LA RADIO EN LA LITERATURA: EL CORAZÓN DEL MUNDO

Obra de Ian Baker, La Liebre de Marzo, S. L., Apartado 2215, Barcelona, 2007, 570 páginas.

 

En esta ocasión las referencias radiales las encontré en una obra que es una experiencia emocional en busca de un sueño místico. El paraíso terrenal que, según los tibetanos, está en Pemako, una zona que hasta hace cuatro días como suele decirse, había sido inaccesible para el ser humano aunque, finalmente, el paraíso no deja de ser el misticismo que toda religión tiene para el creyente.

Se trata de un libro, inmenso, casi 600 páginas que, a poco que tengas ganas de leer, te acaba atrapando y, sobre todo, sorprendiendo. Recordad aquí la sorpresa que me llevé en el Templo de Gao durante el viaje como premiado en el concurso PERCIBIR CHINA. Al final, aunque parezcan tan aisladas, unas de otras, uno llega a la certeza de que todas las religiones tienen el mismo tronco y cuyo objetivo es hacer la vida algo más llevadera ante la esperanza de un mundo mejor. El autor acaba afirmando que el paraíso lo tenemos aquí en la Tierra y que cada uno es su propio artífice. Un libro, en definitiva, que te hace pensar y eso es altamente positivo al tiempo que imaginas unas tierras vírgenes realmente exuberantes.

Poca cosa para lo que nos interesa, pero vamos a transcribir los tres o cuatro párrafos radiales o televisivos del gran volumen que podríamos encuadrarlo en las obras épicas de viajes o grandes exploraciones, donde la paciencia pone a prueba el tesón humano y la capacidad de adaptación al medio hostil.

“Con una radio de onda corta, con su pistola, su fusil y un brazalete en el que llevaba un vial de cianuro para ingerir en caso de ser capturado, Tsampten se lanzó en paracaídas para caer en las junglas subtropicales de la frontera tibetana y reorganizar a las fuerzas que resistían contra los invasores chinos. Según él, halló entonces un reino primigenio, de follaje tan espeso que apenas se podía ver nada más que vegetación, lo que suponía todo un peligro para su integridad física, pues el enemigo podía estar emboscado allí a muy corta distancia de donde se encontraba, y sorprenderlo. Abundaban, para colmo, las cobras y las más ponzoñosas víboras. Tsampten trató con tribus que se alimentaban de carne de mono y se cubrían con su piel.

Tsampten mostró allí, pues, un interés por cosas que no se limitaban a las disputas en las fronteras que separaban a China de la India. Como tantos tibetanos, sabía de los paraísos perdidos en el seno más profundo de Pemako. “Los chinos nunca encontraron y nunca encontrarán esos lugares”, me dijo Tsampten. “No aparecen en ningún mapa; seguirán ocultos hasta que llegue el momento preciso para que puedan ser revelados”. Posteriormente, sería destinado a tareas de vigilancia sobre aquella vertiente geográfica del río Tsangpo, armado con su radio de onda corta y su fusil, y al mando de un pelotón de resistentes.” [36/37]

“Los chinos habían anunciado su propósito a través del servicio internacional de la BBC, el 23 de octubre, tres días antes de nuestra salida de Katmandú. El comunicado oficial decía lo siguiente: “Vastas secciones del Gran cañón del Yarlung-Zangbo permanecen completamente inexploradas”, y que un equipo de científicos chinos se aprestaba a completar “una de las más importantes expediciones del siglo”, con la intención expresa de “acceder por primera vez a la zona de la catarata sita en el espacio de cinco millas sin explorar, al que nadie hasta ahora ha conseguido llegar”. El comunicado concluía diciendo que “unos cuarenta componentes del equipo expedicionario aspiran a ser, pues, los primeros hombres que recorran en su totalidad esos 100 kilómetros (62 millas) de la parte más profunda de la garganta.” [402]

“Bryan se puso raudo a filmar aquellos preparativos, mientras Ken, Hamid y yo nos sentamos con el muy cordial Tsering Dondrup, para beber té y hablar de las filmaciones que deseaba la National Geographic Televisión. Cada uno de nosotros tenía una idea de cómo habría de hacerse el documental, aunque casi todas eran complementarias. Ken creía que Bryan se comportaba como un intruso, filmando cosas que no tenían la menor importancia y olvidándose de lo substancial.” [414]

La verdad es que el libro me enganchó, quizá porque en el viaje hacia China (vía Doha, la continuación del vuelo siguió a través de Pakistán hasta sobrevolar suelo tibetano y, por ende en el territorio chino] me sacié de esas inmensas montañas y de la luminosidad del Everest con un sol naciente que, libre de nubes, nos lo mostraban como una de esas grandes y míticas metas que atraen a miles de alpinistas.

La lectura del mismo, a pesar de su longitud, me hacían imaginar las penalidades que ofrece la zona para el ser humano y, sin embargo, ellos viven ahí arañando a la naturaleza todo lo que es posible para la vida, pero sobre todo, con una espiritualidad que, vista desde fuera, nos puede parecer incluso infantil, cuando la realidad es que nos dan cientos de vueltas en cuanto a su capacidad de resistencia y dominio de sus vidas [para muchos de nosotros, enloquecidos ya por una sociedad mercantilizada y una vertiginosidad inabarcable, nos parece un milagro]. Así que es lógico decir que la vida merece la pena vivirla y que después de ella, nada nos llevamos en ese último viaje. Nos hemos echado demasiadas obligaciones y éstas han resultado ser nuestra cárcel. Un libro para leer con paciencia y donde la naturaleza pone a prueba a los seres humanos y sólo, cuando en alguna ocasión de tu vida te has visto al límite de tus fuerzas, entonces lo interiorizas mejor.

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