“Si la realidad no coincide con ella, es la realidad la que pierde”
[Eugenio Bregolat]
Autor Eugenio Bregolat, Editorial Destino / Imago Mundi, Barcelona, 2007, 420 páginas.
Un nuevo ejemplar de temática no radial pasó por mis retinas y podemos afirmar que es imprescindible, teniendo en cuenta que hace una década que apareció, para entender la actualidad del gigante asiático. El autor, que fue el Embajador de España en Pekín, muestra una excelente capacidad para extraer consecuencias de su misión y narra muy bien ese gran salto dado por el inmenso país, tan inmenso que mucha gente ni puede llegar a imaginar sus límites que se harán inabarcables para el común de los mortales.
Excelente trabajo de sintetización que en su misma portada nos muestra a los dos célebres gatos de la fábula: el blanco y el negro observando el ratón que, nosotros imaginamos, somos el resto del orbe ante la apabullante penetración de la economía china hasta en los más lejanos confines: allá donde vayas, siempre te encontrarás el sello Made in China, pero vayamos a nuestra serie de la radio en la literatura.
Bregolat articula muy bien el texto, como diplomático no defrauda, en la vida privada justifica todo cuanto ocurre en Cataluña y sus aspiraciones de secesión y, sin embargo, dice que el TÍBET es un asunto interno chino. Comparemos ambos casos y obtendremos una inconsistente argumentación, pero así son los diplomáticos o simplemente nada y guarda la ropa, para que nadie se enfade, o bien sigue la máxima de allá a donde fueres has lo que vieres.
La radio en concreto apenas aparece de pasada, pero hay tres páginas que creo merecen la pena, así que allá va la transcripción de las páginas 210 a 213.
El papel de los medios de comunicación:
Los sucesos de la primavera de 1989 en Beijing confirmaron la validez del principio de indeterminación de Heisenberg, la influencia del observador sobre el objeto observado, no está confinada al terreno de la física.
Gorbachov da la cifra de 1.200 periodistas que llegaron a China para cubrir su visita, incluidas las principales televisiones del mundo. Los dirigentes chinos no pusieron objeción a que muchos de ellos siguieran en Beijing tras la salida de Gorbachov para cubrir la “Revolución china”. Es obvio que no tenían una idea clara del impacto mediático, en especial de las retransmisiones televisivas en directo, sobre cuanto estaba aconteciendo en el país.
El impacto de los medios de comunicación se concretó de varias formas. En primer lugar, los estudiantes e intelectuales y el público chino en general se enteraban de lo que pasaba en Beijing a través de las radios y televisiones extranjeras. Los medios de información chinos, que dependía de Hu Qili, el aliado de Zhao Ziyang en el Comité Permanente del Politburó, gozaron de libertad e informaron objetivamente de lo que estaba pasando desde finales de abril hasta la imposición de la ley marcial., Desde el 20 de mayo, sometidos los medios chinos de nuevo a la dirección política, los medios extranjeros eran la única fuente independiente que rompía el monopolio del Partido sobre la información. Entre otras cosas, la ciudadanía se enteraba por los medios de comunicación extranjeros de las vacilaciones y de las divisiones del poder. Pasaban las semanas, incluso después de la imposición de la ley marcial, sin que ocurriera nada. Parecía que Zhao Ziyang convencería a Deng, o que, si no lo lograba, se impondría y prescindiría de él.
En segundo lugar, los manifestantes se llegaron a convencer de que los dirigentes no se atreverían usar la fuerza ante las televisiones de todo el mundo, muchas de las cuales emitían en directo desde la plaza de Tiananmen, y acabarían ganando la batalla. Los líderes estudiantiles e intelectuales eran muy conscientes del efecto de los medios de comunicación sobre la opinión pública extranjera y los utilizaban, por ejemplo, exhibiendo pancartas escritas en ingles. La televisión americana ABC llamó al Gobierno chino “tigre de papel”. El Washington Post escribió que “confiaba en la caída del comunismo en China”. TV Guide dijo: “¿Será capaz la televisión global de derribar a los dirigentes chinos?”. El presidente de Estados Unidos, George H. Bush, que había sido jefe de la Oficina de Enlace (U. S. Liaison Office) de su país en Beijing en 1974-1975, mostraba gran interés por lo que estaba sucediendo en la capital china y seguía los acontecimiento en tiempo real por televisión. El descrédito ante el mundo que acarrearía una represión violenta y las probables sanciones que en tal caso impondrían a China los países desarrollados inhibirían a Deng de usar la fuerza. Al menos, eso pensaban los estudiantes.
En tercer lugar, las televisiones extranjeras iban convirtiendo en mitos a los Principales dirigentes estudiantiles: Wuerkaixi, Wan Dan, Chai Ling. Sus imágenes arengando a sus compañeros, la de la “diosa de la democracia” desafiando al retrato de Mao Zedong en la plaza de Tiananmen, o la del hombre que detuvo a una columna de tanques plantándose delante de ellos, daban la vuelta al mundo.
Así, los estudiantes e intelectuales, como resultado tanto del efecto mediático como del apoyo de los ciudadanos de Beijing, que ocupaban las calles en números cada vez mayores, y de la paralización y divisiones del poder, se fueron envalentonando y radicalizando, y acabaron por enrocarse, convencidos de que Deng no se atrevería a usar la fuerza. De este modo los medios de comunicación extranjeros acabaron contribuyendo, fatalmente, a un resultado que obviamente no deseaban. El informador influía de forma decisiva sobre el objeto de su información.
El corresponsal de la CNN en Beijing en aquel entonces, Mike Chinoy, reconoce que una de las trampas de la televisión como medio es que la fuerza de la imagen prevalece sobre la importancia real de la noticia. La imagen del ciudadano deteniendo a una columna de tanques tiene mucho más impacto que el proceso de desarrollo económico de China, cuando éste, con sus consecuencias de todo orden, es mucho más importante que aquélla. La televisión refleja bien los hechos concretos, pero le cuesta mucho transmitir procesos a largo plazo. Escribe Chinoy:
Me convencí (al cabo de los años) de que mirar a China a través del cristal de la plaza de Tiananmen no iluminaba, sino que oscurecía la comprensión. La historia de Tiananmen fue perfecta para la televisión… pero la habilidad de la televisión para mostrar lo que ocurre es mayor que la de explicar el porqué… de modo que lo que sospecho que los historiadores describirán como uno de los más importantes acontecimientos de las últimas décadas del siglo XX –el ascenso de China- estaba teniendo lugar con muchos televidentes en Occidente apenas conscientes de que en la República Popular hay mucho más que los recuerdos de Tinanamen.
Y apunta también:
Me considero a mi mismo, junto a otros corresponsales de televisión, responsable en parte por la incorrecta percepción que hay en Estados Unidos… las imágenes transmitidas en 1989 eran tan poderosas que para muchos ciudadanos y políticos era todavía imposible aceptar un punto de vista más equilibrado varios años más tarde… era una ilustración que hace reflexionar sobre el poder de la televisión que ninguna de las imágenes de mis programas actuales (sobre el desarrollo económico) pueda competir con el drama del hombre enfrentándose al tanque. [210-213]
Y poco más podemos añadir. Todos conocemos la historia y el problema muchas veces es creernos que el que tiene el poder se dejará amedrentar. El que detenta el poder, guste o no, debe ejercerlo y, a veces, con imprevisibles resultados. En el caso chino todos sabemos a dónde condujo aquella situación y que años después se intentó repetir en Hong Kong con la revolución de los paraguas.
Muchísimas veces, incluso, somos tan ilusos de creer que estamos escribiendo la historia cuando el caos y la violencia no es precisamente el camino para entrar en ella. Es más, tendríamos que preguntarnos si realmente los hechos violentos merecen la pena o por el contrario tendríamos que ser más cautos y menos exigentes con pedir “la luna” cuando apenas hay para un vaso de agua.
Los empecinamientos, sucede como cuando eres crío, pataleas, pero llega un momento que ya no produce resultados positivos. Que cada uno extraiga sus consecuencias y disfrute con la lectura de esta obra escrita por un testigo de primera mano, a veces algo lenta, pero excesivamente clarificadora sobre un momento de la historia de China. MERECE LA PENA y nos ayuda a comprender la célebre frase que el dirigente chino hizo y que también utilizó, si mal no recuerdo, nuestro flamante y ascendente Felipe González que todavía la historia (o sus hagiógrafos) no han juzgado porque, debemos recordar, estamos donde estamos porque en su momento alguien no ejerció su autoridad ¿habría ocurrido lo que ha ocurrido si entonces se hubiera dejado actuar a la judicatura –otros que parecen adocenados y anestesiados- en el caso Banco Catalana?
¡Saber!