“En el reino de los hombres las mujeres trabajan y en el reino de las mujeres los hombres descansan”
[Ricardo Coler]
La presente reseña, una vez más, es fruto de la casualidad, pues no esperas que la radio te aparezca en un libro que trata sobre un viaje que realiza el autor a uno de esos lugares míticos [tras leerlo ese misticismo, ciertamente, se esfuma] de lo que queda dentro del mundo globalizado. El Último Matriarcado: el de la etnia Mosuo en un recóndito y perdido valle en la inmensidad del Himalaya [recuerdo mi último viaje hacia China, estuve sobrevolando la impresionante cordillera durante más de cuatro horas y con una claridad cegadora, observaba el Everest como si estuviera sostenido en la inmensidad del cielo].
Había leído infinidad de referencias a ese mítico reino femenino, pero una cosa es narrar en plan antropólogo y otra muy distinta, convivir y plasmarlo como hace en este libro el argentino Ricardo Coler [Editorial Planeta, Madrid 2007] que fue acogido en la comunidad de los Mosuo [según indica apenas 25.000 almas que viven ancladas en sus costumbres y que, personalmente, no las considero ni tan exóticas ni tan exclusivas, porque mientras devoraba ese ejemplar de casi 200 páginas, recordaba, rememoraba, revivía, escenas de mi infancia donde las mujeres prácticamente reaccionaban y controlaban igual a como lo relata el autor].
Quizá la fama de los Mosuo traspasó las fronteras porque quienes los visitaron prácticamente no interactuaron ni se integraron hasta mimetizarse. Pero no, ese mítico reino, a pesar de todo lo que tenía leído, ya no me parece tal y mejor así. Al fin y al cabo es una costumbre entre un pueblo que prefiere la convivencia donde el matriarcado marca la pauta y donde el sentido de la propiedad [¿por cuánto tiempo?] todavía no ha desencadenado los demonios. Evidentemente, creo que ese mundo tiene los días contados, pero es posible encontrarlo y compartirlo, incluso en otros pagos. Sólo hay que tener el espíritu abierto y, como acostumbran a escribir los especialistas de nuestro tiempo con palabras bonitas: mostrar empatía con el lugareño, en muchos casos, no requiere grandes dotes lingüísticas para poder comunicarse.
El libro es un canto a un mundo totalmente diferente al nuestro y en donde uno, sin quererlo, descubre escenas jocosas que le hacen sonreír para, al final, descubrir que hombres y mujeres, estén donde estén, son complementarios por mucho que el feminismo de las sociedades globalizadas pretenda lo contrario [pecamos de exceso y exigimos derechos, pero no presentamos la humildad ni la sencillez para salir adelante de los problemas más elementales y nos enredamos en querer que otros los desenreden. En definitiva, estamos viviendo un momento donde lo más sencillo del mundo lo estamos convirtiendo en una ratonera. Para colmo ya nos salió la estulticia de allende los Pirineos, el simple hecho de decirle hermosa a una mujer puede llevarnos ante un individuo, tan ajeno al mundo real como un juez, que nos puede “emplumar”. Feministas y jueces podrían irse un tiempo al “paraíso del matriarcado” para que aprendieran a relativizar su “locura” que, como grupos de presión van imponiendo a la sociedad: suerte que muchas veces ésta pasa de ellos y la vida sigue].
El tema radio, sin quererlo, inesperadamente y de forma sorpresiva, salía indirectamente en sus páginas y decidí darle cabida en LA RADIO EN LA LITERATURA. Vamos a ello.
“La presencia del conductor en las entrevistas se había convertido en un verdadero problema. Dorje es un tibetano con algunas particularidades. Cuando emprendemos una travesía, en general sofocante por la tierra que entra en la cabina, él se divierte oyendo la grabación de un programa cómico de la radio china. Es la audición de un monologuista que habla a gritos [la verdad parece que el autor bonaerense nunca oyó al mítico personaje de la radio argentina Tangalanga y, sobre todo, no participó en las sesiones de riso-terapia colectiva que el susodicho provoca con sus “boludeces” ¿esas cintas no provocarían el mismo resultado que el que describe sobre la grabación de la radio china?]. En los momentos en que se produce una pausa, se oyen risas y comentarios en el mismo idioma, es decir, el chino. Los viajes largos se vuelven entonces todavía más largos. Quizá no haya sido una sola grabación, ni siempre la misma, incluso es posible que hayan sido cintas diferentes, una serie completa o la compilación de los mejores momentos de año. Es un misterio que quedará sin resolver porque oírlos durantes horas generó en mí una resistencia definitiva hacia el humor oriental.
El equipo se armó con mi llegada. Lei y Dorje no se conocían [intérprete y conductor asignados] y es la primera vez que trabajan juntos. Después de haber logrado deslizar la camioneta entre las rocas y el precipicio, y apenas recuperados, Dorje comenzó a mostrar interés por la comunidad a la que nos dirigíamos. En especial, por las leyendas eróticas que la rodeaban.
El problema no estaba en los comentarios que hacía Dorje, todos tendentes a lugares comunes y guiados por la seguridad de saber qué les gusta y qué no les gusta a las mujeres. El problema era cuando, ya en la aldea, emitía esos mismos comentarios en lo mejor de un diálogo o en medio de una entrevista.
Para poder llegar a una conversación más íntima en la que surjan detalles reveladores –lo cotidiano, las relaciones, la amistad, el amor, el enojo, las emociones-, es necesaria una dosis importante de confianza, un clima que permita hablar de cuestiones personales lejos de la formalidad y de la etiqueta. Difícilmente se logra ante una acotación desconsiderada o fuera de lugar y mucho menos repitiendo las bromas del mentado programa radiofónico”. [152/153]
Poco, pero la radio al fin y al cabo. Comprendo perfectamente que el chino le sonara a chino. Ignoro cómo les hizo entender las cintas de tango que llevó. Porque para esas remotas aldeas el español es tan extraño como cualquier otra lengua que nunca se ha tenido contacto. Personalmente, por la proximidad geográfica, recomiendo también otra reseña que hice sobre El corazón del mundo que transcurre en el Tibet. Feliz y jocosa lectura; al final no somos tan diferentes ni los comportamientos sexuales y sociales nos alejan tanto. En definitiva no dejan de ser cosas naturales a las que el aspecto cultural ha ido cambiando a lo largo de la historia, basta preguntarnos ¿qué dirían nuestras abuelas de nuestras jovencitas del siglo XXI?