmos es el que utiliza Radio Vanuatu como señal de intervalo para sus emisiones cada vez menos frecuentes en la onda corta]. Aquellos ídolos monstruosos, representación ingenua de una idea inmaterializada, son los propagadores por todo el archipiélago de cuantas noticias y acontecimientos ocurran en él. Que una nueva goleta haga su aparición en las islas, que un nuevo colono se dirija a ellas para reclutar mano de obra, que una tribu declare la guerra a otra o que un jefe haya muerto, el tantán totémico esparcirá la noticia por los aires y aquel Morse canaco pondrá en comunicación aquellos hombres que no se entenderían de viva voz.” [108]
“Cuando el barco pasa por el canal de la Habana en la punta sur, la masa ferruginosa del islote Ouen [una zona por la que estuve en un velero en busca del fantástico avistamiento de ballenas] es tal que influye sobre los imanes de a bordo; la brújula se agita convulsivamente, como si se hallase en las proximidades del polo magnético, y los aparatos de radio se niegan a toda recepción.” [120]
“El juez francés (el inglés estaba ausente) insistió y de nuevo funcionó la radio lanzando a través del Pacífico la noticia de la ausencia de sábanas en mis armarios. Pero mi barco llegó antes que la contestación y, cuando llegué a mi casa, declaré formalmente que me negaba a instalarme en aquellas condiciones.” [126]
“Las radios son numerosas y perfectas de emisión, pero los programas son absurdos y heterogéneos [aquí alude a la radio australiana del momento en una de sus escapadas al país-continente]. Los swings alternan con las sinfonías de Betthoven y las canciones escocesas y algunas veces, cuando se ha logrado captar el canto de Isolda llorando la muerte de Tristán, una voz gangosa os asegura que aquel es precisamente el momento propicio para fumar un Capstan o que, si estáis resfriados, es porque no tomáis aspirina Bayer.” [142]
“El indígena no se asombra de nada, no le ha sorprendido el automóvil, ni la radio, ni el cine, ni el avión. El único medio de locomoción que conocía era la piragua que llamaba lonís (corrupción del inglés launch); pues bien, cuando vieron un automóvil avanzar por la plantación, sin titubear lo llamaron lancha que sabe ir por la selva”. [151/152]
“…las horas de mi estancia en Fidji debía dedicarlas a hacerle una visita al Alto Comisario del Pacífico que seguramente me invitaría a almorzar con las jerarquías de la colonia.
Y no me equivoqué. A mi radio anunciando mi paso y solicitando hora para la visita [se refiere al radiograma o telegrama en el argot más próximo] recibí la contestación poniendo el auto del gobierno y el ayudante de campo del Alto Comisario a mis órdenes para dar un paseo por la isla antes del almuerzo con que se me agasajaba.” [174]
“Por las noches, la radio me ponía en comunicación con los mundos civilizados y Sydney, Wellington o San Francisco me daban noticias del desarrollo de los acontecimientos en España…” [176]
“…he visto plazoletas rodeadas de los tótem huecos que sirven de emisoras interinsulares, y he visto arrastrarse a mujeres que habían sido sometidas al suplicio de las piedras candentes, pero todos estos poblados son absolutamente inofensivos…” [181]
“Regresé a Port Vila el 2 de septiembre de 1939. Al día siguiente la radio nos comunicó la declaración de guerra.” [184]
“… los boys reposan de la obsesión de la copra; mientras la lluvia sigue cayendo y empapa la tierra de una podredumbre fecunda, el colono pide a la radio un vestigio de existencia.” [185]